lunes, 30 de septiembre de 1996

El Trauma de la Devaluación

 

Pulso Económico


El Trauma de la Devaluación


Por: Jonathan Heath


Como suele suceder en un país traumatizado por devaluaciones recurrentes, existe mucha preocupación por el tipo de cambio.  Esta intranquilidad ha aumentado recientemente por un par de indicadores que se dieron a conocer la semana pasada.

Primero, el superávit en la balanza comercial registró su nivel más bajo desde enero de 1995.  Antes de esa fecha habíamos tenido un déficit comercial, que culminó 

en una gran devaluación.  Segundo, se informó que la inflación de la primera quincena de septiembre fue muy elevada, inclusive más de lo que se esperaba.  Fue la inflación más alta que hemos tenido en una primera quincena desde abril, mes en que se dieron aumentos extraordinarios en los salarios mínimos, gasolina y electricidad.
Cuando se tiene una tasa de inflación interna más elevada que en el exterior, se espera una depreciación en el tipo de cambio para mantener la competitividad del peso.  Si no es así, las importaciones se vuelven más baratas y empieza a disminuir el superávit (o aumenta el déficit) en la balanza comercial.  Dado que no hemos observado mucho movimiento en el tipo de cambio durante este año, ocasionando que se aprecie, existe la percepción de que pudiera venir una devaluación.
De hecho, si tomamos el año de 1990 como base de comparación, el tipo de cambio real de hoy en día está apenas 3 por ciento por abajo de su nivel de ese año.  En promedio, el tipo de cambio se encontraba 15 por ciento subvaluada durante el año pasado.  Sin embargo, poco a poco se ha ido perdiendo esta competitividad, lo cual ha coincidido con la recuperación en la demanda de las importaciones.
No cabe duda de que existe la percepción de que el tipo de cambio ha perdido la subvaluación ganada con la devaluación pasada.  Esto significa que pronto empezará a aumentar más la demanda de dólares, simplemente por motivos de preocupación, al buscarse un refugio en el que no perdemos el valor de nuestro dinero.  Pero, ¿existe una razón fundamentada para esta percepción o es únicamente producto de nuestra paranoia, desarrollada a través de tantas devaluaciones?
En el corto plazo, el tipo de cambio es producto de la oferta y la demanda de divisas.  La mejor manera de observar estos elementos es a través de la balanza de pagos.  Si existe un superávit, significa que hay un exceso de dólares.  Al contrario, si se registra un déficit, entonces habrá una escasez de dólares.
Hoy en día, aunque parece ser menos que antes, todavía tenemos un superávit comercial.  Si a éste le agregamos el intercambio de servicios con el exterior, llegamos a la balanza de la cuenta corriente.  Al finalizar la primera mitad del año, teníamos un superávit en esta cuenta, inclusive ligeramente mayor al del año pasado.
La otra cuenta que falta para completar la balanza de pagos, es la cuenta de capital.  Esta también registró un superávit durante la primera mitad del año.  En otras palabras, ha existido un exceso de divisas durante los primeros seis meses del año, lo cual explica la apreciación del tipo de cambio.
Sin embargo, si la oferta y la demanda de divisas determina el tipo de cambio en el corto plazo, no marca la pauta para el mediano y largo plazos.  Precisamente las devaluaciones se dan porque las condiciones que determinan la oferta y la demanda cambian rápidamente.
Al inicio de 1994, el déficit elevado de la cuenta corriente estaba más que compensado por el superávit de la cuenta de capital, a tal grado que se tenían acumulados casi 30 mil millones de dólares en reservas.  Sin embargo, estas condiciones cambiaron rápidamente.  En cuestión de meses, el superávit en la cuenta de capital se convirtió en déficit.
Una de las formas de anticipar un problema mayor en la balanza de pagos es a través de la valuación del tipo de cambio.  Ahora que hemos observado que la subvaluación casi ha desaparecido y las importaciones están creciendo a tasas elevadas, podemos esperar un déficit en la balanza comercial en el futuro cercano.
Sin embargo, la manera de valuar la competitividad de las exportaciones es diferente.  En este caso, no es tan importante la diferencia de inflación entre México y el resto del mundo, sino más bien la diferencia entre los salarios.  Dado que nuestros salarios se han mantenido reprimidos, hemos podido mantener una tasa de crecimiento elevada en las exportaciones,  De hecho, tenemos crecimiento elevado en las importaciones y en las exportaciones al mismo tiempo.  Si utilizáramos el mismo parámetro (la inflación) para medir la competitividad deberíamos observar un crecimiento fuerte en una u otra, pero no en las dos.
Es posible regresar a un déficit en la balanza comercial, siempre y cuando podamos obtener flujos de capital del exterior.  Esta dependencia de capitales de corto plazo no es algo muy saludable para la economía, dado el estado de vulnerabilidad que implica.  Si además el Gobierno decide dejar de mantener un equilibrio fiscal, el panorama se complicaría aún más.
Un déficit fiscal implicaría un aumento en la demanda de fondos prestables, que el Gobierno buscaría solucionar a través de un aumento en la oferta de valores gubernamentales.  Esto significaría un aumento en los flujos de capital de corto plazo.
Estamos en el umbral de una situación similar a la del sexenio pasado, cuando mantuvimos un déficit comercial financiado a través de flujos de capital de corto plazo.  Según esto, aprendimos que no podemos mantener un déficit muy elevado en la cuenta corriente por mucho tiempo, aunque tengamos los flujos para  financiarlo.  También aprendimos que los flujos de capital de portafolios son muy inestables como para considerarlos fuentes confiables de financiamiento.
Al final de cuentas, vimos que la política monetaria juega un papel primordial y que no era muy sano mantener un tipo de cambio sobrevaluado.  ¿Vamos a tratar de volver a corregir el problema con otra devaluación?

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jueves, 26 de septiembre de 1996

El PRI y el Neoliberalismo: ¿Aceptación o Rechazo?

 

Pulso Económico


El PRI y el Neoliberalismo: ¿Aceptación o Rechazo?


Por: Jonathan Heath


Fue ampliamente comentado el abandono del liberalismo social como doctrina oficial del PRI en su reciente 

decimoséptima asamblea nacional.  Todos los medios han comentado y analizando las implicaciones de las propuestas, destacando de manera especial los nuevos candados a los candidatos, el regreso del nacionalismo revolucionario, la aceptación de un código de ética y el rechazo a la privatización de las plantas petroquímicas.
También se discuten muchos temas que no fueron abordados, como el proceso de selección del candidato presidencial para el año 2000, la expulsión de Carlos Salinas de Gortari y el asesinato de Luis Donaldo Colosio.  Sin embargo, existen algunos puntos adicionales interesantes que fueron propuestos y aceptados, pero por alguna razón, no han sido objeto de comentario público.
Entre las varias mesas de trabajo, fueron dictaminados los compromisos del PRI ante la nación.  Dentro de su declaración de principios, fueron abordados el partido, los valores, la legalidad y el proyecto.  Dentro de su programa de acción, hubo compromisos para fortalecer la República, la soberanía en el nuevo milenio, el estado democrático, el desarrollo social, la ciudadanía de los indígenas, la educación, la ecología, el desarrollo regional, la economía, la ética y las nuevas causas de la sociedad.  En cada uno de estos rubros, hubo propuestas específicas, pronunciamientos amarrados y en algunos caso, asuntos turnados a otras instancias partidistas.
En el punto específico de la economía, la asamblea aprobó toda una serie de líneas de acción encaminadas hacia una mayor, la justicia social.  Dice el PRI que pugna por un desarrollo económico que fortalezca la soberanía de la nación, fomente el crecimiento vigoroso y sustentable, el empleo y logre una justa distribución de ingreso y la riqueza entre los mexicanos.
El compromiso central es impulsar por todos los medios a su alcance, una economía productiva que genere bienestar para todas las familias mexicanas.  Este objetivo final es compatible con casi cualquier ideología, sea de izquierda o derecha, del liberalismo social o neoliberalismo y de nacionalismo revolucionario (whatever that means).
Sin embargo, lo interesante de los compromisos adoptados es que existe un gran número de propuestas que nacen más del neoliberalismo que del nacionalismo revolucionario.  Por ejemplo, dicen los priístas que los recientes avances en materia macroeconómica han contribuido a recuperar confianza, lo que implícitamente significa que han sido las correctas.  Sin embargo, toda la estrategia de recuperación ha sido a través de políticas que utilizan principalmente al mercado, que se identifica totalmente con el neoliberalismo.
Entre otros principios, se mantienen las estrategias de controlar la inflación; promover la competividad que eleve la eficiencia; apoyar una estrategia de crecimiento con estabilidad fiscal, monetaria y de precios; con salarios reales crecientes e incrementos sostenidos de producción; la rentabilidad y capitalización del sector agropecuario;la libre negociación salarial y contractual; la recuperación del poder adquisitivo del salario a través de la productividad; un entorno institucional claro y libre de regulaciones innecesarias; el financiamiento competitivo la actividad industrial; la simplificación administrativa estatal; la ratificación del Tratado de Libre Comercio; la realización de más acuerdos de libre comercio con otros países; la conservación del régimen de flotación del tipo de cambio; la autonomía del Banco de México; la desregulación financiera; y la desregulación en general.
Todos estos temas son puntos medulares de la llamada política económica neoliberal.  Buscan la utilización de los mecanismos del mercado para mejorar la asignación eficiente de los recursos en la economía.
Al final de cuentas, parece ser que el rechazo de la filosofía neoliberal es más bien demagógico y de semántica.  El PRI quiere rechazar la etiqueta que hace que la política económica sea asociada con la administración anterior, que produjo una crisis mayor.  Sin embargo, quiere conservar lo esencial, dado que reconoce que son políticas que valen la pena.
Entonces, ¿qué es lo que propone el PRI específicamente que sea diferente al neoliberalismo?  Existen propuestas de acciones ya tomadas, como un programa emergente de empleos y un programa de alivio a los deudores, que salen del ámbito estrictamente neoliberal.  Sin embargo, son acciones que el régimen actual, criticado por ser neoliberal, ya había tomado e impulsado.
En sí lo que propone el PRI, en adición a la continuidad de muchas partes de la política actual, es darle una forma mucho más social a la política neoliberal, es decir, utilizar los mecanismos de mercado como instrumento principal, pero con una cara más social, para que el Gobierno pueda corregir las fallas de mercado y fomentar la justicia social.  Pero al final de cuentas, ¿no era esto mismo la idea central del liberalismo social de Salinas?
Si examinamos la política económica actual podremos encontrar un sinnúmero de acciones que van totalmente en contra del espíritu neoliberal.  No solamente están los programas emergentes de empleo y alivio a los deudores ya mencionados, sino que además existen todavía muchos subsidios, regulaciones, intervenciones e impuestos que, en nombre de una mayor justicia social, pretenden mejorar las acciones del mercado.
Al final de cuentas hoy en día no tenemos una política tan neoliberal como dicen los críticos de izquierda, ni tampoco tenemos una política tan socialista como dice la derecha.
Sin lugar a dudas, el Gobierno tiene que avanzar en la promoción de la justicia social y el crecimiento de la economía.  Para poder producir resultados concretos será necesario instrumentar de una política económica eficiente, flexible y eficaz.
A veces será necesario enfatizar más los mecanismos de mercado y desregular para incrementar la eficiencia.  En otras ocasiones, intervenir para solucionar en forma más provechosa y rápida algo que el mercado no puede hacer (como la crisis bancaria).
Lo que sí queda claro es que el meollo del debate sobre la política económica tiene más de forma y de semántica que de fondo.

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lunes, 23 de septiembre de 1996

La Controversia del Abatimiento Inflacionario

 Pulso Económico


La Controversia del Abatimiento Inflacionario


Por: Jonathan Heath®


Hace tres semanas, el controvertido economista Paul Krugman, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), escribió un artículo a invitación de la revista inglesa The Economist, sobre la importancia de abatir completamente la inflación y el papel de la política monetaria dentro de este objetivo.  En esta misma columna del pasado jueves 5 de septiembre, discutimos sus puntos de vista y concluimos que sus comentarios seguramente iban a causar mucha polémica y discusión.

Dicho y hecho: en el último número de The Economist, los editores admiten haber recibido un sinnúmero de cartas respondiendo al polémico economista y a su ataque a la teoría económica ortodoxa.  De la muestra de cartas que publica la revista inglesa, destacan una que reclama que Krugman lo citó fuera de contexto, otra que refuta sus conclusiones sobre el papel de la productividad, una en que le corrige la aritmética bajo escenarios de inflación y una más que le recuerda al profesor las experiencias inflacionarias de Alemania y sus consecuencias políticas.

Krugman es conocido por sus cuestionamientos a la ortodoxia económica en general.  A través del tiempo, ha escrito varios artículos que han provocado muchas criticas en su contra.  Inclusive muchos economistas lo descalifican antes de leer su artículo, simplemente por el hecho de que fue escrito por él.  Por lo mismo, era de esperar que sus puntos de vista tan diferentes recibieran contestaciones muy amplias.

No obstante, Krugman escribe bien y siempre presenta sus argumentos en forma sólida.  Por más que queramos refutar sus puntos de vista, nos presenta una lógica que bien vale la pena escuchar y meditar.  En este caso en particular, una buena parte de las críticas en su contra no tienen tanta validez dado que Krugman está cuestionando la importancia del abatimiento total de la inflación, es decir, si vale la pena el esfuerzo de reducir una inflación de 3 por ciento a una de cero.  En ningún momento cuestiona en su artículo la importancia de combatir la hiperinflación o de reducir una inflación moderada.  Su enfoque y por lo tanto, su cuestionamiento central, es sobre el costo que implica eliminar los últimos dos o tres puntos porcentuales de la inflación.

Una de las cartas que cuestionan la posición de Krugman dice que es la política fiscal la que requiere de cambios fundamentales y no la política monetaria, para lograr tasas de crecimiento más elevadas.  Esta posición concuerda con la de los líderes empresariales mexicanos, que han abogado por reformas fiscales a fondo como una de las maneras fundamentales de alentar mayores inversiones y crecimiento económico.  La carta dice que lo que se requiere (refiriéndose a la economía norteamericana) es una privatización del sistema de seguridad social que reduciría la carga de los programas como Medicare y Medicaid (programas de asistencia medica para los pobres) para aumentar el gasto público en obras de infraestructura y educación.  También sugiere otra serie de medidas para balancear el presupuesto público, lo cual ayudaría a reducir las tasas de interés y facilitar la política monetaria.

Otra de las respuestas al artículo de Krugman es sobre el daño que causa la inflación.  Dice que en sí la inflación no causa un daño tan tremendo que se traduzca en una mayor ineficiencia, sino más bien una transferencia del ingreso del sector privado hacia el gobierno vía lo que se conoce como el “impuesto inflacionario”.  Lo que causa las ineficiencias es más bien la volatilidad de la inflación.  Al inversionista le debe dar igual recibir una tasa de interés de 30 por ciento cuando la inflación es de 20 por ciento, que recibir un interés de 20 por ciento cuando la inflación es del 10 por ciento.  En cambio, si el inversionista no sabe con certidumbre si la inflación va ser de 20 o de 30 por ciento, a la hora de tomar su decisión va pedir un interés mayor, simplemente para cubrirse del riesgo de una mayor inflación.  Es en este sentido que la volatilidad de la inflación es la que causa la ineficiencia y tiene un costo mayor.

Una crítica interesante a la posición de Krugman es cómo se deben realizar los cálculos en tiempos de inflación.  Una persona con mucha experiencia hiperinflacionaria, como alguien que haya vivido en Brasil, comenta que es mejor un aumento del 6 por ciento en los salarios cuando la inflación es de 5 por ciento, que un aumento del 11 por ciento cuando la inflación es de 10 por ciento.  La razón es que no se debe restar la inflación al aumento salarial, sino comparar las divisiones de 1.06/1.05 contra 1.11/1.10.

Independientemente de todas las críticas recibidas, los señalamientos originales de Krugman no solamente son interesantes, sino que además son materia de reflexión.  Por ejemplo, debemos tomar muy en cuenta lo que dice cuando señala que muchas cosas se toman simplemente como acto de fe o porque repiten una serie de dichos que todos toman por buenos.  Krugman asevera que muchas ideas económicas frecuentemente llegan a ser sellos de identidad para grupos de personas que piensan igual, que repiten ciertas frases continuamente y eventualmente confunden la repetición con la verdad.

Dentro de un par de años (ojalá no sea más) , cuando el Banco de México logre reducir la inflación a un solo dígito, se tendrá que tomar la decisión si es que se quiere abatir por completo la inflación, o si estaremos dispuestos a tolerar una inflación un poco mayor (que pudiera fluctuar entre 3 y 7 por ciento).  Esta decisión no es trivial ya que involucra un costo más elevado para la sociedad ante un beneficio más limitado.  A estas alturas la respuesta final no parece estar dada, sin embargo, bien valdrá la pena irlo pensando desde ahora.

Ante una sociedad cada vez más democrática y demandante, resultará cada vez más importante mantener una postura más flexible, escuchando a su vez, posiciones que a primera vista no coinciden con la línea oficial.




jueves, 19 de septiembre de 1996

El Efecto Político de la Política Económica

 

Pulso Económico


El Efecto Político de la Política Económica


Por: Jonathan Heath


En el segundo informe de la Nación, el Presidente fue muy claro en cuanto a la meta de crecimiento para el año entrante: 4 por ciento.  Esta meta se presenta como conservadora ya que el Plan Nacional de Desarrollo sostiene que deberíamos buscar un crecimiento de por lo menos 5 por ciento.  Dado que este año habremos de superar ampliamente la meta planteada del 3 por ciento, muy cerca de 4 por ciento, todo parece indicar que el Gobierno está poniendo una meta fácil de cumplir para 1997.  Primero, para verse bien a la hora de su superación y segundo, para no quemarse con una meta que posiblemente no podríamos cumplir.

Las posibilidades de crecer por lo menos al 4 por ciento el año entrante dependerán primordialmente de la recuperación sostenida en la demanda agregada.  Al analizar las cifras al segundo trimestre de este año entrante dependerán primordialmente de la recuperación sostenida en la demanda agregada.  Al analizar las cifras al segundo trimestre de este año, se ve una recuperación importante en la inversión fija bruta, que inclusive supera al crecimiento en las exportaciones como el elemento más dinámico de la economía.  Existe mucho espacio para el resarcimiento del consumo e inversión privada, que tendrán que ser los motores principales el año entrante.

Entre los elementos principales de la política económica para 1997 está el del gasto público.  Existe ya un incremento importante en los recursos destinados al programa de alivio a los deudores, que junto con las necesidades de aumentar el gasto social hace prever la posible existencia de un pequeño déficit fiscal en 1997.  El problema principal a resolver en si este déficit es compatible con la meta programada de abatimiento inflacionario.

También se habla de otorgar a los salarios mínimos un aumento que sea superior a la inflación programada, para así iniciar el resarcimiento del poder adquisitivo.  Las distintas posiciones señalan un aumento máximo del 20 por ciento (que podría ser en uno o dos momentos distintos) y otro mucho más moderado de uno o dos puntos porcentuales por arriba de la meta de inflación.

Todo parece indicar que el Banco de México quiere proponer una meta de inflación de la mitad de la de este año.  Las perspectivas de las autoridades monetarias apuntan hacia una inflación entre 24 y 25 por ciento hacia fines de 1996, por lo que su meta propuesta sería del 12 a 13 por ciento para el año entrante.  Para alcanzarla no sería factible la existencia de un déficit fiscal, al mismo tiempo que tendría que aprobarse un aumento menor, alrededor de un 14 por ciento, a los salarios mínimos.

A estas alturas, un aumento del 14 por ciento podría ser un error político grave.  Ante un sinnúmero de críticas al modelo económico y a la falta de sensibilidad político-social, este aumento sería leña para incrementar la impopularidad de la política económica actual.  Si el Gobierno quiere mantener el rumbo, tendrá que ceder en algunos puntos claves como este.  De lo contrario, se le revertirá en las elecciones del año entrante y a través de un aumento en las acciones fuera de la ley, que son un reflejo fiel de la frustración del pueblo.

Sería más aceptable políticamente un abatimiento más gradual de la inflación, que sin ceder en esta batalla clave, muestra una cara política que también busca abatir la frustración económico-social.  Una meta de inflación del 16-18 por ciento para el año entrante, con un pequeño déficit fiscal y un aumento más digno en los salarios mínimos, no significaría un desvío o abandono de la política económica actual, ni un cambio en el modelo económico.  Sin embargo, sí sería una demostración necesaria de una mayor conciencia social de un Gobierno que hasta ahora no ha podido convencer de sus bondades a la mayoría de la población.

El abatimiento inflacionario tiene que mantenerse como una prioridad fundamental.  No hay un elemento más dañino para el poder adquisitivo y la estabilidad económica que la inflación.  Es uno de los rudimentos fundamentales de la depreciación de la moneda, o en el caso extremo, de una devaluación catastrófica.  Provoca un incremento importante en las tasas de interés e inhibe la inversión productiva a largo plazo.  Presenta distorsiones mayores en el sistema de precios, que dificulta la asignación eficiente de recursos dentro de la economía.  No debe quedar ninguna duda sobre la importancia de erradicar la inflación y los efectos benéficos que resultan de una mayor estabilidad de precios. 

No obstante, una democracia necesita estar convencida de las bondades de la política económica.  Cuando no lo está, empieza a introducir impedimentos y obstáculos a la consecución de los objetivos.  Hoy en día, una de las razones que justifican nuestra calificación de riesgo-país es la duda sobre el apoyo popular de la política económica y las posibilidades de seguir adelante con las reformas políticas y económicas necesarias en el futuro.  Si no se persigue un mayor apoyo, podrán observarse cambios fundamentales en la elecciones del año entrante, como en la composición de la Cámara,que pondrían obstáculos a todos los intentos de reformas futuras.

En este sentido, no hay duda de que necesitamos reducir la inflación.  Pero como lección fundamental del sexenio pasado, debemos entender que cuando queremos reformar partes esenciales de la economía es más importante el proceso de transición mismo que el producto final.  En otras palabras, por más imprescindible que sea el abatimiento inflacionario, sigue siendo todavía más importante el cómo lo obtenemos que el número exacto.

El modelo económico actual no está peleado con una mayor conciencia social.  Al final de cuentas, el modelo busca un crecimiento económico sostenido con estabilidad, para poder resarcir el poder adquisitivo de la población e incrementar el bienestar social.

Sin embargo, muchas veces perdemos de vista el objetivo final ante una obsesión total por lo que consideramos el mejor medio de obtenerlo.  La economía y la política son simplemente diferentes lados de la misma moneda.  Necesitamos una política económica que nos lleve lo más rápido posible a la consecución de nuestros objetivos.  Para tenerlo, también necesitamos de un Gobierno que entienda el efecto político de la política económica.


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lunes, 16 de septiembre de 1996

Comparando Nuestra Deuda

 Pulso Económico


Comparando Nuestra Deuda


Por: Jonathan Heath®


El año pasado, la economía latinoamericana creció 0.7 por ciento, influido en forma importante por las recesiones de México y Argentina.  Mientras que la economía mexicana cayó 6.2 por ciento, la economía argentina disminuyó 4.4 por ciento.  Con la excepción de Uruguay, cuya economía también sufrió una caída de 2.4 por ciento, todos los demás países mostraron crecimientos positivos.

La economía más dinámica, como ha sido ya durante la última década, fue Chile con un crecimiento de 8.5 por ciento.  La siguió la economía de Perú que aumentó 7.0 por ciento.  Los demás países experimentaron crecimientos positivos entre 5.3 por ciento (Colombia) y 2.2 por ciento (Venezuela).  Brasil, que tiene la economía más grande de todo Latinoamérica, mostró un crecimiento de 4.1 por ciento , a pesar del efecto “tequila”.

Según las proyecciones económicas, se espera una recuperación importante en la región, con un crecimiento de 3.0 por ciento promedio para este año.  Unicamente Venezuela registrará una caída, a través de una recesión que disminuirá su economía en 1.3 por ciento aproximadamente.  Sin ninguna sorpresa, Chile será la economía con más crecimiento (7.0 por ciento), seguido por Bolivia (4.7 por ciento) y México (3.8 por ciento).  Las economías con menos crecimiento serán Uruguay (1.7 por ciento), Brasil (2.7 por ciento) y Argentina (3.1 por ciento).

En general, se espera todavía mayor crecimiento para 1997, con un promedio de 4.3 por ciento para todos los países.  La lista esta encabezada por Chile con un avance del 5.5 por ciento, mientras que se espera que Uruguay será el país con menos crecimiento (2.6 por ciento).

También se espera un avance significativo en el abatimiento inflacionario.  Mientras que el promedio de inflación en la región fue 27.3 por ciento en 1995, se espera una reducción a 19.2 por ciento durante este año y a 12.7 por ciento para 1997.  Este significa un avance espectacular contra los promedios de tres dígitos que existieron durante la mayor parte de los ochenta.

Como ya es conocido, la mayoría de los países latinoamericanos realizó grandes esfuerzos de estabilización económica y reforma estructural a través de la última década, después de haber sufrido por mucho tiempo sin crecimiento económico, con niveles de inflación muy elevadas y con deudas aplastantes.  Aunque han existido muchos casos exitosos, como el de Chile, también se ha visto varios casos de aparente fracaso, como México y Venezuela, y otros países con resultados mixtos, como Argentina y Brasil.  Sin embargo, no podemos dar el veredicto final hasta que cada país termine completamente su transición hacia una economía más abierta y competitiva.  Como cada país ha realizado cambios distintos, es difícil medirlos todos bajo un solo parámetro.

No obstante, algunos resultados más allá del abatimiento inflacionario y el regreso al crecimiento están ya a la vista.  Mientras que la mayoría de los países tenían deudas externas muy elevadas como proporción del PIB, se ha visto un proceso de desendeudamiento paulatino.  Por ejemplo, en 1990 Argentina tenía una deuda externa del 44.0 por ciento de su PIB, Brasil estaba en 71.8 por ciento, Chile en 63.3 por ciento, Colombia en 42.8 por ciento y Venezuela en 68.3 por ciento.  Cinco años después, todos mostraron caídas significativas en estas proporciones: Argentina a 31.5 por ciento; Brasil a 23.2 por ciento; Chile a 31.6 por ciento; Colombia a 28.9 por ciento; y Venezuela a 49.9 por ciento.

El único país que tiene una deuda mayor hoy en día, comparado con la de 1990 es México.  En 1990 esta relación era de 42.8 por ciento, mientras que para 1995 se estimaba en 64.5 por ciento.  En parte, esta aumento se debe al gran error de los Tesobonos, y otra parte a la caída tan grande sufrida en la economía en 1995.  De todos modos, hoy en día ninguno de los países principales latinoamericanos tiene una deuda mayor que México.  De hecho los tres países con mayor deuda son economías muy pequeñas, siendo éstas Panamá, Ecuador y Bolivia.

En la época de Aspe, mucho se presumía de que nuestra deuda era de una proporción menor que la gran mayoría de los países europeos.  Hoy en día, nuestra deuda pública asciende aproximadamente a 71.4 por ciento del PIB (aunque varia según la fuente y la metodología utilizada).  Si tomamos datos de la OCDE, podemos observar que nuestro nivel de deuda esta muy cerca del promedio de los países industrializados.  Por ejemplo, estamos por debajo de Bélgica, Grecia, Irlanda, Italia y Suecia; estamos por arriba de Finlandia, Francia, Alemania e Inglaterra; y no muy diferentes a Austria, Dinamarca, Portugal y España.

Sin embargo, todos estos países tienen una calificación de riesgo país muy por debajo de México, dado que tienen una capacidad probada para enfrentar el servicio de su deuda muy por arriba de la nuestra.  Esto significa, que nosotros tenemos que pagar mayores intereses.  Al mismo tiempo, podríamos estar seguros de que nuestro perfil de deuda es de más corto plazo que el conjunto de estos países, implicando una amortización mayor durante los siguientes años.  La combinación de intereses y amortización, significa que ante una deuda igual, nuestro servicio sobre la deuda va ser mucho más pesada.

Estas comparaciones nos llevan a ver que tenemos un servicio de deuda mayor que el promedio de los países industrializados, mientras que nuestra deuda es mayor que la mayoría de los países latinoamericanos.  Sin embargo, esta situación se debe al tropieza mayor que cometió el gobierno con la devaluación de 1994.  Como consecuencia de los errores de instrumentación de la política económica, aumentó nuestra calificación de riesgo-país, aumentó la tasa de interés sobre la cual pagamos nuestra deuda y disminuyó el PIB, que representa la base de comparación con otros países.

Antes de la devaluación, México había avanzado en la reducción de la carga de la deuda.  Ahora tenemos que volver a crecer y aumentar nuestras exportaciones, antes de volver a observar los niveles que teníamos.  ¿Podremos alcanzar el crecimiento sostenido necesario sin más tropiezos?



jueves, 12 de septiembre de 1996

Brasil y la Experiencia Mexicana

 Pulso Económico


Brasil y la Experiencia Mexicana


Por: Jonathan Heath®


Durante la primera mitad de esta década, la mayoría de los países latinoamericanos realizó grandes esfuerzos de estabilización económica y reforma estructural.  En general, todos los casos se habían considerado exitosos, hasta que la crisis mexicana de finales de 1994 sembró dudas en los demás países.  El más afectado del contagio fue Argentina como resultado de la falta de flexibilidad ante su Plan de Convertibilidad.  El menos afectado fue Chile, que llevaba la delantera a todos por haber iniciado sus esfuerzos de reforma muchos años antes.  Sin embargo, a pesar de la experiencia mexicana, es Brasil el que hoy en día parece enfrentarse a una situación muy similar a la que tenía México poco antes del derrumbe.

Tradicionalmente, Brasil ha sostenido un superávit en su balanza comercial para financiar buena parte de los pagos de interés hacia el exterior.  Como resultado, había logrado mantener un déficit pequeño en su cuenta corriente o inclusive, en algunos años un superávit.  A pesar de su inflación elevada, siempre sostuvo una política de depreciación de su moneda para evitar una sobrevaluación.  Sin embargo, nunca pudo disminuir su déficit fiscal, alimentado por una política monetaria acomodaticia.

A mediados de los ochenta, experimentaron con el Plan Cruzado, un intento de estabilización heterodoxa.  Aunque tuvo un éxito inicial en abatir la inflación, terminó fracasando dado que nunca eliminaron lo que en una primera instancia provocó la inflación: el déficit fiscal.  Como proporción del PIB, el déficit fiscal llegó hasta el 65.6 por ciento en 1993, con un promedio anual arriba del 40 por ciento entre 1990 y 1993.  Como resultado, la inflación promedió más de 1,500 por ciento anual durante los mismos años y la economía se encontró estancada con un crecimiento promedio anual del 0.2 por ciento.

Como respuesta a su problemática, Brasil instrumentó en 1994 un nuevo esfuerzo de estabilización, llamado el Plan Real.  Introdujeron una nueva moneda, el real, en julio de ese año, a una tasa de cambio de 2,750 cruzeiros reales (la moneda anterior).  A través de una nueva disciplina fiscal y monetaria, lograron reducir la inflación a 23.2 por ciento en 1995 y para este año se espera que termine cerca de 14 por ciento.  La economía empezó a responder con un crecimiento promedio anual de 4.9 por ciento en 1994 y 1995, a pesar del “efecto tequila” que empezó a tener sus efectos a partir del tercer trimestre del año pasado.

Hasta ahora, el contagio de la crisis mexicana ha tenido una repercusión menor en la economía brasileña.  Provocó una desaceleración al final del año pasado, limitando el crecimiento del PIB a 4.1 por ciento.  Después de dos trimestres lentos, la mayoría de los analistas espera una recuperación plena para la segunda mitad de este año, con tasas de crecimiento cercanas al 6 por ciento.

El problema fundamental de Brasil es que han utilizado al tipo de cambio como un instrumento importante en la reducción de la inflación, provocando, en opinión de muchos, una sobrevaluación de la moneda.  Las importaciones han mostrado un dinamismo importante, creciendo 42.7 por ciento el año pasado.  Como resultado, la balanza comercial, que siempre ha registrado un superávit, tiene ahora déficit.  Pasó de un superávit de 10,466 millones de dólares en 1994, a un déficit de 3,157 millones de dólares el año pasado.  La cuenta corriente, que había sido positiva hace apenas unos años, llegó a representar un déficit de 17,784 millones de dólares en 1995.

Al igual que México en años anteriores, Brasil ha podido sustentar un déficit creciente en su cuenta corriente a través de las entradas de capital.  Gracias a la inversión extranjera y a préstamos de la banca comercial, ha logrado acumular una gran cantidad de reservas internacionales, que representaron casi 8 meses de importaciones el año pasado.  Este año se estima que sus reservas podrán llegar a 60 mil millones de dólares.

La situación actual en Brasil es muy parecida a la que existía en México en 1993.  En ese momento, el gobierno mexicano instrumentó una política monetaria muy restrictiva para asegurar que el tipo de cambio pudiera mantenerse intacto.  Se logró frenar el crecimiento de las importaciones y la balanza comercial no creció mucho en comparación con el año anterior.  Sin embargo, la economía creció apenas 0.6 por ciento.  Al aprobarse el TLC y en anticipación a las elecciones presidenciales, se empezó a relajar la política monetaria en 1994.  En combinación con otros eventos muy conocidos por nosotros, todo desembocó en la gran devaluación de diciembre de 1994.

Justamente el año pasado, el gobierno brasileño instrumentó una política monetaria muy restrictiva para defender el tipo de cambio y tratar de frenar el crecimiento de las importaciones.  El resultado fue una desaceleración de la economía.  Ahora, las autoridades están empezando a relajar la política monetaria en busca de la reanudación del crecimiento económico.  La política cambiaria actual es de bandas, en la cual se permite un desliz pequeño de 0.6 por ciento mensual, cuando la inflación promedio está cerca del 1.5 por ciento por mes.  Sin embargo, las autoridades sostienen que el tipo de cambio actual no está sobrevaluado.

Al igual que en México hace unos años, el controversial Profesor Rudiger Dornbusch ha vaticinado una crisis futura cercana para Brasil.  Aunque la mayoría de los analistas no comparten la opinión de Dornbusch, muchos admiten que existe el riesgo de una pérdida de confianza en el gobierno brasileño que podría llevar a una salida rápida de capital del país, precipitando un ajuste cambiario y el regreso de la inflación.  Uno de los problemas potenciales que podría provocar esta situación es la existencia de un déficit fiscal relativamente elevado (7.5 por ciento del PIB).  En la medida en que se vaya acercando la fecha de las elecciones presidenciales, la economía podría volverse todavía más vulnerable.

¿No fue suficiente la lección mexicana?






lunes, 9 de septiembre de 1996

Inflación y Desempleo en Argentina

 

Pulso Económico


Inflación y Desempleo en Argentina


Por: Jonathan Heath


Uno de los países que ha buscado y logrado la meta de inflación cero es Argentina.  Después de una larga y difícil historia inflacionaria, este país ha escogido la instrumentación de un Consejo Monetario para lograr una estabilidad total de precios.  Sin embargo, como consecuencia ha tenido que soportar una tasa de desempleo muy elevada y una recesión económica muy severa.  ¿Vale la pena el costo que está pagando?
En 1990 Argentina tuvo una tasa de inflación promedio de 2,314 por ciento, una tasa de desempleo de 6.3 por ciento y una economía que no crecía (mientras el PIB aumentó 0.1 por ciento, el PIB per cápita disminuyó 1.8 por ciento).  Al año siguiente empezaron a instrumentar su nueva estrategia económica llamada Plan de Convertibilidad.  La idea era eliminar la política monetaria interna y reemplazarla con una regla para la emisión de dinero, en la que no podría intervenir el Banco Central.  Únicamente se podría emitir un peso argentino si estaba respaldado por un dólar americano en reservas.  De esta manera, la única fuente de la base monetaria argentina era la de los dólares.
Como resultado, la inflación empezó a disminuir inmediatamente, llegando a 171.7 por ciento en 1991 y a 24.9 por ciento n 1992.  Durante los siguientes años siguió a la baja hasta llegar virtualmente a cero en 1996.  El PIB respondió positivamente con una tasa de crecimiento promedio anual de 7.8 por ciento entre 1991 y 1994, resultando en un incremento promedio anual per capita de 6.4 por ciento.  No obstante el buen desempeño en la actividad económica, la tasa de desempleo empezó a subir en forma alarmante, hasta llegar a 12.2 por ciento en 1994.
Quedó claro que el costo que tuvo que pagar Argentina para eliminar su inflación fue muy elevada.  En los primeros tres años de la instrumentación del Plan de Convertibilidad la inflación disminuyó de 2,314.0 por ciento a 4.3 por ciento, pero el desempleo subió de 6.3 por ciento a 12.2 por ciento.  Sin embargo, después de una larga experiencia con hiperinflación, la mayoría de los argentinos estaban contentos de haberla eliminado, a pesar de tener un problema grave en la falta de empleo.
No obstante, la prueba verdadera llegó en 1995 cuando sufrieron una recesión muy severa como consecuencia del contagio de la crisis mexicana.  Al observar cómo se derrumbaba la promesa mexicana, que había servido de ejemplo al resto de América Latina, muchos inversionistas pensaron que lo mismo podría pasar a Argentina y empezaron a retirar sus inversiones, ocasionando una importante fuga de capitales.  El mismo mecanismo del Plan de Convertibilidad hizo que esta disminución en la reserva de dólares se convirtiera en una reducción drástica de la base monetaria.  Esta falta de liquidez provocó que la economía argentina entrara en una recesión en 1995, que el PIB cayera 4.9 y que el desempleo se elevará a 18.6 por ciento.
Aunque la recesión no fue tan profunda como la mexicana, la economía argentina todavía no se recupera.  El PIB registró una caída de 3.2 por ciento en el primer trimestre de este año, mientras que la producción industrial se desplomó 9.6 por ciento.  Los analistas pronostican un crecimiento de 3 por ciento para 1996, más de un punto porcentual menor al crecimiento esperado para la economía mexicana.  La tasa de desempleo ha disminuido marginalmente de 18.4 por ciento hace un año a una tasa de 17.1 por ciento.
El problema agudo del desempleo ha llevado al gobierno argentino a fallar en algunas metas acordadas con el FMI, como la de reducir el déficit fiscal.  El nuevo ministro de Economía, Roque Fernández, ha tratado de introducir algunas nuevas medidas que aumentarían los impuestos, lo que provocó mucha oposición.  Un aumento del impuesto a estas alturas podría posponer la recuperación económica e incrementar la tasa de desempleo.  Sin embargo, el déficit fiscal representa uno de los puntos débiles que podría provocar un derrumbe del Plan de Convertibilidad.
Al examinar las perspectivas de la economía argentina, salen dos temas a relucir.  El primero es el pleito político para determinar al sucesor del Presidente Menem.  Hasta ahora, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, parece ser el candidato más probable.  Sin embargo, las presiones politices en torno a la sucesión empiezan a amenazar el poder del propio Menem, que está batallando con los problemas del desempleo, el déficit fiscal, la recesión y la solidez del Plan de Convertibilidad.
El segundo tema es, sin duda alguna, el del desempleo.  Desde hace tiempo se ha convertido en uno de los problemas políticos más agudos.  El gobierno está esperando que la recuperación económica, que empezó débilmente en el segundo trimestre de este año, comience a reducir el desempleo.  Sin embargo, muchos analistas piensan que el problema es estructural y por lo mismo, no podrá reducirse en forma importante aún con crecimiento económico.  A final de cuentas, un desempleo consistentemente elevado podría significar presiones politices tan fatales para el Plan de Convertibilidad, como el mismo déficit fiscal.
Sin lugar a dudas, el abatimiento total de la inflación ha provocado problemas series para la economía.  La pregunta obligada para los argentinos es ¿vale la pena el abatimiento inflacionario a la luz de que el desempleo se ha multiplicado por tres?
Muchos analistas sostienen sus perspectivas optimistas para la economía argentina y piensan que se podrá mantener el Plan de Convertibilidad intacto y un crecimiento futuro superior al 4 por ciento anual.  Sin embargo,otros opinan que es necesario introducir algo más de flexibilidad a la política cambiaría, dado que de lo contrario, podría darse una crisis futura en la que se derrumbaría el peso argentino y regresaría con fuerza la inflación.
La pregunta lógica, que no tiene respuesta fácil, es ¿qué es mejor, o menos malo, para la mayoría?

Comentarios, observaciones y críticas al Email: heath@infosel.net.mx


jueves, 5 de septiembre de 1996

El Mito del Abatimiento Inflacionario

 Pulso Económico


El Mito del Abatimiento Inflacionario


Por: Jonathan Heath



“La ciencia económica no trata únicamente de lo que se quiere, sino también de lo que se puede”.  - Paul Krugman


La teoría económica neoclásica argumenta en forma muy sólida la importancia del abatimiento inflacionario.  Esta posición la han adoptado casi todos los banqueros centrales hasta el grado de aspirar a la meta de inflación cero.  El punto contrario sostiene que la obsesión de abatir la inflación únicamente limita las posibilidades de crecimiento.  Ahora el afamado economista, Paul Krugman, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), afirma que las dos posiciones están equivocadas.

En un articulo escrito a invitación de la revista inglesa The Economist, el autor cuestiona la ortodoxia actual sobre el papel de la política monetaria en los países industrializados.  Dice que dentro de la ciencia económica existe una serie de dichos que todo mundo repite y por lo tanto dan por buenos.  Sin embargo, la realidad no se da a través de la repetición de frases que suenan correctas, sino por medio de la verdad.  Krugman asevera que muchas ideas económicas simplistas frecuentemente llegan a ser sellos de identidad para grupos de personas que piensan igual, que repiten ciertas frases continuamente y eventualmente confunden la repetición con la verdad.

En este sentido, Krugman dice que este es el caso de papel de la política monetaria.  Afirma que podemos y debemos rechazar las promesas insensatas tanto del crecimiento fácil como de la fe mística en las virtudes de la estabilidad de precios.

No obstante, vale la pena aclarar que Krugman se refiere a la obsesión de abatir la inflación a niveles cercanos a cero en los países desarrollados y no a la reducción de una inflación elevada en un país emergente como México.  Una inflación pronunciada que lleva a las personas y empresas a realizar esfuerzos muy importantes para evitar mantener saldos en efectivo, tiene costos muy visibles.  Sin embargo, este no es el caso de la mayoría de los países industrializados que hoy en día tiene inflaciones de un solo dígito.

El abatimiento total de la inflación tiene dos problemas fundamentales.  El primero es que involucra un costo demasiado elevado en contraste con los beneficios obtenidos.  Como ejemplos, Krugman menciona los casos de Estados Unidos y Canadá.  El notable fenómeno de los ochenta, que redujo la inflación de 10 por ciento a 4 por ciento en los Estados Unidos, fue posible por medio de un periodo prolongado de alto desempleo y capacidad ociosa.  La pérdida acumulada en la producción se estima en más de un billón de dólares (es decir, un millón de millones).

Actualmente en Canadá, tienen un Banco Central intensamente comprometido con la meta de abatimiento inflacionario (la inflación ahora es menor al 1 por ciento).  Sin embargo, la tasa de desempleo es superior al 10 por ciento, casi lo doble de la que existe hoy en día en Estados Unidos.  Una de las razones es que la ausencia casi total de inflación le resta flexibilidad a las negociaciones salariales.

El efecto de la inflexibilidad salarial se puede entender mejor a través de un ejemplo.  Si una empresa tiene problemas, puede reducir su costo laboral al no otorgar aumentos salariales, siempre y cuando exista algo de inflación (en términos reales). En México, la banca ha reducido hoy en día sus costos al no otorgar casi aumentos en los salarios.  Al existir inflación, el salario real se reduce automáticamente.  Si no existiera nada de inflación, las empresas tendrían que despedir a más personal para reducir sus costos, dado que no pueden reducir fácilmente los salarios nominales.

En la década de los sesenta, algunos economistas pensaban que existía una relación negativa entre la inflación y el desempleo (fenómeno conocido como la curva de Phillips).  Significaba que si se permite un poco más de inflación, esto provocaría más crecimiento económico y por lo tanto, menos desempleo.  Sin embargo, estudios posteriores sugirieron que esta relación era únicamente temporal, dado que después de cierto tiempo disminuía la producción y únicamente quedaba un nivel mayor de inflación.  Estudios más recientes apuntan que la baja posterior en la producción es mayor al aumento inicial, resultando no solamente en más inflación, sino también en más desempleo.

Ahora Krugman señala que los últimos estudios revelan diferencias significativas bajo distintos escenarios de inflación.  Cuando la inflación es sumamente baja, es decir casi inexistente, parece que esta relación sí se da.  Una inflación del 10 por ciento no reduce el desempleo más allá que una inflación del 5 por ciento.  Sin embargo, parece existir evidencia de que una inflación del 5 por ciento es preferible a una inflación inexistente.

En la misma forma, Krugman dice que la posición crítica en contra de los banqueros centrales está igualmente equivocada: no es cierto que un relajamiento en la política monetaria podría resultar en un crecimiento mayor de la economía.  Una buena parte de la argumentación presentada por la posición pro-crecimiento está basada en una relación aritmética, la cual alega Krugman, no tiene ningún sustento.  Durante los últimos cuatro años la economía norteamericana ha crecido a una tasa promedio anual menor al 3 por ciento, pero ha sido suficiente para reducir la tasa de desempleo en más de dos puntos porcentuales.  Si la economía hubiera crecido más rápidamente, uno podría suponer que el desempleo habría caído aún más.  Si es cierta la relación que establece este grupo de personas, uno tendría que pensar que la tasa de desempleo podría reducirse por debajo del 3 por ciento (nunca visto anteriormente), sin  ocasionar presiones inflacionarias.  Pregunta Krugman, ¿quién defendería esta posibilidad?

Estos comentarios seguramente van a causar mucha polémica y discusión.  Pero al final, Krugman dice que es importante deshacer mitos y aceptar realidades.  Sabemos que la ciencia económica busca cómo obtener lo que queremos.  Sin embargo, esto tiene que ser dentro de lo que es posible.


lunes, 2 de septiembre de 1996

El Informe, la Economía y el País

 

Pulso Económico


El Informe, la Economía y el País


Por: Jonathan Heath


Según la encuesta nacional trimestral realizada por REFORMA, dada a conocer ayer,

 la imagen del Presidente muestra signos de recuperación y se acerca al saldo positivo con que inicio su sexenio.  Como es de suponer tal como lo confirma la encuesta, la piedra angular para la construcción de una mayor popularidad presidencial se asienta en la mejora económica que ya siente parte de la población.
Sin mayor sorpresa, el Informe coincidió el día de ayer justamente con un reporte sobre la recuperación económica.  El Presidente dijo categóricamente que la etapa de emergencia económica ya se superó.  No dijo que se superó la recesión, ni la crisis devaluatoria en su conjunto.  En este sentido, fue muy cuidadoso al escoger sus palabras.  Admitió plenamente que falta mucho camino por recorrer para poder resarcir todo lo perdido como consecuencia de la crisis.
Sin embargo, la primer etapa de emergencia económica está ya superada.  Debemos entender que esto significa que la actividad económica ya no se está retrayendo, la inflación ya no está subiendo, las tasas de interés ya no son enormes, los compromisos de pagos al exterior ya no son insuperables y el empleo ya no está disminuyendo.  De todos modos, que no exista una situación de emergencia económica, no quiere decir que los problemas han desaparecido o que toda la población está tranquila.  Simplemente, significa que la parte más apremiante de la crisis la hemos dejada atrás.
La frustración por la falta de poder adquisitivo y de empleos productivos bien remunerados todavía existe.  La extensión y magnitud de la pobreza extrema sigue siendo uno de los problemas de máxima prioridad que enfrenta el País.  Pero el hecho de que se empiece a sentir que la recuperación puede llegar, ya es signo positivo para muchos.  Hace un año muchos sentíamos que la recuperación era algo inalcanzable.  Este cambio era algo inalcanzable.  Este cambio es lo que se refleja en la recuperación de la imagen del Presidente.
Aunque no hubo sorpresas en el Informe, definitivamente escuchamos algunas aclaraciones o mensajes importantes.  En torno a la economía y a la política económica, se reiteró que se va a seguir básicamente con el mismo paquete de medidas económicas que se han venido manejando durante el último año, es decir, se van a mantener la disciplina fiscal y monetaria, con un régimen cambiario de flotación.  Ahora que la economía empieza a responder se va a mantener lo que ya da resultados.
La estrategia principal para 1997 será buscar un crecimiento en la actividad económica de por lo menos 4 por ciento, con menos inflación y tasas de interés más bajas.  El hecho de que se mencionó en forma explícita la meta de crecimiento pero se relegó el abatimiento inflacionario simplemente a una baja, refleja que habrá prioridad mayor en el crecimiento.  Sin embargo, el hecho de que el Presidente haya sido muy claro al decir que no se va a utilizar el gasto público como motor de crecimiento, sino más bien se va a mantener el equilibrio en las finanzas públicas, es indicio de que no se buscará el crecimiento a través de políticas que pudieran provocar una mayor  inflación.
Seguir con el mismo programa económico, continuar con las reformas estructurales y tratar de aumentar el ahorro interno, es un mensaje claro de que se mantiene el rumbo actual sin desviaciones no adecuaciones en el modelo económico ni en la política económica.  Ahora que se empiezan a sentir los resultados, el Presidente seguramente podrá mantener el rumbo con menos críticas que antes.
Tenemos que recordar que el debate en torno al modelo económico siguió tomando fuerza en la medida en que pasaba el tiempo y no había mayores resultados.  No podemos esperar que este debate desaparezca, pero sí deberíamos observar un ligero aumento en el apoyo a la estrategia actual.
El Gobierno y el partido político, que han disfrutado del poder durante los últimos sesenta y cinco años, han apostado a la recuperación económica una buena parte de sus futuras posibilidades y su desempeño en las elecciones del año entrante.  En sí, esta estrategia es la adecuada dado que el desempeño de la economía es lo que más nos interesa.  Algunos afirman que otros temas, como el de la seguridad, son más importantes.  Pero en la medida en que mejore la situación económica los actos de violencia, robos y asaltos podrán disminuir, dado que son reflejo principalmente de la frustración y desesperación por el desempleo y la falta de oportunidades.
La gran pregunta es si a través de la política económica vigente, el Gobierno podrá lograr una recuperación lo suficientemente robusta para convencer a la mayoría en la elecciones el año entrante  Seguramente habrá muchos que votarán por la Oposición a pesar de una recuperación, simplemente como castigo por provocar la crisis actual.  Sin embargo, no existe fórmula superior para ganar votos que la de mejorar el desempeño económico.  La política económica actual va produciendo resultados lentos, pero seguros. ¿Será suficiente?
Parte del dilema es que el Gobierno podría impulsar, a través del gasto público, un mayor crecimiento.  El Presidente fue claro al decir que se mantendrá equilibrio en las finanzas y que no se utilizará el gasto como vehículo electoral.
Sin embargo, todavía no existe la credibilidad en el Gobierno para pensar que no habrá intentos encubiertos de promover mayor actividad económica.  Este se podría dar a nivel regional o local aprovechando un incremento en recursos, a través de los bancos de desarrollo que nunca han dado cuentas claras, a través de tantos fideicomisos que existen por vía del programa piloto de combate a la pobreza extrema que acaban de anunciar, o a través de un sinnúmero de maniobras que con mucha imaginación sabemos que es capaz de realizar nuestro Gobierno.
Como en el cuento de “…ahí viene el lobo”, -¿ahora sí será verdad?.

Comentarios, observaciones y críticas al Email: heath@infosel.net.mx


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