Pulso Económico
Cuando sentimos el ajuste bursátil del jueves de la semana pasada, nunca nos imaginamos que éste se extendería hasta el lunes y llegaría a tales dimensiones que se catalogaría a nivel mundial como un “crack”. Fue tan contundente y generalizada la caída que muchos ya hablaban de un martes negro que podría superar al crack de 1987. Aunque fue así para los mercados bursátiles asiáticos, el mercado de Nueva York -y afortunadamente el mexicano- tuvieron una reacción positiva y recuperaron una gran parte del terreno perdido.
Una de las primeras observaciones que podemos hacer al analizar el comportamiento de las bolsas el lunes y el martes, es la diferencia tan notable del volumen negociado entre los dos días. Cuando cayeron las bolsas el lunes, el número de acciones intercambiado no fue tan grande. Aunque no había compradores, que es lo que provoca las grandes caídas, tampoco hubo una gran cantidad de vendedores, es decir, no todos estaban dispuestos a rematar sus acciones y sufrir pérdidas.
En cambio, el martes, después de que habían disminuido significativamente los índices, hubo una gran cantidad de compradores, personas e instituciones que querían aprovechar las ofertas que de pronto empezaban a aparecer. El volumen negociado, tanto en Nueva York como en México, fue el más grande en la historia de las dos bolsas. Si las economías no estuviera bien en lo fundamental, hubiera sido muy difícil que esto pasara.
Esto significa que somos susceptibles a los choques externos como cualquier otro país. Sin embargo, si tenemos una economía sana sin grandes desequilibrios, lo más seguro es que el efecto se limitará a un choque temporal con efectos pasajeros. Al tener un presupuesto público más o menos balanceado, un déficit en la cuenta corriente relativamente pequeño, un régimen cambiario de flotación, un patrón de amortización externa sin grandes compromisos en el corto plazo y una economía en crecimiento, nuestra vulnerabilidad es reducida. Esto no significa que estemos inmunes a los vaivenes de la economía mundial, sino más bien que podemos lidiar con estos problemas sin grandes cicatrices.
Esto nos lleva a reflexionar sobre las diferencias principales que existen hoy en día con el crack bursátil de 1987 y con la crisis devaluatoria de 1994. Hace diez años sufríamos en México de la inflación más alta que hemos tenido en toda la época posrevolucionaria. La política cambiaria estaba dirigida a mantener un tipo de cambio real subvaluado, lo que provocaba una gran presión sobre los precios. Como consecuencia de la inflación tan elevada y la dinámica que llevaba la Bolsa de Nueva York, la Bolsa Mexicana ofrecía tasas de retorno que en ocasiones superaban el 500 por ciento anual. En general, la actividad financiera era muy especulativa y de corto plazo, pero con resultados tan positivos que muchas empresas generaban más utilidades vía su tesorería que a través de la actividad productiva. Como consecuencia, muchas empresas dedicaban más tiempo y recursos a la misma especulación y al manejo financiero que a la producción. Cuando finalmente llegó el desplome del mercado, estas empresas pagaron un precio muy caro y la economía se estancó.
Hace cinco años se volvió a repetir el auge especulativo. Dado que no había una inflación elevada ni un ahorro interno importante, los recursos no provenían del interior, sino más bien del exterior. El mismo gobierno, a través de la política del Pacto, garantizaba un tope al tipo de cambio para los inversionistas extranjeros que querían especular en nuestro país. A pesar de que esta actividad alcanzó proporciones gigantescas, el gobierno no corrigió el desequilibrio que estaban provocando las entradas de capital de corto plazo y aumentó nuestra vulnerabilidad ante el exterior. Primero vino un alza en las tasas de interés de los Estados Unidos y posteriormente una serie de shocks políticos bien documentados que simplemente no podíamos contener. Ante nuestra vulnerabilidad, se derrumbó la economía con consecuencias permanentes sobre el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos.
En cambio, hoy en día no tenemos la vulnerabilidad de los años anteriores. Si analizamos las entradas de capital en la balanza de pagos durante la primera mitad del año, observamos que la inversión extranjera registró una entrada de 12.7 mil millones de dólares (mmd). De estos, 6.2 mmd (48.4 por ciento) proviene de colocaciones de deuda en el exterior (principalmente de bonos de largo plazo) y 3.9 mmd (31.0 por ciento) es de inversión extranjera directa. En otras palabras, el 79.4 por ciento de las entradas de capital bajo este rubro ni son de carácter especulativo ni de corto plazo. Del 20.6 por ciento restante, únicamente el 2.3 por ciento estuvo dirigido al mercado de dinero, que es el más especulativo y muy susceptible a la tasa de interés. Esto significa que la calidad de las entradas de capital de ahora es significativamente superior a la de 1992-94.
Nuestro déficit en la cuenta corriente terminará este año en alrededor de 1.7 por ciento del PIB, muy por debajo del 7.6 por ciento registrado en 1994. Simplemente las entradas de inversión extranjera directa y las colocaciones del gobierno en el exterior serán más que suficientes para financiar el déficit y afrontar los compromisos que tenemos con el exterior.
Por último, podemos decir que por fin salen a relucir las bondades del régimen cambiario de flotación. En 1994, ante los problemas presentados, hubo una salida masiva de recursos al exterior. Simplemente agotamos las reservas internacionales que teníamos, que estaban cerca de 30 mil millones de dólares. Cuando los especuladores querían sacar su dinero del país, el gobierno les garantizaba el precio de salida. Esto es el equivalente a un subsidio a la especulación. Ante las elecciones, el gobierno prefirió mantener el régimen cambiario a un costo prohibitivo, a la alternativa de sufrir una devaluación prematura que podría perjudicar sus posibilidades en las urnas.
En esta ocasión el ajuste se hizo vía precio en vez de vía cantidad. Si un especulador quiso vender todo y huir a dólares, tuvo que pagar un precio muy elevado (tal y como debe de ser). En cambio, no hubo fugas de recursos masivos al exterior que hubieran provocado de nuevo una recesión. Es más, dado que el quien adquirió dólares los tuvo que comprar a alguien más, podríamos decir que no hubo salidas de capital al exterior.
En esta ocasión, la caída tan abrupta de la Bolsa simplemente abrió el camino a muchas oportunidades de compra, dado que la mayoría de las empresas que cotizan están sanas y deberían de seguir ofreciendo buenos rendimientos. Esto es la consecuencia de una economía menos vulnerable.
La lección que debemos aprender de este embate y debemos repetir hasta el cansancio, es que tenemos que mantener muy baja nuestra vulnerabilidad. Dentro de un año, cuando el mercado interno esté en plena recuperación, seguramente habrá un auge en el consumo que podría reducir el ahorro interno. Si extrapolamos el déficit de la cuenta corriente hacia el año 1999, podríamos estar llegando a niveles ya peligrosos. Hoy en día nuestros diputados hablan de aumentar el déficit público. Todas estas acciones aumentan nuestra vulnerabilidad. Ya basta de políticas irresponsables pues todos pagamos el precio.
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