jueves, 28 de enero de 1999

El Programa Monetario para 1999

 

Pulso Económico


El Programa Monetario para 1999


Por: Jonathan Heath


El martes pasado 

se dio a conocer el programa monetario para 1999 el cual ratifica la meta de inflación de 13 por ciento.  Había un consenso de que la inflación terminará en 16.5 por ciento.  Ahora que se conoce el programa, ¿cambiara esta expectativa de inflación?
Es difícil pensar que de los últimos cinco hubo un año en que se anticipaba tanto el programa monetario del Banco de México.  Será que hasta el año pasado se había observado una clara tendencia a la baja en la inflación.  Por lo mismo, simplemente esperábamos que el Banco Central ratificara su programa para quedar tranquilos de que seguirían los mismos esfuerzos.  Al romperse esta tendencia, est

ábamos todos a la espera de ver qué iba a anunciar para corregir y mejorar la efectividad de su política.  Finalmente, el martes pasado nos dijeron que simplemente podemos esperar más de lo mismo.
Hasta hace poco estábamos contentos con “más de lo mismo” porque sentíamos que era una política adecuada.  Sin embargo, los acontecimientos del año pasado revelaron algunos puntos muy importantes acerca de la efectividad de la política monetaria.  Primero, lo que realmente contribuyó a la baja de la inflación en 1996 y 1997 fue la apreciación del tipo de cambio.  En el momento en que la moneda presentó una depreciación importante, se revirtió la tendencia.  En este sentido, la política monetaria simplemente iba acomodando las presiones que se presentaban a través del tipo de cambio.  Si había una apreciación, la política acomodaba la presión hacia la baja.  Si había una depreciación, la política acomodaba la presión al alza.  Por lo mismo, nos dimos cuenta de que la política monetaria era casi neutral en términos de su efectividad para abatir la inflación.
Segundo, la política monetaria actual no es muy efectiva ante la presencia de shocks externos.  Entre 1996 y 1997, cuando presenciamos un entorno relativamente estable sin grandes shocks del exterior, la política monetaria contribuía a acomodar una reducción gradual en la inflación.  Sin embargo, ante los shocks del año pasado (que fueron numerosos), nos dimos cuenta que la política perdió su efectividad.  El Banco argumenta correctamente que sin haber apretado más su política de “cortos”, seguramente la inflación hubiera sido aún mayor.  Pero de todos modos, se rompió la relación clara que se observó en 1996 entre la política de cortos y la eventual reducción en la tasa de interés (al revisarse a la baja las expectativas de inflación).  Al final de cuentas, los cortos fueron insuficientes para neutralizar el efecto negativo de los shocks.
Aquí habría que aclarar que es muy difícil instrumentar una política monetaria efectiva ante la presencia de shocks externos, especialmente cuando el gobierno está dispuesto a incrementar los precios de los productos más visibles que tienen una ponderación importante en el índice de precios (por ejemplo, la gasolina y las tortillas).  En este sentido, la sociedad tuvo que pagar un precio elevado en términos de una mayor inflación, por la precaria situación fiscal que sostiene el gobierno federal, es decir, un sistema fiscal altamente dependiente de recursos petroleros.  La falta de una reforma fiscal la seguimos pagando a través de la merma en nuestro poder adquisitivo.
La tarea del Banco de México no es fácil.  Se le está criticando por no corregir su meta de inflación para 1999, que es de 13 por ciento.  A estas alturas existe un consenso unánime de que esta meta es casi imposible de alcanzar.  Recalco unánime, por que hasta las mismas autoridades monetarias (off the record, of course) piensan que no se puede lograr, o bien, que el costo que tendríamos que pagar para poder alcanzarlo es demasiado elevado.  Por lo mismo, el haber sostenido la misma meta les resta credibilidad.
Sin embargo, no pueden corregir la meta nada más porque quieren un número fácil de cumplir.  Primero, al incrementar la meta estarían mandando un mensaje de que se están dando por vencidas antes de iniciar la pelea.  Segundo, una meta mayor casi automáticamente daría lugar a mayores aumentos salariales, contribuyendo a una mayor inflación.
Al final de cuentas, es muy difícil sino casi imposible, limitar la oferta de dinero al grado de forzar el cumplimiento de la meta de inflación.  Si el Banco Central quiere efectivamente abatir la inflación requiere de una mayor credibilidad.  Pero la credibilidad se obtiene en el grado en que cumple sus metas.  Reconocemos que las autoridades monetarias están actualmente atrapadas en este circulo vicioso.  Quizás lo que esperábamos en el programa monetario era una fórmula mágica que nos dijera cómo romperla.
Sin embargo, no hubo tal fórmula mágica.

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martes, 26 de enero de 1999

La Pobreza y la Política Económica

 

Pulso Económico


La Pobreza y la Política Económica


Por: Jonathan Heath


La cuarta visita de Juan Pablo II a México ha sido objeto de una intensa reflexión por muchos sectores de nuestra sociedad.  Somos un país dominantemente católico que ha enfrentado una merma moral y social en la última década a raíz de las dificultades económicas que hemos padecido.  Muchos han cuestionado a la política económica, pero también surge la duda en cuanto al papel de la Iglesia en lo que nos ha pasado.

Al hablar de la pobreza y la política económica, muchos se referirían al tema de la pobreza de la política económica.  La atención que se ha puesto en la función correcta de los mercados ha estado por delante de los problemas más inmediatos de la sociedad.  Todo parece indicar que para algunos, el medio (que sería la utilización de la oferta y la demanda para asignar los recursos escasos en la economía) se ha convertido en un fin en sí mismo, olvidándose que el fin es un mayor bienestar social para todos, no solamente en términos de magnitud sino también de una distribución más equitativa y justa.

Uno de los mejores ejemplos es la política de subsidios del gobierno actual.  Como el subsidio generalizado de la tortilla no es el óptimo para el mercado, dado que también le llega a las clases altas, el gobierno decide suspenderlo.  Pero en su afán de buscar una política más adecuada a las fuerzas del mercado, está creando una política elitista que distingue entre pobres “privilegiados” y pobres “desdichados”.  Al final de cuentas, esta política crea más inequidad, pero peor aún es el hecho de que incrementa el precio para muchos mexicanos que no tienen ingresos suficientes.

México ha pasado dos décadas de problemas económicos continuas.  Las diversas políticas económicas no han redituado en un ambiente de estabilidad económica, de crecimiento sostenido, de mayor bienestar y de una distribución más equitativa del ingreso.  Por el contrario, la sociedad en general se encuentra frustrada ante la continua merma en su poder adquisitivo y las crecientes dificultades para sacar adelante a la familia.

Aprovechando la audiencia magnificada por la visita papal, los líderes eclesiásticos han arremetido contra la política económica, culpándola de todos los males que padecemos.  Por ejemplo, el Cardenal Norberto Rivera, como lo informó Reforma el lunes pasado, dijo que “el pueblo de México sufre, ha sido engañado y se siente un títere manipulado.  La gente sufre, se desespera porque no atisba ninguna solución próxima a sus demandas de justicia, de alimento, de salud y de trabajo dignamente remunerado”.

No cabe duda que las palabras del Cardenal reflejan el sentir de la nación.  Por lo mismo, nuestro gobierno y los partidos políticos necesitan dar resultados.  Las promesas no son suficientes.  Necesitamos una política económica que funcione y que empiece a registrar avances tangibles.  Podrán mejorar las cifras macroeconómicas, pero si las familias no las pueden palpar no sirven de mucho.

El resultado no solamente se refleja en mayores índices de pobreza y merma en el poder adquisitivo, sino también en el incremento de la violencia, los asaltos y otros signos de un desmoronamiento de la misma integridad moral de la sociedad.  La impunidad y la debilidad en la procuración de justicia ha facilitado el camino para un segmento significativo de la sociedad, que ha recurrido a prácticas indebidas para resolver sus problemas económicos.  Ya tenemos tiempo de estar cuestionando a las autoridades económicas por su mal desempeño.  Sin embargo, también deberíamos de cuestionar a nuestras autoridades morales, es decir, a la misma Iglesia Mexicana, por la debilidad moral que refleja nuestra sociedad.

Una sociedad con una fe firme no solamente en la teoría sino también en la práctica, no debería debilitarse en los momentos de dificultad.  Justamente lo que profesa la religión es una fuerza de carácter ante la tentación.  Si la iglesia estuviera atinada en sus funciones de enseñanza moral, no deberíamos de estar sujetos al desmoronamiento moral que observamos día a día.

La visita papal es en este sentido sumamente atinada.  Llega en un momento en que nuestra sociedad está cuestionando la solidez y profundidad de sus valores.  Quizá la pobreza de la política económica nos ha llevado a una crisis tras otra y resalta la necesidad de buscar una nueva que nos logre sacar adelante.  Sin embargo, la debilidad moral de nuestra sociedad es lo que ha terminado por permitir el aumento en la delincuencia, la criminalidad, el narcotrafico y la corrupción.  No podemos apuntar el dedo únicamente al gobierno.  La iglesia, no simplemente como representante de la religión católica, sino como una institución importante de nuestra sociedad, también ha jugado un papel preponderante.  Al final de cuentas, todos hemos jugado un papel importante en el México que vivimos.  Nadie puede arrojar la primera piedra fácilmente, sin remordimiento.

La visita papal ha inspirado a millones a salir a las calles a tratar de verlo aunque sea por unos segundos.  Ha llevado a varios millones de personas a salir de sus casas casi con un día de anticipación, a aguantar con el frío el riesgo de la hipotermia, para escuchar sus palabras de aliento.  Ojalá que con el mismo fervor, esta visita los inspire a vivir día con día con la fibra moral que convoca la iglesia.

Sería muy difícil argumentar que Karol Wojtyla no es en la actualidad la persona más influyente en el mundo.  Independientemente de la religión que representa, Juan Pablo II es un humanista genuino, verdaderamente interesado en el ser humano y preocupado por las condiciones de marginación en que vive una proporción importante de la población mundial.  Sus palabras de inspiración llegan hasta los que no son tan religiosos.

Esperamos que su visita no se quede simplemente en la memoria de los mexicanos como una imagen espectacular de millones de personas volcadas a las calles para recibir con verdadero cariño al líder espiritual del mundo.  Necesitamos que su inspiración vaya más allá para que ayude a nuestra sociedad a retomar el camino del comportamiento moral día con día.

Si esto sucede sería la verdadera bendición.


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jueves, 21 de enero de 1999

Una Política Para Abatir la Inflación

 

Pulso Económico


Una Política Para Abatir la Inflación


Por: Jonathan Heath

Durante las últimas décadas, la lucha por abatir la inflación en nuestro país ha sido un fracaso.  Esto ha tenido un costo social enorme en términos de la merma continua del poder adquisitivo y en un menor crecimiento económico.  Sin embargo, otros países han logrado erradicar este mal a través de la aplicación estricta de políticas dirigidas.
Desde hace varios meses ha surgido la inquietud acerca de lo inefectivo que ha resultado la política monetaria actual para reducir la inflación.  Funcionó temporalmente durante 1996-97 cuando el tipo de cambio se estaba apreciando.  Pero en el momento en que resentimos un shock del exterior y el tipo de cambio se depreció, la inflación volvió a tomar una ruta ascendente.  Queda claro que es el momento de modificar la política monetaria.  Pero, ¿cuál es la ruta que deberíamos tomar?
Algunos analistas proponen políticas radicales, como la aplicación de una regla de convertibilidad a la Argentina (Consejo Monetario); la adopción del dólar como moneda oficial a la Panamá, o la conformación de una unión monetaria como los europeos.  Cada una de estas propuestas elimina en forma virtual a las autoridades monetarias y se les sustituye ya sea con reglas preestablecidas o por decisiones tomadas en el extranjero.  Son propuestas extremistas en el sentido de que quitan toda la autoridad al Banco Central porque ha probado ser ineficaz.  Son medidas que resultan de una crisis de credibilidad.
Los que proponen una regla de convertibilidad o una unión monetaria con Estados Unidos están frustrados por los malos resultados que ha alcanzado el Banco Central y simplemente no confían en su habilidad futura para abatir la inflación.  Por lo mismo, proponen medidas que le quitan por completo la responsabilidad a los funcionarios que hoy toman las decisiones.
Lo que aquí se propone es exactamente lo contrario.  En vez de quitarles la responsabilidad, vamos a incrementárselas.  Vamos a hacerlos responsables en una forma total, sin ambigüedades, de cumplir con ciertas metas específicas de inflación año con año.  Primero vamos a darles carta blanca para instrumentar las medidas que juzguen necesarias para cumplir sus metas.  Segundo, vamos a imponerles la condición de que si no cumplen con la meta anual, pierden su trabajo sin derecho a liquidación ni jubilación.
La diferencia con la política actual es que ahora se utiliza  la base monetaria como objetivo intermedio para reducir la inflación.  El Banco de México divulga a principios de año su meta diaria para la base (con un cierto margen de error) y se compromete únicamente a cumplir con esa meta.  Al final de cuentas, la meta de inflación que anuncia es meramente simbólica, ya que no existe un compromiso real para cumplirla.
Aunque la Constitución estipula que la estabilidad de precios es la meta prioritaria, el Banco de México tiene todavía otras en mente.  En 1994 decidió esterilizar las salidas de capital para no presionar las tasas de interés y perjudicar a los bancos.  En 1996 y 1997 estuvo preocupado por el crecimiento económico y la generación de empleos, por lo que decidieron aplicar una política acomodaticia.  Al final de cuentas, lo que terminó por reducir la inflación fue la apreciación del tipo de cambio y no la política monetaria.  A pesar de la depreciación del peso del año pasado, decidió sostener la política para no entorpecer la actividad económica.
Detrás de la autonomía del Banco de México, la idea era asegurar una independencia entre la política monetaria y la fiscal para aislar las decisiones monetarias de las necesidades financieras del gobierno.  Al mismo tiempo, al estipular que había un objetivo (abatir la inflación) y un instrumento (la política monetaria), se buscaba instrumentar una política más coherente, dirigida al establecimiento de la estabilidad de precios.
La primera barrera fue la política cambiaria.  Al existir el compromiso de sostener el tipo de cambio dentro de las bandas de intervención (anterior a 1995), la política monetaria dejaba de ser funcional para abatir la inflación.  Sin embargo, con el régimen de flotación se libera su uso para procurar la estabilidad de precios.
La siguiente barrera es la falta de compromiso de la Junta de Gobierno por que quiere atender otros objetivos.  Esto es lo que proponemos cambiar.
Con variantes menores, esta es la política que se ha aplicado en Nueva Zelandia, España, Canadá, Australia, Finlandia, Suecia y el Reino Unido.  En todos los casos, la política ha redituado en una baja importante en la inflación.  Esta no es una medida tan radical como sería la de abdicar nuestro control monetario.  ¿Qué esperamos?

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martes, 19 de enero de 1999

México y Brasil

 

Pulso Económico


México y Brasil


Por: Jonathan Heath


La crisis brasileña se 

inició por un intento de modificar su banda de intervención y posteriormente por la flotación del real.  En buena medida, esto nos ha hecho recordar la crisis mexicana de 1994-95.  Sin embargo, existen más diferencias que similitudes entre ambas.
La actual crisis brasileña fue provocada por la decisión del Gobernador de Minas Gerais, Itamar Franco, de declarar una suspensión de pagos de las obligaciones de su Estado.  Ante las salidas de capital, el gobierno de Brasil decidió primero ajustar el techo de su banda de intervención en el mercado cambiario.  A los dos días se dio cuenta de que la medida no funcionaba y puso a flotar al real.  La crisis tuvo un inmediato efecto de contagio hacia México y otros países, que experimentaron volatilidad en sus mercados financieros.  Esta sucesión de eventos nos hace recordar la crisis mexicana de 1994-95.
Aunque México no anunció una suspensión de pagos, tuvimos una serie de eventos políticos de mucha severidad que dieron lugar a que en diciembre de 1994 se tuviera que devaluar la moneda.  Según el informe del Banco de México, la intensificación de la hostilidad del movimiento Zapatista en Chiapas fue el evento final que provocó la corrida contra el peso, que terminó por agotar las reservas y dio pie al inicio de la crisis.  Los dos países mantuvieron una política cambiaria con bandas de intervención, que fue muy efectiva en un principio, pero que permaneció más tiempo de lo debido.  En los dos casos, se tuvo que acudir a un apoyo masivo de Estados Unidos y del FMI para resolver el problema.
Aparentemente la crisis brasileña es muy similar a la que tuvimos hace cuatro años, sin embargo, realmente no es el caso.  Al comparar las dos situaciones, encontramos más diferencias que similitudes.
El meollo de la crisis mexicana fue el desequilibrio externo.  El gobierno salinista permitió que el déficit de la cuenta corriente llegara hasta 7.0 por ciento del PIB, bajo la premisa de que se podría financiar con recursos externos volátiles, a pesar de que el entorno internacional estaba cambiando.  Se utilizó la política cambiaria para abatir la inflación a expensas de una moneda muy sobrevaluada.  En el transcurso de 1994 se utilizaron las reservas internacionales para financiar el déficit, hasta que se agotaron.
Para aislar el problema de la campaña presidencial, el entonces Secretario de Hacienda emitió una cantidad exorbitante de Tesobonos de corto plazo para comprar tiempo y sostener la ilusión de estabilidad hasta después de las elecciones.  Por lo mismo, en muy poco tiempo había una enorme deuda externa por vencer.
Aunque había dudas acerca de la forma de medir el déficit, las finanzas públicas mexicanas se encontraban en equilibrio.  Los recursos de las privatizaciones habían ayudado a disminuir la carga de la deuda pública, por lo que la relación de deuda a PIB era muy manejable.  El problema no era el tamaño de la deuda pública, sino más bien el de su estructura temporal de muy corto plazo.
En cambio, la crisis brasileña se concentra en un desequilibrio fiscal.  El tamaño de su déficit en cuenta corriente es casi la mitad del de México en 1994.  A pesar de las salidas de capital de los últimos meses, los brasileños no permitieron que sus reservas se agotaran antes de realizar un ajuste.  En cambio, el déficit público de Brasil es de 8 por ciento del PIB.  El problema principal que tienen es de pagos de interés muy elevados como consecuencia de una tasa real de interés muy alta y una relación de deuda pública a PIB casi fuera de control.  Para los brasileños, el problema no es de la estructura de la deuda, sino más bien de su tamaño.
La devaluación del peso mexicano ocurrió cuando ya no existía otra opción.  Las reservas estaban virtualmente agotadas, no había entradas de capital y existía deuda externa de corto plazo.  Se anunció la flotación del peso en forma totalmente improvisada, sin el respaldo de un programa de ajuste económico.  En medio de una confusión total y una situación sumamente caótica, el gobierno mexicano procedió a buscar el apoyo financiero del FMI y de Estados Unidos.  No fue hasta más de dos meses después que se concretó el paquete de emergencia y se anunció un programa coherente de estabilización.  Sin tener que negociar con la oposición en el Congreso, se impusieron medidas sumamente impopulares como el aumento del IVA.  México pagó muy caros estos errores al profundizarse la crisis más de lo que era necesario.
Durante el transcurso de 1994, a pesar de la pérdida de reservas y la agudización del desequilibrio externo, los funcionarios públicos procedieron a defender su política y a convencer al extranjero de que todo estaba bien y bajo control.  Por lo mismo, cuando se anunció la devaluación de manera sorpresiva, los inversionistas se sintieron traicionados y sobrevino una crisis de confianza en México, en sus instituciones y en sus líderes.
Brasil no cometió los mismos errores que México.  Antes de permitir que sus reservas se agotaran completamente, anunció la modificación de su política cambiaria.  Sin embargo, antes ya había negociado con el FMI un paquete amplio de apoyo financiero y ya tenía en marcha el necesario programa de ajuste.  No cometió el error de tratar de parchar el proceso de ajuste a través de la emisión de instrumentos como los Tesobonos.  Tampoco engañó la confianza de sus inversionistas, ya que todos estaban muy al tanto de los problemas que tenían.
En cambio, el problema fundamental brasileño se concentra en la búsqueda de los consensos políticos necesarios, ya que su sistema político no permite incrementar los impuestos como lo hizo México en 1995 o implantar otras medidas sin antes negociar con la oposición.
Podríamos resumir que la crisis brasileña es de carácter dominantemente político, ya que la solución económica la tienen sobre la mesa y lo que deben hacer es convencer a la oposición de que es el camino correcto.  En cambio, la crisis mexicana de 1995 fue de carácter predominantemente económico y se tardó en configurar una solución, mientras que lo político no representó una barrera.

La experiencia sí vale.

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jueves, 14 de enero de 1999

Urge una Nueva Política Monetaria

 

Pulso Económico


Urge una Nueva Política Monetaria


Por: Jonathan Heath


Antes de concluir este mes, el Banco de México debe dar a conocer su programa, “Exposición Sobre la Política Monetaria Para 1999”.  Si este programa contiene más de lo mismo, sin un serio compromiso de modificar la política monetaria para que procure

 verdaderamente el abatimiento inflacionario, se generará una mayor desconfianza y habrá una decepción generalizada.
El martes pasado comentamos sobre la nueva escalada de precios.  Analizamos como la política monetaria actual simplemente “acomoda” la demanda de dinero sin realmente combatir la inflación.  Es una política que ha probado ser ineficaz ante los shocks externos que han empujado la inflación hacia arriba.  Como consecuencia, la mayoría de la población está muy molesta al ver su poder adquisitivo mermado todavía más.
El reclamo empieza a ser generalizado.  Ya son muchos los editoriales, las columnas, los comentarios radiofónicos y las opiniones académicas en contra de la política monetaria actual.  Simplemente, en Reforma el martes pasado aparecieron junto a mi columna otras dos con el mismo tema y con las mismas críticas.  Sin embargo, llama la atención que no están limitadas a una cierta ideología, enfoque o manera de analizar la economía.
A mi derecha, estaba la columna del colaborador invitado, que en esta ocasión era el Dr. Manuel Sánchez, de la escuela monetarista de la Universidad de Chicago.  Como podríamos anticipar, su crítica parte del hecho de que la inflación es un fenómeno monetario y que por lo mismo, la inflación actual se debe al excesivo crecimiento de la masa monetaria que ha permitido el Banco de México a través de su política actual.  Concluye que es absolutamente indispensable un cambio en las reglas del juego; en otras palabras, urge una nueva política monetaria.
A mi izquierda, estaba la columna Plaza Pública del maestro Miguel Angel Granados Chapa.  El subraya la insatisfacción del público por lo que 

considera un fracaso institucional y un creciente deterioro de la condiciones de vida de las personas.  Señala sin titubeos que el Banco de México “ha sido impotente en el cumplimiento de su función prioritaria” que en el sexenio pasado quedó consagrada en la Constitución.  Dice que aunque el gobierno reconoce que la inflación lastima profundamente la economía de las familias, su lucha hasta ahora no ha sido triunfadora.
Estos son algunos ejemplos de la irritación de la sociedad, que cada vez refleja con palabras alejadas de la amabilidad esa frustración por la mengua de su capacidad económica.  Las autoridades monetarias no pueden quedarse al margen de esta indignación.  Tienen que escuchar y responder.  Pero no basta responder con un discurso que reconozca la necesidad de redoblar el paso.  Necesitan responder con una política triunfadora.
Por otro lado tenemos que comprender como sociedad, que la lucha contra la inflación no es fácil.  Creo que es demasiado dura la crítica de Plaza Pública al cuestionar “si la falla deriva de error o dolo”, aunque coincido en que “en ambas circunstancias no queda bien servido el interés general”.
Abatir la inflación es difícil porque involucra un costo elevado.  Quizás al final de cuentas el beneficio justifica el costo, pero es complicado para cualquier político pagar un costo cuyo beneficio no es inmediato.  En este caso, abatir la inflación rápidamente requiere de una política monetaria verdaderamente restrictiva, que bien podría empujar a la economía a una recesión.  Los que tienen que tomar la decisión, aparentemente han preferido utilizar una política monetaria gradualista que no implica un freno a la economía.
Muchos países han aplicado una política denominada inflación por objetivos (inflation targeting) que implica la fijación de un objetivo al principio de año y la instrumentación de todas las medidas necesarias para cumplir con la meta.  Inclusive, algunos países han llegado al extremo de legislar la renuncia automática de la Junta de Gobierno del Banco Central ante la eventualidad de incumplir con su objetivo.  ¿Será este el camino que deberíamos tomar?

Por lo pronto, la política monetaria actual ya probó ser ineficaz y por lo mismo es necesario un cambio.  Estaremos atentos a la divulgación del programa monetario para 1999 que se dará a conocer dentro de unas semanas.  Si contiene más de lo mismo, habrá una verdadera decepción y la credibilidad del Banco sufrirá aun más.  Necesitamos un serio compromiso para abatir la inflación y esto implica una nueva política monetaria.  Estamos en espera.

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martes, 12 de enero de 1999

La Nueva Escalada de Precios

 

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La Nueva Escalada de Precios


Por: Jonathan Heath


La inflación para 1998 quedó en 18.6 por ciento, 

muy por arriba de la meta de 12 por ciento.  Aunque existen muchos factores que explican el aumento, habría que admitir que el trabajo del Banco de México quedó inconcluso al no contrarrestar las presiones inflacionarias adicionales.  Ahora empezamos 1999 con muy poca credibilidad en la lucha antiinflacionaria.
Al examinar los datos de las últimas décadas, encontramos que en la gran mayoría de los casos, el Banco de México no logra cumplir su meta anual de inflación.  En principio, esto se debe a que pone una meta ambiciosa al principio del año, en parte para evitar expectativas de una mayor inflación.  Por ejemplo, si el año pasado de salida hubiera puesto una meta de 16 por ciento, los aumentos de precios y los ajustes salariales hubieran sido más elevados, ya que tomarían la meta más elevada como piso de referencia.
La discrepancia entre la meta oficial y la inflación resulta casi siempre reducida, con la clara excepción de los años en que la economía ha sufrido un descalabro mayor como en 1995.  Por ejemplo, las autoridades monetarias habían puesto una meta de inflación de 15.0 por ciento para 1997 y terminó en 15.7 por ciento, una desviación de menos de un punto porcentual.
Sin embargo, en 1998 fue diferente.  Por una razón u otra, no solamente hubo una discrepancia elevada entre la meta y los resultados finales, sino que además se revirtió la tendencia a la baja que se había logrado en los últimos dos años de Miguel Mancera frente al Banco de México.  Ahora estamos de nuevo en medio de una escalada de precios que tiene muy molesta a la población y que seguirá durante los próximos meses.
La explicación de la inflación mayor radica en una combinación de factores, casi todos en forma de shocks externos a la economía y fuera del control directo de las autoridades monetarias.  Estas son: (1) las condiciones climatológicas adversas del fenómeno “El Niño”, que resultó primero en una sequía importante y posteriormente en inundaciones.  Esto provocó bajas en la oferta de productos agrícolas y redundó en aumentos de precios, especialmente en frutas y legumbres; (2) hubo aumentos no anticipados en el tipo de cambio, primero en mayo y después en septiembre, que incrementaron los precios de todos los insumos importados; (3) el gobierno decidió eliminar el subsidio a las tortillas y provocó un aumento sustancial en el precio; (4) en respuesta a la baja en el precio del petróleo, que afectó los ingresos del gobierno, hubo una serie de aumentos en precios y tarifas del sector público, entre otros, en la gasolina, la energía eléctrica y cuotas de las carreteras; (5) el ajuste al salario mínimo se dio anticipadamente, en diciembre en vez de enero, alimentado la escalada de precios justo en el momento en que las empresas estaban otorgando el aguinaldo y la mayoría de las personas empezaban sus compras de Navidad.
El comportamiento de la inflación se puede explicar a través de estos factores, sin embargo, falta una pieza esencial en el rompecabezas para tener el retrato completo.  Este es el papel del Banco de México.  El propósito central de la política monetaria es procurar la estabilidad de precios.  Ante los shocks externos no anticipados, las autoridades tienen la responsabilidad de inducir medidas para contrarrestar el efecto sobre la inflación.  No obstante, las medidas del Banco Central fueron pocas e insuficientes, permitiendo que estos shocks provocaran la escalada de precios que observamos.
La manera de llevar a cabo la política monetaria es más o menos conocida, ya que el Banco de México ha realizado esfuerzos importantes por explicar su funcionamiento.  El propósito central es controlar la cantidad de dinero en circulación para evitar que un exceso de oferta se convierte en presiones inflacionarias.  En este sentido, el Banco calcula la cantidad de dinero que la economía demanda día a día y la va acomodando, evitando una brecha entre la oferta y la demanda.  Cuando estima que existen presiones no deseadas, deja “corto” la cantidad de dinero que manda a la economía, provocando un aumento en las tasas de interés.
El problema con esta política es que las autoridades monetarias acomodan siempre la demanda de dinero nominal, sin hacer distinción en relación al origen de esta demanda.  Por lo mismo, si por presiones inflacionarias existe un aumento en la demanda, el Banco lo “acomoda”, aunque sea a una tasa de interés mayor.  La política está diseñada para ir acomodando el crecimiento de la economía en un contexto que no vaya a crear presiones innecesarias sobre el nivel de precios.  Sin embargo, no es una política antiinflacionaria en sí, sino una política simplemente “acomodaticia”.
La estimación diaria de la demanda de dinero que realiza el Banco Central tiene un error de más menos 2.6 por ciento, lo cual es un rango aceptable.  Es muy difícil incorporar todos los elementos necesarios para anticiparla con mayor precisión.  La política de “cortos” deja una brecha de aproximadamente 0.12 por ciento entre la demanda y la oferta y es una fracción del error de estimación diaria.  Esto significa que esta política está limitada a mandar una señal al mercado en cuanto a las intenciones del Banco de México, pero no funciona para limitar realmente la demanda de dinero a un monto más compatible con un nivel de inflación menor.
Ante la ausencia de shocks la política monetaria había sido adecuada, en el sentido de que se va adaptando a una inflación con tendencia declinante.  Sin embargo, la inflación va bajando como consecuencia de las expectativas de estabilidad de los mercados y no de la política monetaria.  Entre 1996 y 1997 funcionó relativamente bien dado que no hubo shocks y el tipo de cambio fue relativamente estable.  Es hasta ahora que nos hemos dado cuenta que es una política gradualista que funciona siempre y cuando no existan shocks.
La lección es que es el momento de cambiar la política monetaria actual por una que sí funcione.

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La Marcha de la Economía

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