lunes, 22 de septiembre de 1997

Guillermo Ortíz Martínez

 

Pulso Económico


Guillermo Ortíz Martínez


Por: Jonathan Heath


Hace poco más de un mes, presentamos aquí lo que pensamos que deberían ser los requisitos mínimos para ser candidato a gobernador del Banco de México, buscando primero analizar las cualidades del puesto para después examinar a los candidatos principales.  Posteriormente, analizamos a Francisco Gil Díaz, Jesús Marcos Yacamán, José Julián Sidaoui Dib, Eduardo Fernández García y Carlos Ruiz Sacristán, quienes eran los candidatos más viables en ese momento para sustituir a Miguel Mancera Aguayo.  Posteriormente, a manera de conclusión, expusimos una lista de otras personas que se han mencionado como candidatos, que incluía a Sergio Ghigliazza, Jesús Silva Herzog, Santiago Levy, Pedro Aspe, Fernando Solana, Guillermo Ortiz Martínez, Guillermo Güemes García y Agustín Carstens.  No analizamos a todos en la lista por falta de espacio y por considerar que sus posibilidades no eran muy elevadas para aspirar al puesto.

Durante el último mes, han aparecido muchos comentarios, más rumores y cambios en las percepciones de los distintos candidatos.  Casi de inmediato, Carlos Ruiz Sacristán se autodescartó para ser un candidato viable.  Pero lo más importante de todo es que ha surgido con mucha fuerza el nombre del actual secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz Martínez, como un candidato serio para el puesto.

Sinceramente, llama la atención la consideración de Ortiz Martínez para ser el siguiente gobernador.  Primero, por que el puesto de secretario de Hacienda es de mayor jerarquía que el de gobernador del banco central.  Hay que recordar que durante casi toda su historia, el banco siempre estuvo subordinado a la Secretaría de Hacienda.  Por lo mismo, el cambio del actual secretario tendría que verse como un castigo y no como un premio, consecuencia de un desempeño que no habría sido óptimo.  Hasta ahora, la percepción del secretario es muy buena, ha realizado un buen trabajo y goza de cierto prestigio, tanto dentro como fuera del País (bueno, a excepción del bloque opositor de la Cámara).

Segundo, para tapar un hoyo se estaría haciendo otro más grande.  ¿Quién podría ocupar el puesto de secretario de Hacienda durante los siguientes tres años que serán clave para evitar la crisis financiera del año 2000?  Tendría que ser alguien con mejores credenciales y prestigio que el propio Ortiz Martínez y, sinceramente, está muy flaca la caballada.

Tercero, el poner a un político al frente el Banco d México limitaría la imagen de un banco central autónomo u dificultaría su consolidación como organismos independiente.  Pero peor aún, si este político es el secretario de Hacienda, la señal que se estaría mandando es que habrá una subordinación total del banco a la secretaría.  Se estaría poniendo al encargado de Hacienda en el puesto máximo de la política monetaria, para asegurar que éste cumpla con los mandatos del gobierno.  Esta sería la peor señal para la consolidación necesaria de esta institución.

Cuarto, algunos analistas argumentan que sería clave poner a Ortiz Martínez en el Banco de México para asegurar una modificación en la política cambiara del País.  Hoy en día, estiman que existe un peligro de sobrevaluación de la moneda que, seguramente, llevará al País a una crisis devaluatoria en el año 2000.  Cualquiera de los subgobernadores actuales mantendrá la misma política, si es que llegara a ser gobernador.  Por lo mismo, habría que poner a Ortiz Martínez al frente del banco, dado que es conocido que él favorece una política cambiaria tipo chilena, que mantendria un tipo de cambio real.

Sin embargo, esta línea de argumentación es absurda.  Tiene más poder el secretario de Hacienda para determinar la política cambiaria, que el gobernador del Banco de México.  Esta es función de la Comisión de Cambios, compuesta por tres miembros de Hacienda.  Si Ortiz Martínez quiere cambiar o adecuar la política cambiaria hoy, tiene todo el poder para hacerlo.  Si no lo ha hecho es porque está convencido que habría que darle el beneficio de la duda a la política actual.

No hay la mínima sospecha sobre las capacidades técnicas de Guillermo Ortíz Martínez.  Nació en la Ciudad de México el 21 de julio de 1948, por lo que hoy tiene 49 años de edad.  Es economista de profesión, con maestría y doctorado en economía de la Universidad de Stanford, con especialización  en teoría monetaria.  Trabajó desde 1977 en el Banco de México, dejándolo únicamente el sexenio pasado para ser subsecretario de Hacienda.  Estuvo como representante del Banco de México en el Fondo Monetario Internacional por cuatro años.  Tiene un carácter fuerte e independiente, con una capacidad de liderazgo demostrado.  Aunque lleva tiempo fuera del banco, siempre ha estado en puestos muy ligados a la política monetaria y fiscal del País.

Sin embargo, tiene todas las aspiraciones políticas de un secretario de Estado, ya que es miembro del PRI desde 1965.  Más que vocación de banquero central, Ortiz Martínez aspira, como político, a algo más grande.  Aunque goza de excelente prestigio como secretario de Hacienda, tanto en México como en el exterior, no sería bien visto como candidato a gobernador del banco central, dado que no se vería como alguien que consolidaría  la autonomía.

Por lo mismo, la calificación final (con la misma escala y criterios que hemos utilizado anteriormente) de Guillermo Ortiz Martínez es de 8.5, lo cual lo coloca por debajo de los tres subgobernadores que analizamos, pero arriba de los demás candidatos externos que hemos considerado.  Al final de cuentas, no le pide nada a nadie en cuanto a su capacidad técnica, conocimiento de la teoría y política monetaria y habilidad de liderazgo.  Sin embargo, la debilita el hecho de que es el actual secretario de Hacienda.  Se estaría mandando una señal, tipo Echeverría, de que la política monetaria se manejaría desde Los Pinos.

No hay razón convincente para remover a Ortiz Martínez de la Secretaría de Hacienda.  Es un puesto clave para la conducción de la política económica del País.  Estamos en un momento crucial del sexenio y, poco a poco, regresan la confianza y la credibilidad en el Gobierno.  Ya tenemos la tan codiciada recuperación macroeconomía, pero persiste el reto de expandirlo a la mayor parte de la población, de resarcir lo más que se pueda la pérdida en el poder adquisitivo, de sostener el crecimiento económico y el ritmo actual de creación de empleos, así como incrementar el gasto social efectivo y remediar el problema del sobreendeudamiento.

Queda por delante la tarea de evitar la crisis financiera del año 2000.  El encargado de esta tarea es el secretario de Hacienda.  Tiene en sus manos todos los instrumentos necesarios, incluyendo la política cambiaria. .Tenemos ya la persona ideal para ese puesto.  Necesitamos a alguien que no quiera evadir esta responsabilidad, aceptando un cargo en otro lado.  Por lo mismo, Guillermo Ortiz Martínez no es el candidato ideal para ser el próximo gobernador del Banco de México.


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jueves, 18 de septiembre de 1997

¿Debate o Plática de Sordos?

 

Pulso Económico


¿Debate o Plática de Sordos?

Por: Jonathan Heath

El día primero de septiembre, en su Tercer Informe de Gobierno, el Presidente de la República hizo el llamado que ya todos comentan, para sostener un debate sobre la política económica que se deberá seguir en nuestro país.  Como resultado de lo mismo, muchos ya han comenzado a discutir y a plantear sus opiniones en torno a los límites y alcances de la política actual.  La cúpula empresarial ya sostuvo su simposium y la gran mayoría de los editoriales y artículos de opinión versan sobre lo mismo.
Los primeros resultados del debate han sido francamente una decepción.  Por un lado, todos argumentan que se debe realizar un diálogo abierto y serio en donde todos tenemos que escuchar y mantener una postura flexible.  Pero la verdad es que nadie quiere escuchar, sino únicamente que lo escuchen.  Cada quien cree saber la verdad o sostener la interpretación correcta.  Aunque dicen que quieren dialogar, realmente cada quien participa en un monólogo.  Queremos que los demás nos escuchen, que sean flexibles en sus posturas y que tengan la mente abierta.  Pero no aplicamos la misma lógica hacia nosotros mismos.
Hasta ahora se han mostrado tres vertientes.  En un extremo están el Presidente, los funcionarios públicos, los representantes de la cúpulas empresariales, los banqueros, los académicos con estudios en los Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial.  Esta posición sostiene que el modelo actual es el correcto y que cuando mucho, necesita algunas adecuaciones menores.  Ya vamos creciendo, la inflación va a la baja, se están generando empleos y poco a poco va regresando la confianza de los extranjeros en el país.  El instrumento principal es la ley de la oferta y la demanda, mientras que los pobres ya tienen el programa “Progresa”.
Esta vertiente sostiene que no debe estar a discusión la esencia de una economía de mercado, ni la importancia de abatir la inflación.  La discusión se debería de concentrar casi exclusivamente en cuál tendría que ser el régimen cambiario, cuál el contenido de la reforma fiscal y algunos otros temas menores.
En el otro extremo tenemos a los que culpan al modelo actual de todos los males que aquejan al país.  El liberalismo a ultranza perjudica a la gran masa de la población, a través del desempleo y la merma continua de sus salarios.  Es un modelo diseñado para beneficiar a los ricos y por lo mismo, tiende a empeorar la distribución del ingreso.  La única forma de contrarrestar al mercado es a través de una mayor responsabilidad del Estado.
Esta vertiente busca una revisión a fondo de las políticas de apertura, privatización y desregulación.  El mercado no es un mecanismo confiable y por lo mismo, necesita regulación y supervisión, junto con precios controlados, subsidios y mayor gasto social.
La tercera vertiente no pertenece a ninguno de los extremos.  Es la del desinterés en los detalles y en el cómo.  Simplemente se limita a demandar resultados.  Aquí es donde se sitúa la gran mayoría de la población.  A ellos no les interesa el debate ni van a participar en él.  Pero al final de cuentas, son a quienes más les va a afectar el resultado.
El problema es que hasta ahora no existe punto intermedio en donde se pudieran encontrar los dos extremos.  Cada grupo quiere que el otro se acerque a su extremo, dado que piensa que está en lo correcto.  Para ellos el debate consiste en convencer a los demás que están bien y los demás están mal.
Veamos algunos ejemplos.
Un representante del extremo neoliberal es Roberto Salinas León.  En su columna de El Economista, Roberto ha manifestado reiteradamente la importancia de las libertades individuales, la protección de la propiedad privada, el cumplimiento de los contratos voluntarios, la libre entrada y salida de los mercados y la superioridad de las fuerzas de mercado para la asignación óptima de recursos.  Para él, parte del problema ha sido la falta de desregulación y demás reformas inconclusas.
En uno de sus últimos artículos dice que el ataque al modelo neoliberal por la oposición descansa en una ficción semántica.  Los criterios que él defiende no son parte de una agenda neoliberal de derecha, sino más bien condiciones necesarias para lograr el progreso económico a largo plazo.  Por lo mismo, una economía libre, con un Estado limitado, es la mejor y única forma para que haya bienestar para todos.
Un representante del extremo opuesto es Lorenzo Meyer.  El visualiza al modelo actual como uno en el cual predomina la “selección natural” que favorece la concentración de la riqueza y que ofrece, a nivel de discurso, el bienestar por goteo.  Pero, en la práctica las masas no tiene formar de ganar y se da un proceso de pauperización continua.
Mientras que la visión de Salinas León es que solamente el mercado puede acabar con la pobreza, la visión de Meyer es que el mercado la acentúa y promueve una distribución inequitativa del ingreso.  Estas dos visiones son diametralmente opuestas.  Simplemente no existe terreno intermedio para negociar.
Para llegar a un consenso, los que están a favor del modelo neoliberal tendrán que reconocer que el mercado no sirve para abatir la pobreza y menos la pobreza extrema.  Tendrán que aceptar que la mayoría de los mecanismos que se han utilizado hasta ahora son más bien paliativos que no solucionan el problema.  Se tendrá que hacer mucho más que los programas de bajo costo recomendados por el Banco Mundial.
Al mismo tiempo, los que se oponen al modelo actual tendrán que aceptar que los mecanismos del mercado no solamente son muy eficientes para asignar la mayoría de bienes en la economía, sino que la las más de las veces que se busca corregir sus fallas, se termina por crear problemas mayores.  Tendrán que aceptar que la inflación termina por perjudicar a los pobres y que será más fácil resolver nuestros problemas dentro de un ambiente de estabilización y crecimiento continuo.  También tendrán que aceptar la realidad de la globalización y las responsabilidades de las deudas adquiridas.
Conozco personalmente tanto a Roberto Salinas como a Lorenzo Meyer.  A los dos los respeto mucho y reconozco su inteligencia, su capacidad analítica y su entrega al debate serio.  Han llegado a sus conclusiones después de años de estudio, investigación y meditación.  Sin embargo, los dos se sitúan en los extremos del debate y nunca cederán su posición ideológica.  Como ellos, tenemos centenares de analistas serios en cada lado del debate, cada quien convencido de su posición intelectual.
Simplemente visualizan al mundo y a México en forma distinta.  ¿Funcionará el debate?  O será, simplemente, una plática de sordos.


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lunes, 15 de septiembre de 1997

Educación Mediocre, Camino a la Corrupción

 

Pulso Económico


Educación Mediocre, Camino a la Corrupción


Por: Jonathan Heath


La semana pasada comentamos sobre la calidad del sistema educativo mexicano.  Señalamos que los objetivos de la política educativa son muy precisos: que más mexicanos vayan a la escuela y completen más ciclos educativos.  Sin embargo, el problema no es simplemente la cantidad de años de estudio, sino más bien tenemos un problema educativo de fondo: el de la calidad.

Comentamos que el problema es muy profundo y arraigado y tiene que ver con la filosofía misma de la manera que se educa en nuestras escuelas.  El problema es que a lo que nos enseñan es a memorizar y no a pensar.  Como resultado del artículo, recibí una gran cantidad de comentarios, tanto por teléfono y fax, como por e-mail, manifestando apoyo a esta observación.  En general, no solamente están de acuerdo, sino que señalan ejemplos múltiples que subrayan la pobreza de nuestro sistema educativo.

El año pasado, comenté acerca de la política presupuestal en relación a nuestra educación.  En los países asiáticos, el énfasis educativo es en la primaria.  Los años básicos de la enseñanza son más generalizados entre la población y, por lo mismo, llegan a más personas.  En cambio, la educación universitaria es más elitista por naturaleza.  Por lo mismo, el Gobierno debería de gastar casi la totalidad de su presupuesto en extender y mejorar la educación primaria y media superior, dejando que la universitaria sea en función del sector privado o de mecanismos públicos que busquen su autofinanciamiento.  Tal y como algunos me señalaron, deberíamos enseñar a nuestros niños a pensar, investigar, leer y a discutir desde pequeños.

El enseñar el gusto por la lectura es un elemento básico de nuestra educación.  Por algo, las estadísticas señalan que somos de los países a nivel mundial con la más baja venta y distribución de libros.  El promedio de venta de periódicos en México es más bajo que en la mayoría de los países latinoamericanos.  Esto es reflejo de nuestro sistema educativo.

Un ejemplo personal puede ilustrar nuestro problema.  Mi hijo, que acaba de terminar la secundaria, llevaba en su escuela una materia adicional que se llamaba Taller de Lectura.  El director de la escuela pensó que era importante inculcar el hábito de la lectura en los jóvenes.  Sin embargo, la maestra les puso a leer a Hamlet, una obra compleja de Shakespeare, y a Kafka, un filósofo checo muy denso.  Poner a un joven a leer este tipo de obras es antipedagógico.  El resultado fue que ahora a mi hijo no le gusta mucho la lectura y no lo puedo culpar.

Parte de la formación educativa tiene ue ser transmitir el gusto por el conocimiento.  La lectura debe ser algo agradable y que dé una recompensa, a través de una experiencia grata.  La discusión debe tener un valor muy importante dentro de la escuela, para que el alumno vea que existen diferentes puntos de vista, que pueda expresar adecuadamente el suyo y que a la vez sepa escuchar.

No solamente debemos enseñar a pensar sino también  competir, a tratar de ser mejores siempre.  Una persona que sabe razonar y competir es valiosa para la sociedad.  Sin embargo, nuestro sistema educativo parece dejar en el alumno la ley del menor esfuerzo.  Aquí un buen ejemplo lo podemos encontrar en las universidades, en donde llegan  culminar no solamente todos los estudios, sino también todas las deficiencias.  En vez de tener alumnos que busquen superarse y que tengan un apetito por el conocimiento, nos encontramos con una mediocridad desconcertante.

Primero, muchas universidades tienen todavía el sistema de salones en donde los mismos alumnos comparten todas las materias.  Esto, en vez de fomentar un ambiente verdaderamente universitario y competitivo, simplemente refleja una extensión de la prepa.  Fomenta la unidad entre los alumnos, para reducir el nivel académico a través de un frente común contra el maestro.

Segundo, muchos alumnos tienen pase automático y, por lo mismo, un nivel académico muy pobre.  Otra vez el resultado es que bajan el nivel académico dado que son estudiantes mal preparados, sin ganas realmente de aprender. . Esto no es exclusivo de las universidades públicas, sino que también existe en universidades privadas de reputación, pero ligadas al mismo sistema de educación media superior.

Tercero, no se fomenta la competencia entre los alumnos sino más bien la mediocridad.  Cuando el maestro deja un trabajo, lo hacen en equipo o en forma colectiva.  Siempre existe una o dos personas que realizan el trabajo y el resto del salón termina por copiarlo.  No les enseñan a realizar trabajos de investigación, acudir a las bibliotecas o periódicamente realizar ensayos, pero finalizando la carrera les piden una tesis formal.  Este proceso es nefasto, ya que van de un extremo (de no enseñar a investigar) al otro (de pedir un trabajo final formal para titularse).

Estos contrastes los tengo muy presentes.  Estudié la preparatoria en un colegio con el sistema americano.  Nos enseñaron a investigar, a utilizar las bibliotecas, leer mucho, escribir ensayos o trabajos en forma rutinaria, debatir ideas y filosofías, cuestionar los conocimientos y competir por las calificaciones.  Posteriormente, ingresé a una universidad privada mexicana con pases automáticos y sistema de salones, en donde mis compañeros no sabían investigas, debatir y competir.  Todo el salón se ponía de acuerdo para bajar el nivel académico y tratar de aprender lo mínimo posible.  Finalmente, fui a estudiar un posgrado en los Estados Unidos en una de las universidades más competitivas.  El choque cultural fue inmenso..

Pero la experiencia más aguda la he adquirido a través de la docencia.  Cada vez los alumnos están menos preparados y menos dispuestos a luchar por lo que realmente importa.  He dado clases de posgrado en donde he tenido que repasar conocimientos básicos, que se deberían de haber adquirido desde la preparatoria.  Me he dado cuenta de que no saben aplicar las teorías que vieron en otras materias.

Necesitamos enseñar a nuestros hijos a pensar, competir, investigar, debatir, leer y disfrutar de la educación.  Tenemos que dejar atrás las prácticas de memorizar, de conformarse con lo mínimo, de aceptar la mediocridad y de no gozar la enseñanza.  Nuestros problemas actuales de corrupción e impunidad son reflejo de los valores adquiridos a través de nuestro sistema educativo.

Todos nuestros esfuerzos por mejorar el País serán en balde, si no mejoramos la calidad de la educación.


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