Pulso Económico
La Cuenta Corriente
Por: Jonathan Heath
El sexenio pasado, el gobierno trató de convencernos de que un déficit en la cuenta corriente era nocivo únicamente si su origen provenía de un déficit fiscal. Sin embargo, aun así terminamos con crisis. Ahora nos quieren hacer la misma distinción, haciéndonos creer que el déficit actual no debe preocupar.
Las crisis cambiarias de 1976 y 1982 fueron provocadas claramente por un déficit fiscal muy elevado. El gasto gubernamental excesivo amplió la demanda agregada, que a su vez incrementó la demanda de importaciones y condujo a un déficit mayúsculo en la cuenta corriente. Para financiarlo, el gobierno tuvo que recurrir al exterior e incrementó la deuda externa hasta que ya no fue sostenible. Al final, la única solución fue una devaluación traumática.
No obstante, a partir del sexenio de Carlos Salinas las autoridades empezaron a argumentar que un déficit en la cuenta corriente era deseable, siempre y cuando no proviniera de un desequilibrio fiscal, dado que era característica de una economía sana y creciente. Si el gobierno sigue las políticas adecuadas, inspira confianza y atrae inversión extranjera. La entrada de capital produce un incremento en la demanda agregada y por lo tanto, aumenta el déficit externo. Sin embargo, ya no existe la necesidad de buscar el financiamiento y por lo tanto se puede argumentar que es un déficit benigno.
La teoría del déficit benigno se desplomó en 1994, cuando experimentamos una crisis cambiaria catastrófica a pesar del saneamiento en las finanzas públicas. Nos dimos cuenta de que el mero tamaño del déficit externo, independientemente de su origen, provocó a nuestra economía un estado de vulnerabilidad exagerada. En ese momento se echó la culpa al financiamiento, que era en gran medida de corto plazo. Era inversión especulativa que ante el primer titubeo se fue del país y causó graves trastornos.
Ahora parece ser que las autoridades nos quieren convencer de que no habrá crisis cambiaria sexenal porque (1) el déficit en la cuenta corriente no proviene de un desequilibrio fiscal; (2) su tamaño es la mitad de lo que fue hace seis años y debemos observar una mejoría sustancial este año; (3) la mayor parte de su financiamiento no proviene de inversiones especulativas de corto plazo, sino principalmente de inversión extranjera directa, y; (4) el régimen cambiario es de flotación.
Las argumentaciones tienen algo de lógica, por lo que no debemos descartarlas de inmediato. Sin embargo, sabemos bien que en la medida que el gobierno empieza a presentar más y más justificaciones de sus políticas, más deben aumentar nuestras sospechas. El sentimiento popular es que hay que hacer justamente lo contrario de lo que dice el gobierno. Si dice que no va a haber devaluación, es que ya viene. Si dice que el tipo de cambio no está sobrevaluado, es la primera señal de que lo está. Si dice que el déficit en la cuenta corriente no es para preocuparse, cuidado ya que va a tronar. La única forma en que va a adquirir credibilidad es a través de resultados.
Ya hemos aprendido que un déficit externo puede ser maligno aunque su origen no sea por irresponsabilidad fiscal. Además, la experiencia nos ha dicho que no podemos confiar del todo en las estadísticas hacendarias, ya que son confusas, a destiempo y no muy precisas. Por ejemplo, el gobierno cambió su metodología en 1993, eliminando la intermediación financiera del déficit. Justamente al año siguiente (en época de elecciones), aumentó en forma desproporcional el financiamiento a la banca de desarrollo, que no llegó a clasificarse como parte del déficit público. ¿Fue o no fue?
Según las estadísticas, el déficit externo es la mitad de lo que fue hace seis años y debe disminuir este año a 2.2 por ciento del PIB (según Criterios Generales) o a 2.8 por ciento del PIB (según Banco de México). No obstante, los indicadores apuntan hacia una recuperación más rápida de la actividad económica, por lo que es mucho más probable que el déficit sea superior al 3 por ciento del PIB. Pero todavía más importante es la inercia de una economía en recuperación, que puede provocar un déficit cercano a 5 por ciento del PIB para el año 2000. Aunque es algo menor a lo que fue en 1994, es aún una cifra elevada que hace que la balanza de pagos sea un punto vulnerable.
El Banco de México señala que la inversión extranjera directa financia el 65 por ciento del déficit en la cuenta corriente, por lo que ya no dependemos de la inversión especulativa de portafolio. Sin embargo, el financiamiento de la balanza de pagos es un flujo, por lo que no necesitamos una salida de capital para provocar una situación de crisis. Como lo ha señalado el prestigiado economista Guillermo Calvo, con que tengamos un paro repentino en los flujos de capital, podremos experimentar una crisis cambiaria, independientemente de si su origen es capital de portafolio o inversión extranjera directa.
El régimen cambiario que tenemos hoy es sustancialmente superior al anterior, ya que no permitirá que se acumulen las presiones, especialmente ante los tiempos políticos que se avecinan. Sin embargo, aunque ayudará a evitar una devaluación repentina mayor, no es ninguna garantía de que no experimentaremos una gran volatilidad ante la incertidumbre política del año entrante.
A pesar de que el gobierno nos ha prometido que no cometerá ningún error de política económica con fines electorales el año entrante, su promesa no es suficiente. En abril de 1994, faltando menos de tres meses para las elecciones, incrementó exageradamente la emisión de Tesobonos. Por las mismas fechas, incrementó el crédito interno neto del Banco Central ante las salidas de capital. Si nos han golpeado una y otra vez, ¿porque hemos de pensar que esta vez no lo harán?
Todo parece indicar que los fundamentos y la política económica de ahora son mejores que hace seis años. Sin embargo, las presiones políticas son mayores. El déficit en la cuenta corriente será menor pero sigue siendo el punto neurálgico de nuestra vulnerabilidad.
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