martes, 27 de abril de 1999

La Deuda Externa

 

Pulso Económico


La Deuda Externa


Por: Jonathan Heath


Según las últimas cifras disponibles de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, este año habrá que amortizar 33.2 mil millones de dólares, más la mayor parte de la deuda externa contratada por la banca comercial. Esto significa que tendremos que pagar o refinanciar más de 50 mil millones de dólares en el año.  ¿Es mucho o poco?

Desde 1983, como parte del arreglo de la renegociación de la deuda externa con la banca internacional, el gobierno mexicano está obligado a editar un librito de información estadística económica y financiera conocido en el medio como el Data Book.  Originalmente era información privilegiada que se mandaba casi exclusivamente a los bancos acreedores en el extranjero.  Por ser casi la única fuente que contenía el perfil de amortización y un desglose interesante del stock de la deuda externa, era una publicación muy socorrida.

Todavía hace diez años, resultaba vital tener algún conocido ya sea en la Secretaría de Hacienda o en algún banco extranjero para tener acceso a estos datos.  En los últimos años, como consecuencia de la apertura a la información que se vive en nuestro país, todos estos datos ya están disponibles en el Internet.  Sin embargo, su presentación y desglose casi no han variado desde hace 16 años.

La presentación era algo diferente a la del informe trimestral de deuda pública, lo que presentaba un problema de interpretación y consolidación.  Desgraciadamente, su publicación era a destiempo, con un rezago que variaba mucho de una a otra publicación.  Por ejemplo, ahora apenas tiene información al cierre de 1998, lo cual representa un retraso de cuatro meses.  Sin embargo, en otras ocasiones el rezago era de ocho meses o más.

En su momento de aparición, era una novedad por contener información a la que antes no había acceso fácil.  No obstante, con el tiempo veíamos su información anual poco oportuna y su desglose temporal no muy funcional.  Los muy iniciados conocen algo de lo que está detrás de cada renglón, pero la mayor parte de su contenido siempre había sido un misterio.

Por ejemplo, se reporta una deuda de 16.952 mil millones de dólares (mmd) de la banca mexicana al 31 de diciembre de 1998.  Sin embargo, no se conoce el perfil de amortización de esta deuda.  Parece muy extraño que la Secretaría de Hacienda, la Comisión Nacional Bancaria o el Banco de México no tengan está información.  ¿Por qué no se reporta?  Según entiendo, casi toda esta deuda corresponde a líneas interbancarias de corto plazo.  De ser así, se debería incluir en el monto de deuda externa por vencer este año.  Si esto es cierto, tenemos que pagar o refinanciar 50.2 mmd este año, 31.1 por ciento de la deuda externa total.

Una parte importante de esta deuda involucra líneas de financiamiento con una renovación casi automática.  Otra parte está ligada al comercio exterior y por lo mismo, se renuevan constantemente.  La deuda con organismos oficiales como el Banco Mundial y el BID, se amplía por acuerdo cada año siempre y cuando se presenten proyectos nuevos, lo cual casi garantiza su pago.  Sin embargo, mucha de esta información está implícita, por lo que no podíamos saber con mucha certeza cuál es el verdadero peso de la deuda externa.

El Data Book de hace un año reportaba que teníamos que afrontar pagos al exterior por 33.7 mmd en el transcurso de 1998, sin incluir la deuda de la banca mexicana.  La información dada a conocer a mediados del año pasado, reportaba que teníamos que pagar 22.1 mmd en la segunda mitad del año.  Con esto podríamos intuir que hemos de haber pagado alrededor de 12 mmd y refinanciado otros 5 mmd.  Igualmente, hace un año se reportaba que pagaríamos este año 14.7 mmd, monto que había ascendido a 22.5 mmd a mediados del año.  Ahora resulta que el monto se incrementó a 33.2 mmd.  Sin mayor conocimiento, pensaríamos que aumentó la deuda de corto plazo en 18.5 mmd, pero en realidad simplemente son los refinanciamientos que se dan.

A partir de ahora, la Secretaría de Hacienda cambia la presentación de la información acerca de la deuda pública externa que presenta en el Data Book.  Ahora los datos son más consistentes con los reportes trimestrales que se presentan al Congreso de la Unión; el desglose es mejor porque resulta un poco más analítico; y se pueden identificar con más facilidad los riesgos de refinanciamiento.  También parece ser que obedece a las sugerencias obtenidas del FMI y del Banco Mundial.

De los 33.2 mmd que tenemos que pagar este año, 15.9 mmd corresponden al sector privado y 5.2 mmd al Banco de México (que es deuda con el FMI).  Esto significa que el sector público enfrenta una deuda de 12.1 mmd que vence este año.  Gracias a la nueva presentación de los datos, podemos observar que 5.4 mmd están ligados al comercio exterior, lo cual se paga principalmente a través de nuestras exportaciones.  Seguramente la mayor parte de esta deuda pertenece a Pemex y tendrá que ser refinanciada.

En los primeros tres meses del año, el gobierno mexicano ha colocado deuda por 5.3 mmd en el exterior, lo cual significa que le falta 6.8 mmd más para cubrir la totalidad de la amortización del año.  De antemano, podemos estar seguros que la deuda de 1.9 mmd con el Banco Mundial y el BID se conseguirá a través de nuevos prestamos con los mismos organismos.  Por lo mismo, restan aproximadamente 4.9 mmd por financiar.  Al observar el mercado financiero internacional, esto monto no debería de presentar problema alguno para nuestro país.

Sin lugar a dudas, el gobierno ha hecho un esfuerzo importante para mejorar el perfil de amortización de la deuda pública externa.  En comparación con otros años, la proporción de deuda de corto plazo al total es mucho menor.  Sin embargo, todavía presenta una carga excesiva en comparación con los países más industrializados y por lo mismo, es un riesgo importante para nuestro país.  Esto significa que el gobierno tendrá que estar constantemente en busca de nuevas fuentes de refinanciamiento.  Afortunadamente, este año se ve holgado gracias a la recuperación de los mercados internacionales.


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jueves, 22 de abril de 1999

En Defensa del Corto

 

Pulso Económico


En Defensa del Corto


Por: Jonathan Heath


La inflación y las tasas de interés han bajado como consecuencia de la política monetaria.  Esto ha permitido que se revierta el pesimismo de principios de año, que mejoren las perspectivas y que disminuya la vulnerabilidad a una crisis sexenal.  Por lo mismo, es imperativo sostener la política actual y no aflojar el paso.

A partir de agosto del año pasado, el Banco de México aplica una política más decidida de “cortos”, en respuesta a los shocks del exterior que generaron presiones inflacionarias.  A través de esta política “restrictiva”, las autoridades monetarias enviaron al mercado un mensaje en el sentido de que no van a permitir que se validen las expectativas de mayor inflación.  Sin lugar a dudas, la baja en la inflación y las tasas de interés de estos meses se debe a esta aplicación correcta.

La política monetaria actual es relativamente efectiva ante la ausencia de shocks externos.  Podríamos decir que baja su efectividad cuando la economía está sujeta a shocks, aunque habría que hacer la distinción entre shocks temporales y permanentes.  Si el shock es de naturaleza temporal, disminuye la eficacia inmediata de la política y se alarga el rezago entre la aplicación de la política y los resultados.  Todo parece indicar que este es el caso de la economía mexicana actual.

Es muy importante entender el mecanismo del corto y cómo éste contribuye a disminuir la inflación y las tasas de interés.  En el momento de aplicar o ampliar el corto, suben las tasas de interés, dado que las autoridades monetarias reducen (simbólicamente) la liquidez del mercado.  El aumento en las tasas disminuye la demanda de dinero, lo cual dificulta el aumento generalizado de precios.  Por lo mismo, la sociedad en su conjunto revisa a la baja sus expectativas de inflación.  Al esperar menos inflación, las tasas de interés empiezan a disminuir.  En otras palabras, si funciona el corto, debemos observar eventualmente una baja en las tasas de interés.

Con un rezago importante debido a los shocks del exterior del año pasado, este es el comportamiento que hemos observado.  La política de los cortos funciona.  Quizás no con la rapidez que nos gustaría, pero definitivamente contribuye a la baja en la inflación.

Ante la frustración por la lentitud de los resultados, hemos visto reiteradamente propuestas de dolarización y de consejos monetarios por parte de muchos segmentos de la sociedad.  Uno de los voceros más importantes de estas propuestas ha sido el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) en voz de su representante máximo, Eduardo Bours.  Obviamente, al demandar la dolarización o una política en la que se instrumente una regla de convertibilidad, se está pidiendo una política monetaria todavía más restrictiva y firme contra la inflación.  Esto es congruente con la visión empresarial de un ambiente de mayor estabilidad, propicio para el crecimiento sostenido.

Por lo mismo, extraña que ahora el CCE pida el fin de la política monetaria restrictiva actual.  En una sorpresiva declaración, contraria a las posturas de los presidentes de Concamin, Canacintra y Canaco, el CCE parece olvidar que una política expansionista modificaría las expectativas de inflación y terminaría por aumentar las tasas de interés.  El aumento en la liquidez únicamente bajaría las tasas momentáneamente en lo que la gente se da cuenta que la inflación podría aumentar.  Al esperar más inflación, aumentarían las tasas y habría mayor incertidumbre.

La señal sería justamente la equivocada.  Lo que más preocupa a las autoridades monetarias es disminuir hasta lo posible la vulnerabilidad de la economía, especialmente por estar cerca el último año del sexenio.  Hacerle caso a las recomendaciones del CCE sería como regresar a las políticas populistas que buscan mejorar el ambiente económico en el corto plazo para asegurar las elecciones, pero a un costo mayor en el mediano plazo.  Esto sería propicio para un ambiente de una devaluación abrupta, que es justamente lo que queremos evitar.

En el fondo lo que seguramente quiere el CCE es un aumento en la liquidez real de la economía (después de haber descontado la inflación) para inducir una disminución en la tasa real de interés.  Sin embargo, la política monetaria podrá influir en los niveles nominales más no en los reales.  La liquidez real de la economía es resultado de los factores productivos y del ahorro de la sociedad y por lo tanto, no lo determina el Banco Central.

Por lo pronto, el Banco de México sigue la política adecuada para inducir la inflación a la baja y asegurar la estabilidad.  No es el momento de cambiar lo que claramente funciona.


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martes, 20 de abril de 1999

La Cuenta Corriente

 

Pulso Económico


La Cuenta Corriente


Por: Jonathan Heath


El sexenio pasado, el gobierno trató de convencernos de que un déficit en la cuenta corriente era nocivo únicamente si su origen provenía de un déficit fiscal.  Sin embargo, aun así terminamos con crisis.  Ahora nos quieren hacer la misma distinción, haciéndonos creer que el déficit actual no debe preocupar.

Las crisis cambiarias de 1976 y 1982 fueron provocadas claramente por un déficit fiscal muy elevado.  El gasto gubernamental excesivo amplió la demanda agregada, que a su vez incrementó la demanda de importaciones y condujo a un déficit mayúsculo en la cuenta corriente.  Para financiarlo, el gobierno tuvo que recurrir al exterior e incrementó la deuda externa hasta que ya no fue sostenible.  Al final, la única solución fue una devaluación traumática.

No obstante, a partir del sexenio de Carlos Salinas las autoridades empezaron a argumentar que un déficit en la cuenta corriente era deseable, siempre y cuando no proviniera de un desequilibrio fiscal, dado que era característica de una economía sana y creciente.  Si el gobierno sigue las políticas adecuadas, inspira confianza y atrae inversión extranjera.  La entrada de capital produce un incremento en la demanda agregada y por lo tanto, aumenta el déficit externo.  Sin embargo, ya no existe la necesidad de buscar el financiamiento y por lo tanto se puede argumentar que es un déficit benigno.

La teoría del déficit benigno se desplomó en 1994, cuando experimentamos una crisis cambiaria catastrófica a pesar del saneamiento en las finanzas públicas.  Nos dimos cuenta de que el mero tamaño del déficit externo, independientemente de su origen, provocó a nuestra economía un estado de vulnerabilidad exagerada.  En ese momento se echó la culpa al financiamiento, que era en gran medida de corto plazo.  Era inversión especulativa que ante el primer titubeo se fue del país y causó graves trastornos.

Ahora parece ser que las autoridades nos quieren convencer de que no habrá crisis cambiaria sexenal porque (1) el déficit en la cuenta corriente no proviene de un desequilibrio fiscal; (2) su tamaño es la mitad de lo que fue hace seis años y debemos observar una mejoría sustancial este año; (3) la mayor parte de su financiamiento no proviene de inversiones especulativas de corto plazo, sino principalmente de inversión extranjera directa, y; (4) el régimen cambiario es de flotación.

Las argumentaciones tienen algo de lógica, por lo que no debemos descartarlas de inmediato.  Sin embargo, sabemos bien que en la medida que el gobierno empieza a presentar más y más justificaciones de sus políticas, más deben aumentar nuestras sospechas.  El sentimiento popular es que hay que hacer justamente lo contrario de lo que dice el gobierno.  Si dice que no va a haber devaluación, es que ya viene.  Si dice que el tipo de cambio no está sobrevaluado, es la primera señal de que lo está.  Si dice que el déficit en la cuenta corriente no es para preocuparse, cuidado ya que va a tronar.  La única forma en que va a adquirir credibilidad es a través de resultados.

Ya hemos aprendido que un déficit externo puede ser maligno aunque su origen no sea por irresponsabilidad fiscal.  Además, la experiencia nos ha dicho que no podemos confiar del todo en las estadísticas hacendarias, ya que son confusas, a destiempo y no muy precisas.  Por ejemplo, el gobierno cambió su metodología en 1993, eliminando la intermediación financiera del déficit.  Justamente al año siguiente (en época de elecciones), aumentó en forma desproporcional el financiamiento a la banca de desarrollo, que no llegó a clasificarse como parte del déficit público.  ¿Fue o no fue?

Según las estadísticas, el déficit externo es la mitad de lo que fue hace seis años y debe disminuir este año a 2.2 por ciento del PIB (según Criterios Generales) o a 2.8 por ciento del PIB (según Banco de México).  No obstante, los indicadores apuntan hacia una recuperación más rápida de la actividad económica, por lo que es mucho más probable que el déficit sea superior al 3 por ciento del PIB.  Pero todavía más importante es la inercia de una economía en recuperación, que puede provocar un déficit cercano a 5 por ciento del PIB para el año 2000.  Aunque es algo menor a lo que fue en 1994, es aún una cifra elevada que hace que la balanza de pagos sea un punto vulnerable.

El Banco de México señala que la inversión extranjera directa financia el 65 por ciento del déficit en la cuenta corriente, por lo que ya no dependemos de la inversión especulativa de portafolio.  Sin embargo, el financiamiento de la balanza de pagos es un flujo, por lo que no necesitamos una salida de capital para provocar una situación de crisis.  Como lo ha señalado el prestigiado economista Guillermo Calvo, con que tengamos un paro repentino en los flujos de capital, podremos experimentar una crisis cambiaria, independientemente de si su origen es capital de portafolio o inversión extranjera directa.

El régimen cambiario que tenemos hoy es sustancialmente superior al anterior, ya que no permitirá que se acumulen las presiones, especialmente ante los tiempos políticos que se avecinan.  Sin embargo, aunque ayudará a evitar una devaluación repentina mayor, no es ninguna garantía de que no experimentaremos una gran volatilidad ante la incertidumbre política del año entrante.

A pesar de que el gobierno nos ha prometido que no cometerá ningún error de política económica con fines electorales el año entrante, su promesa no es suficiente.  En abril de 1994, faltando menos de tres meses para las elecciones, incrementó exageradamente la emisión de Tesobonos.  Por las mismas fechas, incrementó el crédito interno neto del Banco Central ante las salidas de capital.  Si nos han golpeado una y otra vez, ¿porque hemos de pensar que esta vez no lo harán?

Todo parece indicar que los fundamentos y la política económica de ahora son mejores que hace seis años.  Sin embargo, las presiones políticas son mayores.  El déficit en la cuenta corriente será menor pero sigue siendo el punto neurálgico de nuestra vulnerabilidad.


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jueves, 15 de abril de 1999

La Política Monetaria

 

Pulso Económico


La Política Monetaria


Por: Jonathan Heath


Después de un periodo difícil, se perdió mucha credibilidad en la política monetaria y en la seriedad del Banco de México para abatir la inflación.  Ahora con base en resultados, las autoridades monetarias buscan recuperar esa credibilidad.

La devaluación de diciembre de 1994 y los errores de política económica llevaron la inflación a 52 por ciento en 1995, muy superior al 7.1 por ciento del año anterior.  A partir de entonces, el Banco de México adoptó una política gradualista para abatir la inflación, con la meta a largo plazo de igualarla con la de nuestros socios comerciales.  Las autoridades monetarias han argumentado que podrían acortar el tiempo de este proceso, pero únicamente con el apoyo decidido de la sociedad.

Hasta fines de 1997 podríamos decir que se había observado cierto éxito en los esfuerzos del Banco Central.  La inflación descendió a 27.7 por ciento en 1996 y a 15.7 por ciento en 1997.  No obstante, había muchos críticos que sostenían que habría que redoblar los esfuerzos ya que los efectos negativos de la inflación son muy dañinos para el poder adquisitivo de la población, para las posibilidades de crecimiento sostenido y para la distribución del ingreso.  Sin embargo, dado que se mantenía la tendencia descendente, la crítica era limitada y la credibilidad en la política monetaria iba en aumento poco a poco.

Sin embargo, los eventos de 1998 cambiaron esta percepción.  Nos dimos cuenta que la política monetaria era relativamente efectiva ante la ausencia de shocks externos y con la ayuda de la apreciación cambiaria.  En el momento en que aparecieron los shocks y el tipo de cambio empezó a depreciarse, la inflación volvió a incrementarse.  Si tomamos en cuenta el número y tamaño de los shocks del exterior, deberíamos haber estado conformes de que la inflación únicamente se incrementó 3 puntos porcentuales para ubicarse en 18.6% a finales de 1998.  Pero no fue tanto el resultado en sí, sino la pérdida de credibilidad en la política monetaria para contener los shocks y seguir abatiendo la inflación.

A partir de septiembre pasado diversos segmentos de la población demandaron una política antiinflacionaria más comprometida.  Las propuestas de dolarización, unión monetaria y de reglas de convertibilidad fueron resultado de la frustración creciente en la política monetaria y de la pérdida de credibilidad en el Banco de México.  Implícitamente, estas propuestas dicen: si no somos capaces de instrumentar una política efectiva para abatir la inflación, deberíamos de importarla a través de la dolarización de nuestra economía.

Afortunadamente los resultados de inflación de los últimos dos meses han mejorado sustancialmente y las expectativas para el año se han revisado a la baja.  A principios de año, la mayoría de los analistas veían una inflación superior a 17 por ciento y ahora la ven por debajo de 15 por ciento.  Esto ha sido resultado de una política monetaria consistente y paciente.  Los efectos de las altas tasas reales de interés ha tomado seis meses en surtir efecto y revertir la tendencia.  Hemos visto que los shocks del exterior fueron temporales y por lo mismo, el incremento en la inflación también fue temporal.

La mejoría apenas llega a tiempo.  En la medida en que nos acercamos a las elecciones del año 2000, los analistas van a fijarse más y más en las acciones del Banco de México.  Si queremos evitar una crisis de fin de sexenio, las autoridades monetarias tienen que mostrar su autonomía a través de una política consistente que siga abatiendo la inflación y que no busque fines electorales.  Esto significa que el Banco Central ya no podrá aplicar una política expansiva de “largos” ni ejercer acción alguna que se pudiera entender como tal.

Por lo pronto no deberíamos de observar cambios en la política actual del “corto” de 160 millones de pesos.  Actualmente se observa una tendencia a la baja en las tasas de interés y la inflación.  Si deciden disminuir el corto (aun en el caso de que mantengan uno menor que seguiría siendo restrictivo), se interpretaría como un relajamiento de la política monetaria.  ¿Para qué relajar la política actual?  Seguramente para estimular la actividad económica o para financiar una expansión del gasto con fines electorales.

Una disminución en el corto actual ayudaría a disminuir más las tasas de interés.  Sin embargo, también podría interpretarse como un aflojamiento de los esfuerzos de las autoridades monetarias, lo que podría incrementar las expectativas de inflación.  A final de cuentas, a partir de ahora cualquier acción de política monetaria se estará interpretando en términos políticos y electorales.


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martes, 13 de abril de 1999

El Próximo Sexenio

 

Pulso Económico


El Próximo Sexenio


Por: Jonathan Heath


Este sexenio se inició con una gran devaluación y una de las peores recesiones en nuestra historia.   La mayoría de las familias sufrieron una pérdida enorme en su poder adquisitivo y un endeudamiento que les afecta hasta la fecha.  Para muchos, la esperanza radica en un sistema político más democrático en el cual la voz del pueblo sea escuchada.  No obstante, el próximo sexenio también se percibe difícil.

Los políticos podrán decir y prometer lo que quieran, pero cada día son más las personas que están hartas del sistema político actual y de la falta de resultados palpables en su bienestar familiar.  La economía les ha dado inflación, devaluación y desempleo en vez de la estabilidad y crecimiento sostenido que les han prometido reiteradamente.  La política no ha podido acabar con la corrupción, la impunidad y la inseguridad, lo que ha incrementado la frustración generalizada de la sociedad.

El crecimiento sostenido de los sesenta fue cuestionado, ya que favorecía más a la clase privilegiada y los pobres estaban quedando cada vez más marginados.  La política populista de los setenta acabó con la estabilidad sin poder resolver el problema de la inequidad.  La realidad económica de los ochenta terminó siendo una pesadilla continua.  La promesa de las reformas de los noventa nos dio un respiro de esperanza que terminó simplemente en una ilusión.  La búsqueda de un modelo de desarrollo apropiado sigue, con la única diferencia de que sabemos lo que no hay que hacer, pero sin saber lo que sí hay que hacer.

Con el paso del tiempo el problema se ha acrecentado.  La población total de la República Mexicana es el doble de lo que fue en 1970, con la mayor parte del crecimiento demográfico en los estratos de ingreso bajo.  Por lo mismo, las presiones sobre la sociedad son mayores y más complicadas en comparación con lo que existía hace apenas 30 años.  La desigualdad, la corrupción, la impunidad, la inseguridad y demás problemas agobian a nuestra sociedad como nunca antes.  Con el paso del tiempo, nos sentimos más frustrados al percatarnos de que no hay soluciones fáciles a la vista que permitan ir incorporando a nuestro país al siglo XXI, pero sin dejar a un segmento todavía en el siglo XIX.

Existe la percepción de que en el pasado únicamente fueron los empresarios y políticos ricos los que se beneficiaron.  Aunque el crecimiento económico de los últimos tres años ha sido superior al 5 por ciento promedio anual, han sido únicamente las grandes empresas exportadoras las que lo han generado.  La inmensa mayoría de la población no perciben en su bienestar familiar lo que reflejan las cifras macroeconómicas que recita el gobierno.  Por lo mismo, los anuncios de un nivel de desempleo inferior causan enojo en vez de orgullo.

Una parte importante de la sociedad ve la respuesta en el cambio político.  El sistema que funcionó en su momento para sacarnos del caos revolucionario ha quedado obsoleto.  El autoritarismo ya no responde a las exigencias de la nación.  Las posibles soluciones tienen que emanar de la mayoría para que tengan legitimidad.  Las elecciones presidenciales del año 2000 representan la oportunidad para el cambio, para tener finalmente un gobierno y un sistema político que escuchen a la mayoría.

No obstante, el próximo sexenio no necesariamente será mejor.  Primero, por la simple lógica de que no existen soluciones mágicas ni fáciles.  El próximo Presidente, aunque sea de otro partido, no podrá cambiar radicalmente el ambiente económico.  Cuando la población se entere de que el nuevo gobierno se enfrenta a los mismos retos y limitaciones que en el pasado, no tardará en regresar la frustración.

Gane quien gane las elecciones, es casi un hecho de que lo hará con bastante menos del 40 por ciento del voto popular y se enfrentará a un Congreso con una oposición mayoritaria.  ¿Qué pasará si el partido con más votos tiene una diferencia mínima con el segundo lugar?  Es muy factible pensar que lo que ahora observamos en las elecciones internas del PRD se repita en las elecciones presidenciales el año entrante, es decir, que exista una diferencia menor al uno por ciento entre dos candidatos.  ¿Cómo resolveríamos tal conflicto?  ¿Qué legitimidad tendrá un gobierno que ganará las elecciones con 35 por ciento del voto mientras que el segundo lugar obtuviera 34 por ciento?

¿Será mejor una alianza opositora?  Aunque sería posible adjudicarse más votos en bloque que cada cual por separado, las diferencias ideológicas y personales no ayudarán a gobernar mejor.  Por querer ganar las elecciones por encima de todo, podríamos enfrentarnos a un caos político peor.

Hoy la oposición domina únicamente la Cámara Baja y en el próximo sexenio podrán ser las dos cámaras.  Esto significa que el Ejecutivo tendrá muchas dificultades para impulsar cambios.  Inclusive, existe la posibilidad de que ahora sea el Legislativo el que imponga los cambios al Ejecutivo.  Suena muy democrático, pero en los hechos va a ser muy difícil gobernar.  A la larga, provocará más diálogo y negociación.  Pero en el corto plazo, en lo que aprendemos, todo será más difícil.

Si logra ganar otra vez el PRI, se enfrentará a una oposición frustrada y enojada.  Sería más probable que el PAN y el PRD se unan con un propósito común: hacerle la vida imposible al PRI.  Sin embargo, el escenario no cambia tanto si ganarán el PAN o el PRD.  El PRI se unirá con el otro partido de oposición para enfrentar y bloquear al nuevo Ejecutivo.

Existen muchas interrogantes acerca del próximo sexenio.  Ya no podemos seguir con el sistema político del pasado, pero el cambio no promete mejoras rápidas.  Queda claro que ya no hay marcha atrás.  No tenemos mucha experiencia democrática, por lo que es muy probable que vamos a cometer todavía muchos errores.  Pero eso no significa que debemos dejar de intentar avanzar, aun sabiendo que habrá tropiezos.  Así es como se adquiere la experiencia.  Por lo mismo, el reto es aprender en el camino y no quedarnos parados.

El próximo sexenio será difícil.  Sin embargo, es un paso necesario que debemos tomar.  Dependerá de nosotros aprender y madurar lo más rápido posible para abrir caminos.


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jueves, 8 de abril de 1999

La Credibilidad de las Elecciones

 

Pulso Económico


La Credibilidad de las Elecciones


Por: Jonathan Heath


Las elecciones para Gobernador en Guerrero y para la presidencia del PRD ponen de nuevo en tela de juicio la credibilidad de nuestros procesos electorales.  Para evitar la crisis sexenal el próximo año, resulta esencial realizar las elecciones presidenciales en un ambiente de credibilidad y confianza.

Después de una larga historia de elecciones amañadas y poco creíbles, habíamos dado uno de los primeros pasos hacia la democracia tan anhelada en nuestro país: tener elecciones limpias y justas.  Sin embargo, todo apunta a que no pudimos consolidar el proceso y ahora parece ser que estamos dando pasos hacia atrás.

Sin lugar a dudas, las elecciones más vergonzantes fueron las de 1988, cuyo resultado real nunca sabremos.  Aunque Carlos Salinas de Gortari asumió el poder en diciembre de ese año, fue más bien producto de una ardua negociación entre los partidos políticos que compartían el poder en ese momento, más que un genuino reflejo de la voluntad del pueblo.  Sin embargo, la experiencia valió para presionar al sistema a reformarse y dar pasos firmes hacia elecciones democráticas.

Después de cuatro reformas electorales, en 1994 pudimos realizar elecciones relativamente limpias, aunque todavía no justas.  Faltó una reforma más para que finalmente en 1997 tuviéramos elecciones limpias y relativamente justas.  Con el Instituto Federal Electoral en manos de ciudadanos, las elecciones ya no fueron organizadas por el propio gobierno.  Ganó Cuauhtémoc Cárdenas, candidato de oposición, las elecciones para Jefe de Gobierno del Distrito Federal en medio de un proceso totalmente creíble, limpio y justo.  No hubo reclamos ni impugnaciones y la sociedad en su conjunto aceptó el resultado.

Celebramos el momento no solamente por ser la primera vez, sino porque además nos sentíamos verdaderamente orgullosos.  Las profecías catastróficas de ciertas instituciones financieras extranjeras nos habían advertido que habría salidas masivas de capital si ganara el candidato del partido del sol azteca.  Ganó y no pasó nada.  Nos dimos cuenta de que podríamos dar los primeros pasos firmes hacia una democracia sin adjetivos, hacia una alternancia del poder.

Sin embargo, ahora todo apunta a que nuestra celebración fue apresurada.  Aunque logramos la elección tal y como lo queríamos, se nos olvidó que habría primero que consolidar y fortalecer el proceso antes de presumir.  A partir de entonces, hemos sufrido tres golpes importantes que ponen de nuevo a nuestro proceso electoral en tela de juicio.  Primero, el PRI decide abandonar al IFE en protesta porque el instituto quiere investigar el financiamiento de su campaña de 1994.  Finalmente regresa pero únicamente para pedir juicio político contra cuatro de los consejeros.  La credibilidad del proceso electoral requiere la confianza indiscutible de los consejeros ciudadanos y ahora en un momento crítico ésta parece desvanecerse.

Segundo, las elecciones para Gobernador de Guerrero dejaron mucho qué desear, ya que no fueron creíbles y estuvieron empañadas por un gran número de irregularidades.  El gobierno federal había presumido de más de una decena de elecciones estatales sin problemas desde la aprobación de la última reforma electoral de hace unos tres años.  Pensábamos que finalmente habíamos cruzado el umbral que marcaba una nueva etapa en nuestra historia en la que las elecciones sucias y poco transparentes eran ya cuestión del pasado.  Sin embargo, estas elecciones nos demuestran que no es el caso y que todavía nos falta madurez democrática.

Tercero, la anulación de las elecciones para el nuevo presidente del PRD después de haberse impugnado en más de la mitad de las casillas instaladas.  El PRD nació hace once años como un partido que reclamaba elecciones limpias, justas y transparentes.  Fue formado por personas que decidieron abandonar lo institucional para incorporar lo democrático.  No obstante, el cúmulo de irregularidades, errores y actos dolosos parece haber superado las elecciones presidenciales de 1988.  ¿Cuál será la confianza que podremos tener en las elecciones del año 2000?  ¿Cómo sabremos que el PRD no está mostrándonos un adelanto de lo que pasará el año entrante?

Para evitar la crisis sexenal del año 2000, necesitamos que el gobierno aplique una política económica prudente, que no implique mayor gasto público para comprar votos, una política monetaria expansiva para reducir artificialmente las tasas de interés o un perfil de deuda externa de corto plazo para posponer los ajustes necesarios.  Sin embargo, la política económica correcta es una condición necesaria más no suficiente.  Necesitamos además un proceso electoral creíble.


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martes, 6 de abril de 1999

La Apreciación del Tipo de Cambio

 

Pulso Económico


La Apreciación del Tipo de Cambio


Por: Jonathan Heath


El tipo de cambio se ha apreciado más de 10 por ciento de enero a la fecha.  Algunos analistas han expresado su preocupación por una posible sobrevaluación, mientras que algunos exportadores empiezan a quejarse.  Sin embargo, la situación actual todavía está lejos de peligro.

Después de haber llegado a 10.63 pesos por dólar el jueves 14 de enero, ante el susto provocado por la devaluación del real brasileño, el tipo de cambio se ha apreciado continuamente hasta llegar abajo de 9.50 a mediados de la semana pasada.  Con una tasa de inflación esperada de 0.94 por ciento para marzo, esto implica que el tipo de cambio real se encuentra alrededor de 10 por ciento menos competitivo en comparación al tipo de cambio real que existía en 1990.  En otras palabras, existe una sobrevaluación de aproximadamente 10 por ciento del tipo de cambio.

Lógicamente, esto ha causado cierta angustia en algunas personas, ya que recuerdan bien lo que le pasa a México cada vez que la moneda se encuentra sobrevaluada.  Cobra especial importancia la preocupación ya que estamos a menos de año y medio de las elecciones.  Partimos de un déficit de 3.8 por ciento del PIB en la cuenta corriente del año pasado, que con una sobrevaluación podría seguir creciendo.

Esto nos haría cada vez más dependientes de las entradas de capital que, al aproximarse la fecha de las elecciones, podrían parar.  Las consecuencias de un ajuste abrupto en el tipo de cambio poco antes de que acudamos todos a las urnas a votar, serían desastrosas para el partido en el poder.  Por lo mismo, las probabilidades de que el gobierno tome alguna acción de política económica encaminada a posponer el ajuste cambiario aumentaría.  Este es justamente el camino hacia otra crisis sexenal.

Esto nos lleva a preguntar ¿está realmente sobrevaluada la moneda?  ¿Es una situación peligrosa?  Desgraciadamente mucha gente toma la medida de sobrevaluación como la mejor para anticipar una situación de crisis.  En la realidad es una medida simplista y francamente engañosa.  La economía y la interacción de sus variables es un proceso dinámico muy complejo. Tratar de sintetizar su estado en un cálculo ingenuo es sumamente peligroso.

El cálculo de la sobrevaluación resulta al aplicar el diferencial de inflación entre México y el exterior al tipo de cambio de un año determinado, bajo el supuesto de que el tipo de cambio en ese momento era el correcto.  A partir de ese momento el tipo de cambio “correcto” (o teórico como algunos dicen) que es el que resulta al aplicar el diferencial, está suponiendo que el tipo de cambio real debería de ser constante a través del tiempo.

Implícita en esta teoría está la idea de que este es el tipo de cambio de “equilibrio” que haría que la balanza comercial no arrojara un déficit.  El problema es que tiene muchas debilidades al aplicarse a un país como México.  ¿Cómo sabemos que el año de partida era realmente el tipo de cambio correcto?  Pero más importante, ¿por qué hemos de suponer que el tipo de cambio real de equilibrio es constante a través del tiempo?  En un país como México que está pasando por grandes cambios estructurales, no es muy lógico pensar que lo que se requería para mantener los equilibrios en la economía hace algunos años sea lo mismo el día de hoy.

Existen en el mundo experiencias de apreciaciones sustantivas en el tipo de cambio a través del tiempo que no implicaron un desequilibrio ni provocaron una devaluación abrupta y sorpresiva.  El ejemplo clásico es Japón, que vivió una apreciación constante de su moneda por un periodo extendido.  Quizás un ejemplo todavía mejor sea el de Nueva Zelanda, que tuvo una apreciación de casi 40 por ciento en cuatro años (entre 1993 y 1997).

En el periodo en que hemos sufrido la apreciación del tipo de cambio hemos visto una mejora en el déficit comercial.  Obviamente, la apreciación del tipo de cambio tiene un efecto rezago sobre el comercio exterior y por lo mismo, no podemos pensar que la mejoría actual tiene que ver con la apreciación.  Más bien lo que estamos viendo es que son muchos los factores que van a determinar el nivel del déficit y que el tipo de cambio es únicamente uno de tantos.

Otra consideración muy importante es que nuestro punto de comparación es enero de este año.  Sin embargo, hubo una depreciación acelerada en los seis meses anteriores que no necesariamente era la adecuada.  La depreciación fue el resultado de una reacción en los mercados ante las crisis de Rusia y Brasil y no obedeció a los fundamentos de la economía mexicana.  El mercado sobrerreaccionó con base en la incertidumbre que representaba tal situación y hubo un sobreajuste en el tipo de cambio.

En los últimos meses hemos aprendido que no nos debemos preocupar tanto por las crisis en estos países ya que nuestros fundamentos económicos son lo suficientemente sólidos.  Como resultado, hemos visto que tanto el tipo de cambio como las tasas de interés están regresando a los niveles que teníamos antes de estas crisis.  Si no hubiera pasado nada en Rusia ni en Brasil seguramente el tipo de cambio hubiera mantenido cierta tendencia y sería muy similar al actual, con la diferencia de que no hubiéramos observado primeramente la depreciación acelerada entre agosto y enero ni la apreciación de los últimos meses.  En otras palabras, ya pasados los efectos de un shock temporal del exterior, estamos regresando a una cierta normalidad.

Esto no significa que debemos ignorar el nivel del tipo de cambio y que podríamos estar totalmente tranquilos con la situación actual.  Más bien, no debemos concentrarnos en un solo indicador como el nivel de sobrevaluación.  Habría que observar detenidamente el nivel de ahorro interno, el déficit de la cuenta corriente, el déficit fiscal, las expectativas de inflación, el perfil de amortización de la deuda externa, la evolución de la economía norteamericana y nuestro propio proceso electoral.

No nos hemos escapado todavía de la posibilidad de una crisis sexenal.  Parece que la política económica actual es la adecuada para minimizar nuestra vulnerabilidad.  Sin embargo, esto es una condición necesaria, más no suficiente.


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