Pulso Económico
¿Y el Bienestar Social?
Por: Jonathan Heath
Casi todos los indicadores macro recientes señalan que la actividad económica va viento en popa. Pero más que un buen desempeño económico, la población reclama mayor bienestar social. ¿Cuándo llegará?
Hace unos días el Presidente Ernesto Zedillo reconoció que “la economía no es el fin último del esfuerzo desplegado por el Gobierno. El objetivo es elevar el nivel de vida de la población”. Esto significa que el crecimiento del PIB tiene sentido únicamente si se traduce en una mejoría palpable para la mayoría de la gente. De lo contrario, un Gobierno que pretende ser democrático iría perdiendo legitimidad.
La década de los 80 es recordada como pérdida, ya que el crecimiento económico fue nulo y hubo un retroceso impresionante en el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos. Cuando asumió la Presidente, Carlos Salinas sabía que uno de sus retos más importante era revitalizar a la economía y establecer las bases para el crecimiento sostenido. Aunque hubo mayor crecimiento de lo que habíamos visto anteriormente, no se consideraba lo suficientemente elevado como para mejorar el nivel de vida de la población.
Sin embargo, el sexenio de Salinas se caracterizó por cambios estructurales que distorsionaron la relación tradicional entre el crecimiento del PIB y la generación de empleos. Al abrir la economía a la competencia externa, la base industrial pasó por una transformación en términos de productividad y eficiencia. Tuvimos que pasar por una etapa de destrucción neta de empleos antes de aspirar a una mayor generación de trabajo que era la promesa de la apertura comercial. Por ejemplo, entre junio de 1990 y abril de 1996 (70 meses sin interrupción), el número de empleos en el sector manufacturero fue disminuyendo. Las empresas produjeron lo mismo o un poco más, con menos mano de obra, hasta llegar a un nuevo nivel de eficiencia. Pero mientras las empresas crecían y se hacían más competitivas, la mayoría de la población no sintió ninguna ventaja de la apertura.
Cuando se convirtió en candidato, Ernesto Zedillo vio la necesidad de ir aterrizando los beneficios macroeconómicos hacia la familia media. ¿Qué sentido tenía la realización de grandes cambios, si los rendimientos no se podían transmitir a la mayoría de los mexicanos? De allí que surgió el lema para su campaña “bienestar para tu familia”.
Queda claro que el tropezón de 1995 va a hacer que cualquier comparación con el sexenio anterior sea negativa. El crecimiento promedio anual de sexenio de Zedillo terminará cerca de 3.1 por ciento, 0.8 por ciento por debajo del promedio de Salinas. Sin embargo, si tomamos únicamente los últimos cinco años del sexenio, el promedio sube a 5.1 por ciento, que ya parece cruzar (apenas) el umbral de un crecimiento mínimo necesario. Debemos estar satisfechos con este resultado, pero ¿cómo queda el beneficio para las familias?.
Esta es una pregunta difícil de contestar, especialmente sin prejuicios ni sesgos ideológicos. La respuesta de los partidos de oposición es que no ha existido. Los de la globalifóbia entregarían una larga lista con los agravios que se han dado. Los de la globalifóbia apuntarían inmediatamente a la tasa de crecimiento de las exportaciones, los empleos que ha generado el sector maquilador, la inversión extranjera directa y varias otras estadísticas que enmarcan el progreso que ha traído la apertura.
No hay duda de que las condiciones macroeconómicas de nuestro país son hoy sustancialmente superiores a lo que fueron hace seis años. Existe más empleo, el poder adquisitivo empieza a mejorar, somos un país menos endeudado y se especula que pronto nos otorgarán el grado de inversión como país en lo que se concierne a nuestro riesgo soberano. Esto se traduce en mayor bienestar para las familias en los estratos altos, digamos el 25 por ciento de ingresos más elevados. Pero ¿el bienestar para las familias del otro 75 por ciento?
Sin llegar a los extremos, habría que admitir que aunque los avances no han sido muy visibles, por lo menos se ha establecido un comienzo. Ya tenemos estabilidad macroeconómica. Nuestra deuda externa es manejable y producimos nuestras propias divisas. Después de mucho trabajo, ya tenemos puesta la mesa para empezar a producir el tan anhelado bienestar para las familias más necesitadas. Claro, faltan la reforma fiscal, el fortalecimiento de las instituciones, mayor seguridad pública y la consolidación de la democracia. El próximo Gobierno tendrá que aprovechar las bases creadas y realizar un papel muy activo para lograr lo que necesitamos. El chiste será dejar de dar pasos hacia atrás como suele suceder en cada sucesión presidencial.
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