Pulso Económico
La Corrupción Mexicana
Por: Jonathan Heath
Hace unos día, el embajador de Canadá en nuestro País, Marc Perron, tuvo que renunciar a su cargo por haberse quejado públicamente de la corrupción mexicana. Aunque queda claro que un diplomático no puede ni debe criticar a un país en esos términos, también tenemos que admitir que lo que dijo es muy cierto. Nos asombramos no por lo que dijo, sino por el hecho de haberlo dicho públicamente. Nos da coraje que un extranjero nos critique en nuestra propia cancha y lo tomamos como un insulto. Sin embargo, no es ningún secreto que tenemos un problema de corrupción generalizado en todos los sectores, regiones y niveles del País.
Es muy común señalar que existe corrupción en todos los países y que los extranjeros expresan una tremenda hipocresía al señalar la nuestra. Nos obstante, el buscar la culpa en otros lados no es la forma en que vamos a solucionar el problema. Dicen que la mitad de la solución es el reconocimiento del problema. En este sentido, debemos simplemente aceptar abiertamente que tenemos un problema espeluznante de corrupción como pocos países del mundo.
En un artículo reciente, en el Journal of Economic Literature, Pranab Bardhan, de la Universidad de California en Berkeley, examina a fondo la relación entre la corrupción y el desarrollo. Busca responder a la incógnita de por qué la corrupción es tan distinta en diferentes países y sociedades, y ofrece el intento de un marco teórico para entender ciertos comportamientos.
En su estudio, resalta de inmediato el hecho de que México está catalogado en el lugar 38 de 54 países en cuando a la percepción de corrupción. Utilizando una escala de 10 para un país sin corrupción posible. México obtiene una calificación de 3.3 Encabeza la lista Nueva Zelandia con 9.4 situándolo como el país menos corrupto, hasta llegar a Nigeria, el último con una calificación de 0.7.
A pesar de que existen 16 países calificados con mayor corrupción que México, llama la atención el hecho de que el autor utiliza a nuestro País, en varias ocasiones, como ejemplo de ciertas prácticas corruptas. En una parte de su estudio, busca examinar algunos beneficios de la corrupción para tratar de entender su existencia casi universal. Dice que la institucionalización del sistema altamente corrupto del PRI permitió a México trascender a una década de revolución violenta. Sin embargo, reconoce que aun en nuestro caso, la corrupción es tan persuasiva y endémica que nunca pudo aspirar a tener efectos positivos netos. Más bien, la corrupción tiende a una retroalimentación, que va creciendo por su propia inercia y crea efectos altamente negativos en cuanto al bienestar.
Entre las conclusiones principales del estudio, se encuentra la existencia de una asociación significativamente negativa entre el índice de corrupción y la tasa de inversión y por lo mismo, de crecimiento económico. Se encuentra que una mejoría de un punto en el índice puede incrementar la actividad económica en 3 puntos porcentuales. Inclusive, se sugiere que un mayor crecimiento de la economía puede generar suficientes fuerzas positivas para reducir la corrupción.
Para poder analizar los efectos perversos de la corrupción, se tiene que empezar por distinguir entre lo ilegal y lo legal, al igual que entre lo inmoral y lo moral. La corrupción se puede dar en distintas combinaciones, ya que no toda es ilegal o inmoral.
En búsqueda de soluciones a la corrupción, el autor menciona dos caminos que de una forma u otra se han buscado en México.. A nivel económico es altamente recomendable la desreugulación y el desmantelamiento de prácticas administrativas que fomentan este tipo de comportamiento. A nivel político se recomienda la construcción de instituciones democráticas, que conllevan a mecanismos de mayor transparencia y rendición de cuentas. Estas dos vertientes están relacionadas la una con la otra.
En sí, la corrupción es el resultado lógico del mercado ante restricciones o controles excesivos. Entre más autoritario resulte un país e imponga un número creciente de regulaciones, tiende a existir mayor corrupción. Inclusive aumenta la eficiencia, permitiendo una mayor actividad económica en comparación con un país que tenga muchas regulaciones y restricciones, pero en donde no existan las prácticas corruptas. Pro es obvio que si se quiere incrementar la eficiencia económica de un país, es mucho más eficaz la desregulación.
Sin embargo, se debe tener mucho cuidado en el proceso de desregulación y de eliminación de controles. No toda desregulación significa menor corrupción o mayor eficiencia. En muchas ocasiones la privatización de una función pública simplemente corresponde a un cambio de un monopolio público a un monopolio privado, sin una mejoría en la asignación eficiente e los recursos. La privatización puede ser una política que a la larga reduzca la corrupción, pero el propio proceso la incrementa y crea problemas adicionales (como la crisis bancaria).
También se tiene que reconocer la existencia de objetivos sociales que pueden ser más importantes que la eliminación de la corrupción. Por ejemplo, la práctica de subsidiar las tortillas en esencial para ofrecer a la gente de menores recursos el acceso un alimento básico. Sin embargo, la utilización de recursos públicos en este proceso se presta a la corrupción ,mientras que el subsidio está llegando a personas de altos recursos que no lo requieren . se podría regresar al esquema de los “tortibonos”, que supone un subsidio más dirigido pero que aumenta la corrupción. También se puede eliminar el subsidio por completo, cerrando toda posibilidad de una malversación de recursos, pero se elimina también el objetivo social.
Existen varios puntos de vista acerca del abatimiento e la corrupción. Por un lado, están los “moralistas”, que piensan que se necesita un cambio fundamental en los valores y normas de honestidad de la sociedad. Sin embargo, se ha encontrado que las campañas públicas son totalmente ineficaces; mientras que otras instituciones que pudieran inculcar este cambio, como la Iglesia, tienen sus propios problemas de corrupción. Por otro lado, existen los “fatalistas”, que son más cínicos y apuntan a que hemos llegado a un punto sin retorno, en donde la corrupción es tan persuasiva y está tan arraigada que no hay mucho que se pueda hacer.
La historia apunta muchos casos exitosos en donde se ha reducido la corrupción. Aunque tenemos que admitir la impotencia de la Iglesia y de la persuasión moral, no nos podemos dar por vencidos. Debemos buscar los caminos adecuados, a través de una mayor democratización y a instrumentación de leyes adecuadas, que no fomenten el abuso y que pongan los incentivos económicos en los lugares correctos.
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