jueves, 24 de febrero de 2000

Crecimiento con Calidad

 

Pulso Económico


Crecimiento con Calidad


Por: Jonathan Heath®


Es de interés general que la actividad económica tenga un crecimiento elevado y sostenido, tanto en términos cuantitativos como cualitativos.  Pero mientras lo primero se mide fácilmente, no queda tan claro qué significa calidad y cómo la podemos medir.

Cuando el INEGI dio a conocer la tasa de crecimiento de la actividad económica para 1999 (3.7 por ciento), la Secretaría de Hacienda opinó que este crecimiento era de mejor calidad y sustentabilidad que el de periodos anteriores.  Las consideraciones que utiliza Hacienda para afirmar lo anterior son: (1) la generación de empleos formales; (2) la mejoría en los salarios; (3) la proporción de recursos propios del financiamiento total; (4) la naturaleza de los recursos externos; (5) el tamaño del déficit externo; y (6) la diversificación de las exportaciones.  Seguramente, la calidad tiene que ver con los puntos (1) y (2), mientras que la sustentabilidad considera los puntos (3) al (6).

No deberíamos interpretar estos comentarios como si fueran los únicos puntos que determinan la calidad o la sustentabilidad del crecimiento, sino más bien como factores de varios que inciden en lo dicho.  Por ejemplo, los últimos cuatro puntos tienen que ver principalmente con los equilibrios del sector externo.  Cualquier abuso en el uso de los recursos del exterior podrá crear una situación de crisis en la balanza de pagos y así entorpecer el proceso de crecimiento económico.  Por lo mismo, habría que buscar que la expansión del PIB se haga en armonía con la balanza de pagos para que se pueda sostener a través del tiempo.  Esto podrá ser necesario pero no es suficiente.

Igualmente sucede con la calidad.  Es un medio para mejorar el bienestar de la sociedad, a través de la mayor creación de empleos y un incremento en el poder adquisitivo de la población.  Si el PIB crece a tasas deseables, pero no se genera más empleo, entonces no estamos consiguiendo nuestro fin.  Igualmente sucede con el poder adquisitivo de los salarios.  Lo que buscamos es un incremento continuo en la masa salarial que pueda producir un mejor nivel de vida para los mexicanos.  Esta es también una condición necesaria para mejorar el bienestar, pero definitivamente no es suficiente.

Si no es suficiente, ¿qué elementos faltarían?  Mientras podemos afirmar que en el crecimiento existen factores positivos que contribuyen a mejorar la población, no podemos concluir tan fácilmente que ya tenemos el prometido bienestar para las familias.  Sin pretender realizar una lista completa, podríamos añadir algunas consideraciones que influir en la calidad.

La primera tiene que ver con la distribución del ingreso.  Queda claro que la mayor parte del crecimiento económico proviene de la exportación de las empresas grandes, mientras que todavía permanecen estancadas las micro y pequeñas que se dedican al mercado local.  Quizá será el 20 por ciento de la población el que ha mejorado su nivel de vida y contribuye a subir el promedio.  Sin embargo, el otro 80 por ciento se encuentra en una situación igual o peor que antes.  ¿Podemos considerar que el crecimiento es de calidad si únicamente beneficia a un cierto estrato de la población?  Mientras no logremos incorporar a la población más necesitada al México moderno, siempre habrá la pregunta de ¿beneficio para quién?

La segunda tiene que ver con el empleo.  Los datos del IMSS señalan que el número de derechohabientes asegurados con trabajo se ha incrementado notablemente.  Esta medida del empleo en el sector formal indica que estamos generando más fuentes de trabajo ahora que en cualquier momento de nuestra historia.  Sin embargo, no sabemos nada acerca de la calidad de estos empleos.  ¿Estamos produciendo el tipo de empleo que conviene al país?  La tasa de desempleo abierto dice que la gran mayoría de la población económicamente activa tiene algún tipo de ocupación.  ¿Trabajan la cantidad de horas adecuadas?  ¿Reciben todos los beneficios que marca la ley?  ¿Los empleos corresponden a las capacidades de los trabajadores?  Por ejemplo, ¿cuántos egresados de la UNAM están laborando como taxistas o repartidores?  No queda claro que la mejoría cuantitativa del empleo corresponde a una mayor calidad.

La tercera tiene que ver con lo que los economistas llaman las externalidades.  El crecimiento económico trae consigo más tráfico, contaminación y deterioro en el medio ambiente.  El INEGI ha realizado un esfuerzo por medir este impacto, pero no lo incorpora en el PIB.  Muchas familias han dejado sus trabajos en la ciudad para buscar otros en la provincia, aun con un salario menor, pero con una mejoría notable en la calidad de vida.

¿Esto es lo que queremos?


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martes, 22 de febrero de 2000

Algunas Puntualizaciones

Pulso Económico


Algunas Puntualizaciones


Por: Jonathan Heath®


Todos los domingos, el vocero de la Secretaría de Hacienda emite un boletín de prensa con los resultados más relevantes en materia económica de la semana anterior y algunas puntualizaciones sobre algún tema en especial.  En esta ocasión vale la pena hacer algunas puntualizaciones sobre sus puntualizaciones.

La semana pasada, el INEGI dio a conocer la tasa de crecimiento de la actividad económica del año pasado, que fue 3.7 por ciento.  Esto implicó que el PIB aumentó 5.2 por ciento en el último trimestre del año y que el promedio del crecimiento económico de los últimos cuatro años es 5.1 por ciento, lo cual concuerda con la meta del Presidente Zedillo de lograr un promedio de 5 por ciento o más en sus últimos años.

No obstante los buenos resultados, la Secretaría de Hacienda consideró oportuno aclarar que este crecimiento se caracteriza por una mayor calidad y sustentabilidad que el de periodos anteriores.  La base de su argumentación radica en seis puntualizaciones: (1) la mayor generación de empleos formales; (2) la mejoría gradual que se ha dado en las percepciones salariales; (3) el hecho de que el financiamiento ha sido con una mayor proporción de recursos propios; (4) la naturaleza de los recursos externos es de mayor plazo y menor volatilidad; (5) no se ha creado un déficit demasiado elevado con el exterior; y (6) se han diversificado las exportaciones.  Según el vocero, este crecimiento con calidad es resultado de la nueva visión del Estado Mexicano como rector de la economía y del renovado papel de los sectores público, privado y social en la promoción del desarrollo.

No hay duda de que existen avances sólidos en materia macroeconómica comparado con el gobierno anterior.  Sin embargo, vale la pena aclarar algunas de estas puntualizaciones, que llevan demasiada agua a su molino.  De entrada, no queda claro en el boletín de prensa si la nueva visión del Estado es a partir de este sexenio y por lo tanto, el vocero busca enaltecer al gobierno actual, o si considera la visión actual como una continuación de la que inició Carlos Salinas el sexenio pasado.  Por la redacción, uno pensaría que el gobierno de Ernesto Zedillo busca distanciarse del anterior a través de esta afirmación de haber obtenido un crecimiento de mayor calidad.

El incremento en la actividad económica de ahora está produciendo una mayor generación de empleos.  La apertura comercial ha provocado un aumento importante en las exportaciones, que a su vez emplea más mano de obra.  Una buena parte de la explicación se debe a que ahora tenemos una base industrial eficiente, capaz de competir al tu por tu con el resto del mundo.  Sin embargo, para obtener esta eficiencia tuvimos que pasar primero por una etapa importante y costosa de incrementar la productividad.  Esto implicó una mortandad elevada de empresas ineficientes y un esfuerzo por producir más (o por lo menos lo mismo) con menos mano de obra.

Si bien ahora crecemos a tasas superiores y se crean más empleos, es gracias a la etapa anterior, tan costosa y criticada.  En otras palabras, si el crecimiento actual genera un mayor número de empleos, no se debe a una nueva visión de Estado que surge a partir de este sexenio, sino al sacrificio realizado durante el sexenio anterior.

Este comentario simplemente apunta que habría que tener cuidado de darle el crédito a quien lo merece.  Sin embargo, la segunda puntualización es realmente grave y es en torno al comentario del vocero de que el salario promedio de los derechohabientes del Seguro Social ha ido en aumento en términos del salario mínimo.  Se presume que ha disminuido el estrato de la población que recibe ingresos menores a dos salarios mínimos.  Mientras que ahora el 46.7 por ciento de los derechohabientes ganan más de dos salarios mínimos, en 1989 esta proporción era apenas 28.6 por ciento.

Podrá ser cierta la afirmación anterior, pero es mucho más el resultado de la merma tan exagerada del poder adquisitivo del salario mínimo, lo cual no es de presumir, que de una mejora en las percepciones de los asegurados.  En forma sistemática, el gobierno ha negociado aumentos en el salario mínimo por debajo de la inflación, de tal forma que su poder adquisitivo es hoy apenas una fracción de lo que fue hace diez años.  Es tan bajo el salario mínimo, que se dejó de cumplir lo estipulado en el artículo 123, fracción VI, que sostiene que debería ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia.  Ha sido tal la merma, que el salario mínimo de facto es hoy superior al salario mínimo legal.  Mucha gente ha dejado de trabajar por un salario mínimo simplemente porque ni siquiera vale la pena.  Una persona que gana hoy tres salarios mínimos, todavía tiene menor poder adquisitivo que un salario mínimo de hace más de diez años.

Por lo mismo, no se vale hablar de una mejoría en las percepciones salariales a través de las comparaciones con el salario mínimo.  A través de los múltiples intentos por estabilizar la economía y producir un crecimiento sostenido, los más sacrificados han sido los trabajadores.  Desgraciadamente, la indexación del salario mínimo con la inflación fue una relación legal perversa que terminó por perjudicar al que buscaba proteger más.  Difícilmente se podría reducir la inflación sin romper con la relación tan marcada que existía entre ambas.  Sin embargo, no era políticamente viable modificar la Constitución para imponer la lógica económica.  El resultado fue que se tuvo que hacer caso omiso a la Constitución.  Esto es un aspecto sumamente oscuro de los últimos gobiernos.  ¿Acaso es un orgullo violar la Constitución?

Lo anterior no descalifica el comentario general del vocero.  Muchos aspectos de la macroeconomía se encuentran hoy en una situación muy superior a la de hace seis años.  Era imposible pensar que podríamos crecer en forma sostenida y con beneficios para la mayoría con los desequilibrios externos que teníamos.  Se han llevado a cabo numerosas reformas y cambios estructurales que implicaron costos elevados y ya es tiempo de empezar a ver resultados.  Gracias a los sacrificios, el crecimiento de ahora empieza ser de mayor calidad.  Ahora el reto es sostenerlo.


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jueves, 17 de febrero de 2000

¿Manipulación de la Información?

 

Pulso Económico


¿Manipulación de la Información?


Por: Jonathan Heath®


El Gobierno Federal anunció el lunes pasado un déficit público de 1.15 por ciento del PIB para 1999.  El problema es que el dato oficial del PIB no lo conoceremos hasta el 24 de febrero.  ¿Cómo hace Hacienda para obtener esta cifra 11 días antes que el INEGI?

No hay duda de que en el pasado se maquillaba las cifras.  Todas pasaban primero a revisión al escritorio del Secretario de Hacienda.  En muchas ocasiones, los datos no se divulgaban hasta el momento políticamente oportuno.  Si el dato era positivo, se anunciaba inmediatamente, si era negativo se anunciaba un viernes en la tarde para restarle difusión.  Era práctica común que un funcionario utilizara la información para anunciarla en algún foro y así demostrar que él tenía el poder de la información.  Todo el proceso, desde la producción misma hasta su anuncio al público, era sumamente obscuro.  Por lo mismo, la credibilidad de estos datos era precaria.

Poco a poco hemos dejado atrás la época que consideraba la información de interés común como poder y vamos hacia una democracia que considera la información como un bien público.  Uno de los responsables de este cambio fue Carlos Jarque en sus diez años al frente del INEGI.  Convenció a la administración central de la importancia de contar con información oportuna y confiable, ya que la credibilidad se gana a través de manejo transparente.  Jarque introdujo el calendario de difusión de la información estadística, que con un año de anticipación nos informa los días exactos de su publicación.  Inclusive, para evitar sospechas en el manejo de información privilegiada, el INEGI siempre da a conocer su información a las 2:30 p.m.

De la información estadística, la que más se manipulaba era la referente a las finanzas públicas.  Un ejemplo que ilustra la filosofía del sector público hace menos de 20 años es el del cumplimiento de las metas acordadas con el FMI después de la crisis financiera de 1982.  Cuando quedó claro que no cumpliríamos con el déficit público para 1983, el gobierno dejó de pagar los intereses devengados justos para poder reportar el número deseado.  En el siguiente acuerdo se fijó una nueva meta, pero esta vez del déficit público incluyendo intereses devengados y no pagados.  Sin embargo, nuestro gobierno buscaba otro truco para cumplir aunque fuera en apariencia.  Con este tipo de comportamiento, mostrábamos al FMI y a la comunidad internacional nuestra falta de seriedad y justificábamos la poca confianza en nosotros.

Otro ejemplo más reciente, en 1993, fue la brillante propuesta de la Secretaría de Hacienda de eliminar de la definición del déficit público la parte correspondiente a la intermediación financiera.  A través de una serie de argumentos que parecían justificarse, se dejó de publicar lo que antes se denominaba el déficit financiero y nos quedamos con el déficit económico.  En ese momento, la intermediación financiera había promediado cerca de 1 por ciento del PIB en el transcurso de los últimos años.  Por pura coincidencia, esta cifra brincó más de 3 puntos porcentuales al año siguiente, curiosamente de elecciones, justo cuando era necesario estimular a la economía para asegurar los votos.

Otro ejemplo fue en 1994 la sustitución de Cetes por Tesobonos por un monto enorme sin autorización del Congreso.  A pesar de que la ley establece un límite al endeudamiento externo, autorizado por el Congreso cada año, justo antes de las elecciones la Secretaría de Hacienda emitió una cantidad impresionante de deuda externa a corto plazo disfrazada de deuda interna a través de bonos con un rendimiento ligado al tipo de cambio y pagadero en dólares.

Habría que admitir que la transparencia en el manejo de la información ha mejorado sustancialmente.  El reporte trimestral sobre las finanzas públicas y la deuda pública sale 45 días después del cierre del trimestre.  El Banco de México publica semanalmente los datos sobre el financiamiento que tiene con el gobierno y la banca de desarrollo.

Sin embargo, todavía queda espacio para mejorar.  El manejo del costo fiscal de la deuda del IPAB y de Fobaproa es aún confuso.  La intermediación financiera queda en el limbo y no se sabe con precisión cuánto es el déficit de la banca de desarrollo y otras entidades similares.  Existen compromisos (como los Pidiregas) que constituyen gastos virtuales o diferidos y cifras diferentes al reportar el déficit en caja contra el déficit económico.

Ahora el gobierno informa que el déficit público resultó 0.1 por ciento del PIB menos que lo presupuestado.  Sin embargo, ¿cómo es que reporta oficialmente este dato cuando el INEGI lo dará a conocer hasta la semana entrante?


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martes, 15 de febrero de 2000

El Estado de la Economía

 

Pulso Económico


El Estado de la Economía


Por: Jonathan Heath®


Mañana miércoles el INEGI dará a conocer el crecimiento del PIB del cuarto trimestre de 1999 y por lo tanto, del año.  La mayoría de los indicadores apuntan hacia una mejoría notable en la actividad económica en anticipación a las elecciones del 2 de julio.

En los Criterios Generales de Política Económica para 2000 se estimaba que el crecimiento de la actividad económica para 1999 sería 3.4 por ciento.  Esto significaba que a pesar de que la información disponible a esa fecha indicaba lo contrario, Hacienda esperaba una desaceleración en la economía en el último trimestre del año.  Sus cifras implicaban que el PIB crecería entre 3.8 y 4.1 por ciento en los últimos tres meses del año, después de haber registrado un avance de 4.6 por ciento en el tercer trimestre.

En enero de este año, el Banco de México presentó una proyección revisada de 3.7 por ciento, incorporando correctamente la información disponible a esa fecha.  Esta cifra implica un crecimiento del PIB de entre 5.0 y 5.3 por ciento en el último trimestre del año.  El consenso es que el PIB creció entre 3.7 y 3.8 por ciento en 1999, consistente con un aumento de entre 5.0 y 5.7 por ciento en el cuarto trimestre.

La mayoría de los indicadores confirman esta percepción de una mejoría en la actividad económica.  Mientras que la producción industrial presenta un incremento de 4.6 por ciento en comparación con 4.2 por ciento del trimestre anterior, la mejoría más notable proviene del sector comercio.  Por ejemplo, el crecimiento en las ventas al menudeo se estima en 11.8 por ciento para el final del año, a diferencia de 5.0 por ciento en el trimestre anterior.  El incremento en las ventas al mayoreo se calcula en 4.4 por ciento para el cuarto trimestre, lo cual representa una mejoría notable sobre la cifra de 0.8 por ciento anterior.

Otra mejoría importante es la que se observa en el índice mensual de inversión.  Se espera un avance de 9.0 por ciento en el trimestre, superior al 4.3 por ciento observado en el trimestre anterior.  Los dos últimos meses disponibles (octubre y noviembre) muestran tasas positivas de crecimiento en las ventas internas de maquinaria y equipo, lo cual no se había visto en todo el año.  En noviembre, la construcción avanzó 8.7 por ciento, que es la cifra más elevada desde marzo de 1998.

Otros indicadores indirectos confirman la percepción de que la actividad económica mejora.  La tasa de crecimiento del empleo es ligeramente mayor, la tasa de desempleo abierto ha disminuido y las importaciones van en aumento.  A estas alturas podríamos decir que en la economía mexicana ya no quedan rastros de las crisis de Asia, Rusia y Brasil.  Estamos comenzando el último año del sexenio con una dinámica superior a la prevista, con un PIB que avanza por encima del 5 por ciento anual.

En adición al crecimiento económico, también habría que añadir el buen desempeño de las cuentas con el exterior, que se han conservado en rangos manejables, el abatimiento de la inflación, que apunta a un solo dígito antes de terminar el año y el manejo adecuado de las finanzas públicas, que ha logrado evitar un incremento en el déficit del gobierno.  La situación actual de la macroeconomía es parecida a la de 1997 y definitivamente superior a cualquier otro año de los últimos 25.

No hay duda que esta situación favorece enormemente a Francisco Labastida y al PRI.  Aquí, como en casi cualquier país del mundo, la gente vota primero con sus bolsillos y después con su corazón.  La mayoría de los mexicanos tienden a ser conservadores y votarán por el mismo partido de nuevo, siempre y cuando el desempeño económico general del país vaya bien.  Las encuestas lo confirman: aproximadamente entre 40 y 48 por ciento (dependiendo de la encuesta) de la población con credencial para votar piensan apoyar al PRI.  Por más esfuerzo que realice Vicente Fox en los siguientes cinco meses, si la economía sigue igual o mejor, no tiene muchas posibilidades de ganar.

Muchos analistas habían advertido desde hace mucho tiempo sobre el peligro que pudiera presentarse en el año 2000.  Ahora, ante el buen desempeño actual, ya son pocos que todavía vaticinan una crisis este año.  Sin embargo, habría que recordar que no es el primer semestre el que debería de preocupar, sino más bien el segundo.  En todas las crisis sexenales anteriores, el gobierno siempre había logrado inducir una buena percepción de la economía antes de las elecciones.  La inestabilidad siempre ha llegado después de las elecciones y a veces inclusive después de la toma de posesión del Presidente.  Por lo mismo, no nos debería de sorprender la marcha favorable de la economía en estos meses.  Es lo todavía está por verse es lo que pasará después de julio.

Si comparamos la solidez de la economía actual con la que existía hace seis años, podemos notar una mejoría impresionante.  Difícilmente podríamos encontrar en las cifras económicas motivos de preocupación que pudieran ser causa de una crisis posterior.  Sin embargo, no deja de llamar la atención la coincidencia de la recuperación económica con el calendario electoral.  Para el gobierno, no podría existir mejor momento para observar un crecimiento del PIB superior al 5 por ciento que justamente en los meses anteriores a la elección.

El sexenio pasado observamos una desaceleración en la actividad económica hacia finales de 1992, que perduró todo 1993.  Fue necesaria para evitar que el déficit externo siguiera su ritmo ascendente y para asegurar que los desequilibrios macroeconómicos no fueran a provocar problemas mayores.  Sin embargo, con las elecciones en la mira, el gobierno tuvo que instrumentar a principios de 1994 una aceleración forzada, que desgraciadamente fue prematura y terminó por proporcionar un escenario sumamente vulnerable a cualquier perturbación.

En esta ocasión la recuperación parece provenir de causas normales y no de una inyección forzada por parte del gobierno.  Al mismo tiempo, se ha puesto mucho énfasis en cuidar los equilibrios macroeconómicos y no propiciar una situación que pudiera engendrar una crisis.

Hasta ahora todo apunta a que Ernesto Zedillo es mejor economista que Pedro Aspe.


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martes, 8 de febrero de 2000

La UNAM: ¿y ahora qué?

 

Pulso Económico


La UNAM: ¿y ahora qué?


Por: Jonathan Heath®


Queda claro que la liberación de las instalaciones de la UNAM es apenas el primer paso en un conflicto político de mucha profundidad y trascendencia.  Si queremos resolver el problema democráticamente, hay que proceder con cautela e inteligencia.

Después de una amplia lectura de las múltiples notas, columnas y editoriales en torno al desalojo de los paristas, queda claro que la sociedad está dividida en cuanto al uso de la fuerza pública y de las diversas resoluciones que se han dado en respuesta al conflicto.  Por lo pronto, se han eliminado los extremos como posibles soluciones.  Por un lado, no se dejó que el paro siguiera de manera indefinida, ni se entregó a los paristas el control total de la institución.  Por el otro, tampoco se hizo caso a las voces del otro extremo, como la de la Coparmex, que pedía que simplemente se cerrara por un par de años.

En el fondo tenemos un problema mucho más complejo que el contenido del pliego petitorio del CGH.  Está bajo discusión el esquema educativo del país, incluyendo los conceptos vertidos en el Artículo Tercero de la Constitución.  No podemos darnos el lujo de ignorarlo por más tiempo, ya que hemos observado un gran deterioro en la calidad de la educación superior en el transcurso de las últimas dos o tres décadas, junto con una demanda creciente de una mano de obra calificada como resultado del crecimiento demográfico y el inevitable proceso de la globalización.  Todos sabemos que la mayor parte de las respuestas para resolver nuestros problemas de pobreza y de distribución del ingreso radican en la labor educativa.  Por lo mismo, necesitamos encontrar fórmulas que incrementen la cantidad y calidad de la educación.

Es muy romántico hablar de una educación verdaderamente universal y abierta para todos.  Más aún es hablar de una educación totalmente gratuita a todos los niveles.  La educación universitaria es elitista por definición.  Simplemente entrar a una universidad lo coloca a uno en el 10 por ciento más afortunado del país.  Por lo mismo, no resulta muy equitativo que el Estado le proporcione esta educación totalmente gratuita a este estrato de la población habiendo tantas necesidades insatisfechas en los demás segmentos.

En el corto y mediano plazos todos salimos perdiendo por la huelga en la UNAM.  La mayor parte de la sociedad, que parecía no respaldar las ideas de los paristas, tuvo que aceptar acciones que van en detrimento de la excelencia académica.  Los egresados de la universidad perdieron, no solamente un año de estudios, sino además el rechazo creciente que vendrá del sector empresarial.  La gran mayoría de las empresas tendrán una preferencia más marcada que antes por egresados de universidades privadas.  Los paristas perdieron al ver su lucha truncada por la opinión pública en contra y porque no pudieron convertirse en mártires ante la ausencia de un desalojo violento.  El gobierno se vio paralizado ante un grupo minoritario sin saber que hacer por mucho tiempo.

Sin embargo, todavía queda el espacio para que ganemos en el largo plazo, siempre y cuando como sociedad, podamos dirigir el conflicto hacia un diálogo constructivo, en el cual se pueden dirimir las diferencias.  Pero para que pueda suceder, todas las partes involucradas tienen que estar dispuestas a escuchar y entender los argumentos contrarios.

Los paristas y padres de estudiantes que los apoyaban tienen que entender que nadie está (por lo menos seriamente) proponiendo la privatización de la educación pública superior.  Cuotas voluntarias, o por lo menos diferenciadas, es una forma (no la única) de sufragar parte de los gastos de la educación.  Se necesitan diferentes mecanismos complementarios ya que erario público no es ilimitado y nos enfrentamos a un sinnúmero de necesidades.  Al mismo tiempo, necesitamos mejorar la calidad misma de la educación, lo cual difícilmente se va a lograr sin exigencias académicas.

No queda claro que la democratización de la UNAM sea el camino óptimo.  La mayoría de las instituciones de educación superior en el mundo no tienen una apertura al grado de que la opinión de los estudiantes sea importante.  El estudiante va a que le enseñen, no a decir lo que quiere aprender.  Los programas de estudio deben ser decisiones de los maestros y de los egresados que ya saben qué sirve y qué no.  Sin embargo, todo apunta a que la democratización es la solución política, ya que una vez abiertos los espacios es más difícil retroceder que avanzar.  Por lo mismo, es necesario constituir el congreso universitario y buscar las soluciones mediante este foro.

Para esto, será importante no transitar al otro extremo y rechazar de entrada lo que quieren los paristas.  Sus inquietudes de fondo son válidas, aun cuando sus soluciones no parecen a muchos resolver algo, e inclusive, complican aún más la situación.  ¿Cómo podemos asegurarnos que la educación universitaria pueda ser accesible a todos?  Cualquiera que sea la solución, necesita el apoyo de la mayoría de la sociedad, sin que se cause perjuicio a las minorías.

Al final de cuentas, el episodio de la huelga realmente demuestra avances.  Primero, buscó el dialogo, aun sabiendo que había violaciones a la ley.  Después se convocó a un plebiscito para asegurar el respaldo de la mayoría.  Finalmente, cuando parecía que ya no había más camino, se utilizó la fuerza pública pero sin el empleo de armas.  En el transcurso siempre hubo una libertad plena para opinar.  Cuando finalmente se recurrió al desalojo se hizo mediante la observación de la Comisión de Derechos Humanos y bajo la presencia de los medios.  Unos piensan que el gobierno tardó en resolver el conflicto.  Sin embargo, de haber hecho lo mismo meses antes, no hubiera dejado la oportunidad a que se agotara la posibilidad del diálogo.  Al haber esperado, se permitió que el apoyo a los paristas se fuera desvaneciendo.

En otros tiempos no se hubiera pedido la opinión a nadie, ni se hubiera informado a nadie, simplemente se hubiera aplicado la fuerza para imponer una resolución.  Sin lugar a dudas, empiezan a surgir más balances y contrapesos en la sociedad.  Esto es positivo.

A pesar de haber desalojado el campus universitario, ahora viene lo más difícil: reconstruir a la universidad, fortalecerla como institución y transformarla en algo que responda a las necesidades de la sociedad.


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jueves, 3 de febrero de 2000

¿Y el Bienestar Social?

 

Pulso Económico


¿Y el Bienestar Social?


Por: Jonathan Heath


Casi todos los indicadores macro recientes señalan que la actividad económica va viento en popa.  Pero más que un buen desempeño económico, la población reclama mayor bienestar social.  ¿Cuándo llegará?

Hace unos días el Presidente Ernesto Zedillo reconoció que “la economía no es el fin último del esfuerzo desplegado por el Gobierno.  El objetivo es elevar el nivel de vida de la población”.  Esto significa que el crecimiento del PIB tiene sentido únicamente si se traduce en una mejoría palpable para la mayoría de la gente.  De lo contrario, un Gobierno que pretende ser democrático iría perdiendo legitimidad.

La década de los 80 es recordada como pérdida, ya que el crecimiento económico fue nulo y hubo un retroceso impresionante en el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos.  Cuando asumió la Presidente, Carlos Salinas sabía que uno de sus retos más importante era revitalizar a la economía y establecer las bases para el crecimiento sostenido.  Aunque hubo mayor crecimiento de lo que habíamos visto anteriormente, no se consideraba lo suficientemente elevado como para mejorar el nivel de vida de la población.

Sin embargo, el sexenio de Salinas se caracterizó por cambios estructurales que distorsionaron la relación tradicional entre el crecimiento del PIB y la generación de empleos.  Al abrir la economía a la competencia externa, la base industrial pasó por una transformación en términos de productividad y eficiencia.  Tuvimos que pasar por una etapa de destrucción neta de empleos antes de aspirar a una mayor generación de trabajo que era la promesa de la apertura comercial.  Por ejemplo, entre junio de 1990 y abril de 1996 (70 meses sin interrupción), el número de empleos en el sector manufacturero fue disminuyendo.  Las empresas produjeron lo mismo o un poco más, con menos mano de obra, hasta llegar a un nuevo nivel de eficiencia.  Pero mientras las empresas crecían y se hacían más competitivas, la mayoría de la población no sintió ninguna ventaja de la apertura.

Cuando se convirtió en candidato, Ernesto Zedillo vio la necesidad de ir aterrizando los beneficios macroeconómicos hacia la familia media.  ¿Qué sentido tenía la realización de grandes cambios, si los rendimientos no se podían transmitir a la mayoría de los mexicanos?  De allí que surgió el lema para su campaña “bienestar para tu familia”.

Queda claro que el tropezón de 1995 va a hacer que cualquier comparación con el sexenio anterior sea negativa.  El crecimiento promedio anual de sexenio de Zedillo terminará cerca de 3.1 por ciento, 0.8 por ciento por debajo del promedio de Salinas.  Sin embargo, si tomamos únicamente los últimos cinco años del sexenio, el promedio sube a 5.1 por ciento, que ya parece cruzar (apenas) el umbral de un crecimiento mínimo necesario.  Debemos estar satisfechos con este resultado, pero ¿cómo queda el beneficio para las familias?.

Esta es una pregunta difícil de contestar, especialmente sin prejuicios ni sesgos ideológicos.  La respuesta de los partidos de oposición es que no ha existido.  Los de la globalifóbia entregarían una larga lista con los agravios que se han dado.  Los de la globalifóbia apuntarían inmediatamente a la tasa de crecimiento de las exportaciones, los empleos que ha generado el sector maquilador, la inversión extranjera directa y varias otras estadísticas que enmarcan el progreso que ha traído la apertura.

No hay duda de que las condiciones macroeconómicas de nuestro país son hoy sustancialmente superiores a lo que fueron hace seis años.  Existe más empleo, el poder adquisitivo empieza a mejorar, somos un país menos endeudado y se especula que pronto nos otorgarán el grado de inversión como país en lo que se concierne a nuestro riesgo soberano.  Esto se traduce en mayor bienestar para las familias en los estratos altos, digamos el 25 por ciento de ingresos más elevados.  Pero ¿el bienestar para las familias del otro 75 por ciento?

Sin llegar a los extremos, habría que admitir que aunque los avances no han sido muy visibles, por lo menos se ha establecido un comienzo.  Ya tenemos estabilidad macroeconómica.  Nuestra deuda externa es manejable y producimos nuestras propias divisas.  Después de mucho trabajo, ya tenemos puesta la mesa para empezar a producir el tan anhelado bienestar para las familias más necesitadas.  Claro, faltan la reforma fiscal, el fortalecimiento de las instituciones, mayor seguridad pública y la consolidación de la democracia.  El próximo Gobierno tendrá que aprovechar las bases creadas y realizar un papel muy activo para lograr lo que necesitamos.  El chiste será dejar de dar pasos hacia atrás como suele suceder en cada sucesión presidencial.


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martes, 1 de febrero de 2000

¿Globalifobia?

 

Pulso Económico


¿Globalifobia?


Por: Jonathan Heath®


El viernes pasado el Presidente Ernesto Zedillo acuñó un nuevo término para nuestro vocabulario al referirse a los que se oponen a la globalización como globalifóbicos.  A pesar de que presentó una serie de argumentos sólidos en contra del proteccionismo, no deberíamos descartar las inquietudes de quienes se oponen a la apertura total de las fronteras.

Nuestro Presidente abrió su discurso en la sesión plenaria del Foro Económico Mundial con una frase que pasará a la posteridad.  Dijo que los globalifóbicos “se están uniendo en torno a un propósito común: salvar a la gente de los países en desarrollo del desarrollo”.  Enseguida a argumentó cómo el proteccionismo daña más a la gente que busca ayudar.  Más bien, es la apertura de los mercados y la aceptación de un proceso inevitable que podrá brindarle más oportunidades a los pobres.

Si leemos el discurso completo, tenemos que admitir que contiene varios argumentos muy persuasivos que son los que los defensores de la apertura comercial han sostenido desde hace tiempo.  Sin embargo, también encontraremos un tono de exageración al descartar por completo las inquietudes de los globalifóbicos, tachándolos de ingenuos o cínicos.  Inclusive, llega a reducir los motivos esgrimidos por este grupo a “subterfugios retóricos para ocultar un mero proteccionismo”.

Antes que nada, confieso que simpatizo de entrada con la apertura comercial y la buena aplicación de las fuerzas del mercado, justamente por muchos de los argumentos vertidos en su discurso.  Sin embargo, me cuesta trabajo ir al extremo de defender la posición de que el mercado ofrece siempre las mejores soluciones.  La interacción de la oferta y de la demanda produce muchas veces costos (y beneficios) que no se logran incorporar adecuadamente al mecanismo de precios, algo que los economistas llamamos externalidades.  En muchos casos es necesaria la intervención del gobierno para dirigir, corregir o adecuar las fuerzas del mercado al bien colectivo de la sociedad.  No obstante, estas acciones se deben realizar con sumo cuidado por las distorsiones que puede causar y con un respeto irrestricto.

Por ejemplo, queda claro que el subsidio generalizado a la tortilla crea muchas distorsiones y una asignación ineficiente, ya que el precio reducido le llega a toda la sociedad, independientemente del nivel de ingresos.  En teoría, el programa Progresa podría ser superior ya que se canalizan los recursos escasos a quienes más lo necesitan.  Sin embargo, en la práctica este proceso no funciona y siempre habrá pobres que tendrán que consumir todavía menos.  Por lo mismo, es preferible pecar en exceso con el subsidio general pero a sabiendas que por lo menos comerán algo los más desafortunados.

El Presidente abarca el ejemplo de los “pretextos” ambientales contra el libre comercio y sostiene que “la integración económica tiende a mejorar el medio ambiente, no a empeorarlo”.  Primero, porque el crecimiento económico genera al menos una parte de los recursos necesarios para preservar y restaurar el medio ambiente.  Segundo, el libre comercio contribuye a que la gente exija un mejor medio ambiente.  Tercero, el incremento en oportunidades anima a la gente a abandonar ocupaciones marginales que suelen ser muy contaminantes.

Enseguida pone la experiencia mexicana como un buen ejemplo.  Dice que a medida que la economía se ha abierto, jamás hemos relajado las normas ambientales a fin de atraer nuevas industrias.  De hecho, las normas y su aplicación son ahora considerablemente más estrictas.  En los seis años del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, no se ha reportado ningún caso de una planta que se haya trasladado a México para huir de normas ambientales más estrictas.

Lo anterior es cierto sin lugar a dudas.  Pero en ello debemos reconocer el papel esencial que han jugado los grupos ecológicos globalifóbicos tanto en México como en Estados Unidos al ejercer su presión para incluir anexos completos sobre el tema.  Después de haberse concluido las negociaciones, el Congreso norteamericano tuvo que ceder ante estas presiones para incluir dos acuerdos adicionales, justamente de cooperación ambiental y laboral.  Estos acuerdos pusieron candados al mercado precisamente para evitar que las empresas se trasladaran a México para aprovecharse de un ambiente de relajación legal.  No fue el mercado tal cual el que evitó el abuso, sino la insistencia de los globalifóbicos para acotar los márgenes de acción a las empresas.

El mismo Presidente admite en su discurso que él “ni nadie podría afirmar que el solo acceso al libre comercio y la inversión basta para alcanzar un desarrollo sostenido y superar la pobreza.”  Por lo mismo, el gobierno necesita instrumentar políticas macroeconómicas sanas, además de proveer inversión en educación, salud e infraestructura.  Alegó, sin embargo, que la evidencia histórica del siglo pasado muestra claramente que los países que han aceptado la globalización son los que llegaron más rápidamente al desarrollo.

Esto último podrá ser cierto o no, pero la rapidez actual de la globalización, como consecuencia de los adelantos tecnológicos en comunicación y transporte, no nos ha permitido absorber los cambios en forma óptima.  Eventualmente, una mayor apertura redituará en mayor desarrollo.  El problema es que el transcurso del camino no es equitativo para todos y necesitamos recordarlo para acomodar de la mejor manera los desequilibrios generados.  Para esto último sirven los retractores como los globalifóbicos.

Estos grupos de presión tienen una función importante en el proceso inevitable de la globalización.  De entrada, contribuyen a la concientización de los puntos flacos y posibles repercusiones negativas.  Nos obligan a reflexionar y adecuar los caminos sobre la marcha.  Nos ayudan a establecer prioridades en el mismo gasto público.  Podemos no estar de acuerdo en las soluciones que proponen, ya que bien ponderadas resulta que pueden causar más problemas de los que pretenden resolver.  Sin embargo, esto no descalifica las inquietudes de fondo.  Sobre todo, debemos saber escuchar a los que no están de acuerdo.

Siempre nos podrán aportar algo.


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