jueves, 30 de mayo de 1996

¿Qué Necesitamos Para Crecer?

 

Pulso Económico


¿Qué Necesitamos Para Crecer?


Por: Jonathan Heath


Durante los últimos años muchos economistas se han dedicado a estudiar el problema del crecimiento económico.  Insatisfechos con las teorías existentes y apenados por su falta de aplicación en el mundo real, se han llevado a cabo un sinnúmero de estudios, tanto teóricos como empíricos, para tratar de determinar qué necesitamos para crecer.

La gran mayoría de la evidencia empírica examinada señala que los gobiernos no son muy efectivos para inducir un mayor crecimiento.  Sin embargo, se ha tratado de responder a una pregunta todavía más decisiva: ¿las políticas aplicadas que no han funcionado se pueden cambiar fácil y rápidamente?, o más bien, ¿se debe a fuerzas fundamentales?

Muchas de las revistas especializadas que publican los resultados de las investigaciones de los economistas académicos, empiezan a tener cada vez más estudios sobre el crecimiento.  Como buen ejemplo, podemos citar a la publicación anual de la Asociación Económica Americana (American Economic Association), titulado Papers and Proceedings que resume las ponencias de su centésimo octava convención anual.  En esta revista, le dedican un gran número de artículos a examinar lo que se denomina la nueva teoría del crecimiento.

La prestigiada revista inglesa The Economist, presenta un resumen excelente sobre el tema en el artículo central de su último número.  Examina de dónde vienen las teorías sobre el crecimiento económico, en qué han fallado y hacia dónde se dirigen las nuevas investigaciones.  Al final, llega a varias conclusiones contundentes, que todos los funcionarios públicos deberían de leer con suma atención.

Entre varios de los estudios examinados, se señala uno hecho por Jeffrey Sachs y Andrew Warner, en el que analizan la experiencia de 111 países.  Los dividen en países “abiertos” y “cerrados” al comercio internacional y encuentran que las economías abiertas muestran tasas de crecimiento marcadamente superiores.

También encuentran que en general, entre más pequeño sea el gobierno, mejores son las posibilidades de crecimiento.  Con datos de más de 100 países sobre crecimiento, inflación, tasas de fertilidad, gasto gubernamental, estimaciones sobre el estado de derecho, etc., entre 1960 y 1990 encuentran que entre mayor sea el gasto público, menor es el crecimiento sostenido.  En pocas palabras, el gasto público no es motor de crecimiento.

Otros hallazgos son que la inversión en capital humano, es decir, en educación y habilidades técnicas, contribuye enormemente al desempeño de la economía.  También se encuentra que la ausencia de inflación y la estabilidad política son dos puntos medulares para un mejor desempeño de la actividad económica.  Desafortunadamente, los resultados sobre la aplicación de la democracia no arrojan resultados concretos.

Al final, la conclusión más importante es que los países más pobres sí podrán crecer más rápido y cerrar la brecha con los países industrializados, a través de la aplicación de políticas que fomenten la competencia y los incentivos económicos.  Cualquier política que inhibe la competencia o que no crea los incentivos adecuados, esta destinada a fracasar.  La regulación puede ser positiva, siempre y cuando no elimine los incentivos o cree condiciones monopólicas.

En particular, al examinar las experiencias de los países asiáticos, se encuentra que la evidencia para desarrollar políticas a nivel micro no es muy alentadora.  En algunos casos ha funcionado, pero en otros no, y se llega a la conclusión de que el éxito de estos países se debe a otros factores.  Sin embargo, se encuentra que políticas más globalizadoras como el fomento de la educación, la apertura de la economía a tecnologías externas, la promoción del comercio y la reducción de impuestos, han sido sumamente importantes.

Los países pobres se caracterizan por el uso ineficiente de sus recursos.  Por lo tanto, una de las mejores maneras de estimular su crecimiento no es a través de una mayor acumulación de los recursos adecuados, sino simplemente desperdiciando menos.  El problema no es tanto de falta de recursos, sino de falta de habilidad para la utilización correcta de los existentes.  Al final de cuentas, esto se logra en un ambiente de competencia en el que existen muchos incentivos para el mejor aprovechamiento de los recursos, con una mayor educación que permite a las personas pensar y tomar mejores decisiones.

Esto significa que las acciones del gobierno se deberían enfocar más a mejorar la calidad y cantidad de la educación.  Debería de existir un esfuerzo extraordinario en reducir el gasto gubernamental para así liberar más para este esfuerzo.  Se deberían mantener los esfuerzos en materia de abatimiento inflacionario, promoción del comercio y desregulación.  Sin embargo, no una desregulación a ultranza, sino dirigida a mejorar los incentivos económicos y a fomentar una mayor competencia.

Todos los estudios señalan que la solución no está en la política industrial a nivel microeconómico.  El papel del gobierno no es el de decidir por el empresario qué industrias se deben desarrollar o en dónde se debe invertir.  El papel del gobierno es más bien el de asegurar que los mercados sean lo más competitivo posibles y que los incentivos económicos sean funcionales y no tengan distorsiones.  La eliminación de distorsiones abarca el abatimiento inflacionario, la desregulación y la simplificación administrativa.  Sin embargo, esto tiene que ser una realidad y no un discurso político.

Pero al final de cuentas, regresamos a lo más esencial de todo: el gobierno debe impulsar una política educativa mucho más activa y con un mayor alcance.  Necesitamos un pueblo más capacitado, más preparado para tomar decisiones.  Esta es la única política que nos dará el crecimiento económico que necesitamos.


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jueves, 23 de mayo de 1996

Los Rumores y los Malos Deseos

 

Pulso Económico


Los Rumores y los Malos Deseos


Por: Jonathan Heath


El rumor es un fenómeno sociológico interesante.  Se ha estudiado mucho cómo se origina, cómo se difunde y los efectos que tiene sobre la economía, la política y la sociedad en general.  A veces existe un rumor que por su propia fuerza se convierte en realidad.  Un ejemplo bien claro es el rumor de una devaluación.  La gente empieza a escuchar el rumor y compra dólares.  Se agotan las reservas de divisas y se provoca una devaluación.

En estos casos, es muy importante tratar de entender cómo se origina.  En el caso especifico de una devaluación, el rumor normalmente empieza porque existe uno que otro indicador que apunta hacia la necesidad de un ajuste cambiario.  Por ejemplo, la existencia de un déficit muy elevado en la cuenta corriente o un periodo largo en que el peso se ha apreciado y por lo tanto, ha perdido competitividad.  Dado que hemos tenido varias experiencias muy negativas con las devaluaciones, el rumor se extiende rápidamente y la gente empieza a comprar más dólares, provocando al final de cuentas la propia devaluación.

Sin embargo, existe otro tipo de rumores que son más bien de origen político.  A veces estos rumores empiezan porque alguien averiguó anticipadamente un hecho y lo empieza a difundir, por ejemplo, la renuncia de algún funcionario público.  En otras ocasiones, resulta que algún grupo político dentro del propio gobierno lanza un buscapiés para tratar de medir el sentimiento popular sobre algún tema, por ejemplo, el rumor de hace unos años de que Salinas quería modificar la Constitución para poder reelegirse.

No obstante, existe otro tipo de rumor cuyo origen no está basado en algún hecho concreto o información privilegiada, sino más bien en los deseos de algunas personas.  Empiezan a expresar su opinión sobre algo que les gustaría que pasara, aunque saben bien que sería casi imposible, y se inicia la difundir como un rumor distorsionado sobre algo que pudiera pasar.  Este es el caso específico del rumor de la supuesta renuncia presidencial.

Algunas personas de oposición, aprovechando la situación tan delicada del país, empiezan a expresar su opinión de que el Presidente debería renunciar.  Aunque dicen que es por falta de liderazgo y resultados económicos tan pobres, la razón de fondo, es que quieren aprovechar la situación política para tratar de jalar agua a su molino.  Dado que la economía está sufriendo su crisis más grave desde los años treinta y el sistema político está en plena transición, algunas personas compran la idea y la empiezan a difundir.  Poco a poco se va convirtiendo en un rumor.  En particular, este rumor cobró algo de fuerza el año pasado, pero la fue perdiendo con el tiempo por lo absurdo de su contenido.

No obstante, existen algunas personas a las que les encantaría que pasara lo peor para aprovechar la ocasión, más por sus ambiciones personales que por el bien del país.  Este es el caso de Humberto Musacchio, quien dedicó su columna editorial en este periódico el pasado martes 21 de mayo al tema.  Es un ejemplo clásico de confundir un rumor que tiene sustento, con los deseos personales de una persona o un grupo.  Es un artículo sumamente sesgado y amañado, con profundas manipulaciones para expresar un punto de vista personal como si fuera una realidad generalizada.

El editorial empieza con la afirmación de que el rumor de la renuncia presidencial es generalizado y que ya no es sobre la factibilidad del hecho, sino en torno a la fecha más conveniente.  Aquí quiere dejar la impresión de que toda la sociedad acepta el rumor como un hecho y ya nada más queda definir cuándo.  Podrá ser que esta persona y un grupo amplio de intelectuales y miembros de la oposición opinen que esto es lo que les gustaría que pasara.  Pero pensar que sea algo cercano a la realidad raya en lo absurdo.

Según esto, hoy cobra fuerza este rumor porque a los 18 meses de la asunción presidencial las cosas no mejoran, aunque se haya pasado de lo peor a lo simplemente malo.  Este es un juicio muy parcial, equivalente a ver el vaso medio vacío y concluir que está completamente vacío.  Tenemos que reconocer que todavía falta mucho, más bien muchísimo por mejorar.  Sin embargo, la situación de hoy en día dista mucho de lo que era hace un año.

Hace un año teníamos un problema grave de iliquidez, que amenazaba pasar a uno de insolvencia.  Hoy hemos superado este problema, amortizando el saldo total de los Tesobonos y poco a poco reestructurando la deuda externa a más largo plazo.  Hoy en día el tipo de cambio se ha estabilizado y la inflación va a la baja.  Las tasas de interés, que contienen un componente importante de riesgo país, van bajando rápidamente.  Gracias a la apertura económica, hemos podido incrementar nuestras exportaciones, creando nuestra propia fuente de divisas.  Las políticas monetaria y fiscal se han manejado con prudencia, garantizando una estabilidad que será la base futura de la recuperación.  Hoy tenemos indicios de que la economía podrá recuperarse y el tropiezo no será permanente.

Definitivamente tenemos mucho por recorrer.  Pero esto no significa que nos hemos estancado en una crisis sin fin y sin remedio.  El camino hacia la recuperación es lento y largo.  Pero eso no significa que no exista el camino.

Estoy totalmente de acuerdo que es innegable la profunda insatisfacción que recorre el país.  Sin embargo, a pesar de todo, cada vez escucho más gente que empieza a hablar bien de los esfuerzos del gobierno y que comenta que existe esperanza.  Hace un año, nadie hablaba de esperanza sino únicamente de desesperación.

Afortunadamente, el Presidente ha sido obstinado en su enfoque de estabilizar la economía y sentar las bases para el crecimiento futuro.  Si hubiera escuchado a los seudo-líderes empresariales o a otro grupo de opinión, estaríamos en una situación peor.  Tenemos que aceptar el hecho de que no existen caminos fáciles.  No existen opciones viables mejores al camino tomado.  Claro está que a nivel de detalle, algunas decisiones podrían haber sido mejores.  Pero el rumbo general de la política económica es la adecuada.

Se menciona que el disgusto se expresa en todas partes y que proviene de algo más que el desastre económico.  Sin lugar a dudas tenemos muchos problemas, como los tienen la gran mayoría de los países.  En estos tiempos, la disidencia y la crítica son elementos esenciales para presionar el cambio y buscar fórmulas mejores.  Hay evidencia concreta de avances logrados gracias a estas presiones.  Sin embargo, la crítica debería ser constructiva y no destructiva.  Debemos buscar soluciones y no quedarnos en el análisis del problema.  Hasta ahora la gran mayoría ha presentado diagnósticos impresionantes de lo que está mal, pero escasamente acompañado de políticas concretas y viables.  No hay duda de que estamos mal, pero sí hay dudas acerca de las opciones presentadas.

Sin lugar a dudas, nuestro sistema político es obsoleto.  Un sistema autoritario, sin representación genuina, sin la aplicación del estado de derecho y con arbitrariedades generalizadas no solamente ha dejado de ser funcional, sino que representa todo lo que queremos cambiar como sociedad.  No obstante, estamos en una etapa de transición.  El cambio se manifiesta todos los días y en muchos aspectos.  La aparente vulnerabilidad y falta de poder del Presidente actual es precisamente producto de esta transición.  Pero una cosa es que nos gustaría que el cambio se diera más rápido o más ordenado y otra es que nos gustaría que el cambio nos favoreciera en lo personal.  Al final de cuentas, lo último no sería un cambio del sistema sino únicamente de las personas.

Si bien como nos dicen que los rumores influyen en decisiones sobre la inversión y en otros proyectos, ¿como nos explicamos los 6,964 millones de dólares de inversión extranjera directa que entraron al país el año pasado, siendo este monto el segundo más alto para un año en nuestra historia?  Los verdaderos hombres de negocios saben bien que nuestro país no ha muerto y que existen todavía muchas oportunidades.

No es un hecho grave el que se discuta la dimisión del Presidente, voluntaria o negociada.  Este es el derecho innegable de la disidencia.  Más bien el hecho grave es pretender generalizar una opinión minoritaria como un clamor generalizado de la sociedad.  La solución está en las urnas.  Si no nos gusta la crisis y su manejo, simplemente votemos por otro partido.


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jueves, 16 de mayo de 1996

¿Por qué no Podemos Crecer Como Antes?

 

Pulso Económico


¿Por qué no Podemos Crecer Como Antes?

                                                                                                    Por: Jonathan Heath


Mucha gente ha preguntado por qué no podemos volver a crecer como lo hicimos entre 1940 y 1980.  Bajo el esquema de sustitución de importaciones, nuestro país logró una tasa de crecimiento superior al 6 por ciento promedio anual por un periodo de cuatro décadas.  Durante ese tiempo, teníamos mucho de los hoy llamados pecados económicos: subsidios, proteccionismo, intervención gubernamental, empresas públicas y regulaciones.  Sin embargo, los resultados fueron muy buenos.
Inclusive, durante una parte importante de ese periodo teníamos una inflación similar a la de nuestros socios comerciales, el sueño eterno del Banco de México.  Antes de los años setenta, el tipo de cambio estaba fijo, sin problemas de valuación y no teníamos un endeudamiento excesivo.  Parte de la clave era que teníamos políticas fiscal y monetaria prudentes.  Sin embargo, teníamos una economía cerrada que funcionaba muy bien.  ¿Por qué se han empeñado las autoridades en abrir la economía y dejar de proporcionar una protección fundamental a nuestra industria?
Antes crecíamos y ahora no.  Hoy en día la mortandad empresarial es enorme, mientras que bajo el esquema anterior surgían cada día nuevas empresas.  En aquel entonces no teníamos problemas de inflación ni de sobre endeudamiento, mientras que ahora ambos nos ahogan.  El costo del capital era muy accesible y hoy no lo es.  Todo parece indicar que la solución obvia y relativamente fácil es regresar al esquema anterior: prudencia fiscal y monetaria con una economía cerrada en la que el gobierno corrige las múltiples fallas del mercado.  ¿Por qué se ha escogido un camino tan tortuoso y complejo, cuyos resultados son desastrosos?
Las respuestas a estas preguntas son vitales.  Resulta sumamente importante entender por qué funcionaba ese esquema anteriormente, pero que hoy en día ya no podría.  Son dos las razones básicas.  Primero, fue un esquema de desarrollo que sí bien dio resultados en un momento dado, terminó por agotarse.  Segundo, las condiciones iniciales fueron muy distintas y sería imposible regresar a ellas.
En el esquema de sustitución de importaciones, la industria crece bajo una protección fundamental del exterior.  Esto brinda a las empresas la oportunidad de desarrollarse sin presiones para ser competitivas.  Aunque no con mucha eficiencia, las empresas empiezan a crecer y a generar empleos.  Sin embargo, eficiencia y competitividad son conceptos que se relegan a un segundo término, dado que el desarrollo de la base industrial apenas se empieza a dar.  El resultado es que la tasa de retorno sobre cualquier actividad interna es muy superior a cualquier actividad de exportación.  Por lo mismo, cada vez las exportaciones son menores, ya que todas las inversiones van hacia el mercado interno.
Dado que el país no tiene un nivel de ahorro interno muy elevado, siempre se ha necesitado traer capital del exterior.  Visto desde otro ángulo, dado que se necesita importar ciertos insumos básicos, siempre ha sido esencial tener una fuente de divisas para financiar estas importaciones.  Sin embargo, dado que el incentivo para exportar era cada vez menor, las divisas se tenían que conseguir a través de otros medios.  Como no se estimulaba mucho la inversión extranjera directa, la única forma era a través del endeudamiento externo.  Este se fue acumulando con el tiempo hasta que llegó a un nivel insostenible.  Parte del problema era que las divisas que pedíamos prestadas al exterior no se invertían en actividades que pudieran generar más divisas para pagar las deudas.  De esta forma, al exportar cada vez menos y contratar cada vez más deuda, la brecha entre la oferta y la demanda de divisas simplemente dejar de cuadrar.  Llegó un momento en que la carga de la deuda era demasiada elevada y el riesgo de prestarnos más era muy grande.


En pocas palabras, el esquema se agotó.  Para que pudiera volver a funcionar, necesitábamos disminuir de nuevo la carga de la deuda o bien, estimular las exportaciones.  Disminuir la carga de la deuda externa por sí sola era muy difícil y por lo tanto, se escogió la alternativa de la exportación.  Lo primero nos hubiera comprado tiempo, pero tarde o temprano tendríamos que regresar a la misma situación.
No obstante, también debemos tomar en cuenta que las condiciones iniciales (hace más de cincuenta años) fueron muy distintas e imposibles de repetir.  Casi por única vez en nuestra historia, partimos en 1942 de una situación fuera de serie que nos permitió crecer por arriba del 6 por ciento por más de cuarenta años.  En 1942 hubo una renegociación de la deuda externa que limpió por completo el peso de la deuda.  Es decir, arrancamos virtualmente de una situación de cero deuda.  Nunca había sido el caso antes ni parece ser que podrá ser el caso en el futuro.  Tuvimos una oportunidad de oro que desafortunadamente no aprovechamos al máximo.
Dado que el gobierno posrevolucionario repudió la deuda contratada por Victoriano Huerta, la comunidad financiera internacional rehusaba prestarnos dinero.  Como resultado, no pudimos crecer mucho durante las dos décadas siguientes a la revolución.  Sin embargo, en 1942 se logró una quita equivalente al 90 por ciento de nuestra deuda, con un plazo de 30 años para pagar el 10 por ciento restante, de los cuales los primeros 20 fueron de gracia.  En otras palabras, la comunidad financiera internacional, por presiones de la segunda guerra mundial, nos condonó básicamente toda la deuda.
De esta forma, arrancamos a principios de los años cuarenta sin carga de deuda externa.  En ese momento teníamos que buscar un esquema de desarrollo que nos permitiera crecer sin volver a caer en los mismos vicios de antes.  Esto significaba un modelo que pudiera generar sus propias necesidades de divisas y que fomentara el ahorro.
En ese momento, se escogió la sustitución de importaciones dado que nuestra base industrial era incipiente.  Teníamos que proteger la economía al principio de una competencia desmesurada.  Funcionó por un buen tiempo porque se aplicó una política monetaria y fiscal prudente y no se tenía una carga de deuda.  Sin embargo, al final de cuentas fracasó porque se abandonó la prudencia y nunca se quitó la protección interna.  Lo primero aceleró el endeudamiento, mientras que lo segundo nunca pudo alentar la generación adecuada de divisas.
Desafortunadamente, es casi imposible pensar en otra situación que pudiera brindar una quita casi total de la deuda externa.  Sin embargo, las lecciones son importantes.  Primero, la prudencia fiscal y monetaria son básicas.  Ningún esquema de desarrollo funciona sin ella.  Segundo, necesitamos un modelo que estimule la generación de divisas.  Sin divisas no podemos crecer, pero tampoco podemos seguir incrementando nuestro nivel de endeudamiento.
Una solución que, ante las lecciones del pasado, debemos seguir.

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jueves, 9 de mayo de 1996

La Importancia de la Estabilización

 

Pulso Económico


La Importancia de la Estabilización


Por: Jonathan Heath


Mucha gente ha cuestionado la importancia de la estabilidad económica.  Han dicho que la obsesión de abatir la inflación se ha llevado más allá de lo necesario, cuando las prioridades actuales son otras.  Se ha hablado mucho de cambiar el modelo actual y adecuar la política económica hacia el verdadero desarrollo del país.

Este cuestionamiento surge en un momento en que ha existido una convergencia notoria a nivel mundial sobre qué es lo que debe incluir la estrategia de política económica para el desarrollo.  Esta estrategia incluye rectitud fiscal, política cambiaria competitiva, libre comercio, privatizaciones, precios de mercado sin distorsiones y menos intervención del gobierno.  La creencia de la eficacia y necesidad de estas políticas ha unificado a la gran mayoría de los economistas profesionales que se interesan en los temas relacionados con el desarrollo económico.

En este sentido, hemos visto reformas similares en una gran mayoría de los países latinoamericanos como Bolívia, Argentina, Perú, Colombia, Brasil y Chile; en virtualmente todos los países de Europa Oriental, incluyendo a Rusia y los demás países de la ex Unión Soviética; en países de Africa, Asia y el Medio Oriente; e inclusive, en algunos países de la OCDE como Portugal, España, Gran Bretaña y Australia.  Hasta el ejemplo clásico de una economía cerrada, de sustitución de importaciones, como la de la India, también ha participado en estas reformas.

Precisamente por esto, resulta de sumo interés un artículo de Dani Rodrik dela Universidad de Columbia, titulado “Understanding Economic Policy Reform” (Entendiendo la Política Económica de la Reforma) publicado en el último número del Journal of Economic Literature.  Rodrik realiza un análisis por lo demás sumamente interesante para tratar de contestar varias pregundas que han surgido a raíz de todas las reformas que se han realizado a nivel mundial.  ¿Por qué coincidieron ahora tantos países en implantar reformas estructurales, después de décadas de políticas opuestas?  ¿Por qué, en muchos casos, estas políticas no han sido popularmente aceptadas?  ¿Cuáles han sido los motivos políticos que han empujado al cambio?  ¿Cuáles son los costos de las reformas en el corto plazo?

En particular, el profesor Rodrik pone mucho énfasis en la distinción entre (a) las políticas macroeconómicas que buscan la estabilidad económica, como son las monetaria, fiscal y cambiaria, y (b) las políticas de liberación, que buscan la reforma estructural y el crecimiento, como son la desregulación, la apertura comercial, la eliminación de distorsiones en precios y la privatización.  Ha sido muy común combinar estos dos grupos de políticas bajo una sola categoría, dado que han coincidido en casi todos los esfuerzos de reforma observados durante la última década.

Para empezar, las dos tienen un fundamento teórico muy diferente el uno al otro.  El consenso sobre qué debe constituir una reforma estructural está basado en fundamentos teóricos y empíricos mucho más débiles que el consenso sobre la necesidad de la estabilidad macroeconómica.  Si examinamos las experiencias exitosas de los países asiáticos, encontramos que la nueva ortodoxia ha tendido a producir una versión muy sesgada sobre qué se debe reformar y qué no.  Se ha difundido que para que un país sea exitoso, debe llevar a cabo muchas políticas orientadas a disminuir la participación del gobierno y utilizar mucho más al mercado como mecanismo principal de asignación de recursos.

Lo que argumenta Rodrik es que bajo el rubro de sustitución de importaciones, se han catalogado muchas políticas que no tienen nada que ver con su funcionamiento como la indisciplina fiscal y el tipo d cambio sobrevaluado.  Esto ha pasado dado que facilita la descripción de una economía cerrada por la coincidencia, en la mayoría de los casos, con un política populista de déficit fiscales.  Sin embargo, esto dificulta el análisis de por qué fracasó este esquema de desarrollo.  El problema generado es que se atribuye el fracaso a las políticas microeconómicas, cuando el verdadero culpable son las políticas macroeconómicas insostenibles.

El ejemplo que utiliza Rodrik es el de un país que lleva a cabo ciertas restricciones a la importación, junto con una política de sobrevaluación cambiaria.  El efecto de la restricción a las importaciones va a hacer que disminuya el comercio y seguramente va a ocasionar una asignación ineficiente de recursos. Sin embargo, por sí solas estas restricciones no van a causar una inestabilidad económica ni deben reducir mucho las posibilidades de crecimiento en el largo plazo.

Sin embargo, el efecto del tipo de cambio sobrevaluado es muy diferente.  Por definición, resulta en un déficit comercial elevado e insostenible, que provoca una crisis en la balanza de pagos.  Por lo tanto, los desajustes en el tipo de cambio están directamente vinculados a la inestabilidad económica y al deterioro de las posibilidades de crecimiento en el mediano y largo plazos.  La confusión entre estas dos políticas lleva a muchos estudios empíricos a concluir equivocadamente que la falta de apertura comercial limita las posibilidades de crecimiento de un país.

Lo que Rodrik concluye es que, sin lugar a dudas, las políticas de déficit fiscal, expansión monetaria y monedas sobrevaluadas, crean inestabilidad económica y limitan seriamente las posibilidades de crecimiento.  Sin excepción, los déficit son malos para el crecimiento.  Esto significa que independientemente de cualquier política de liberación que queramos realizar (privatizaciones, mayor apertura, desregulaciones, eliminación de subsidios, etc.), no vayamos a relajar las políticas monetaria o fiscal.  Podemos discutir la necesidad de acelerar el proceso de privatización y de alargar el periodo de apertura comercial, pero no ceder en la necesidad de eliminar la inestabilidad económica.

Si fallamos en acelerar las políticas de cambio estructural, provocaremos una asignación menor a la óptima en nuestros recursos.  Seremos menos eficientes de lo que pudiéramos ser, pero podremos seguir creciendo.  Sin embargo, si fallamos en eliminar la inestabilidad, provocaremos menos crecimiento econpomico y por lo tanto, menos bienestar para todos.  En pocas palabras, lo primero lo podemos discutir y negociar; lo segundo debería estar fuera de discusión.

Por lo mismo, sorprenden los comentarios de aquellos que promueven abandonar los esfuerzos por estabilizar la economía como primer prioridad y promover el populismo financiero.


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jueves, 2 de mayo de 1996

¿Viene Otra Devaluación?

 Pulso Económico


¿Viene Otra Devaluación?


Por: Jonathan Heath


El rumor de una nueva devaluación ha empezado a surgir por muchos lados.  Mucha gente, sin entender bien la dinámica detrás de la política cambiaria actual, está tomando como un hecho que pronto habrá la necesidad de darle otra ajustadita a la moneda.  Mi dentista me pregunda que si la devaluación va a ser pronto o todavía dentro de unos meses más.  A la mitad del partido de tenis durante el fin de semana, mi compañero me trata de convencer de que todas mis teorías e hipótesis están equivocadas, dado que cuando se empieza a escuchar el rumor es porque ya es un hecho.  Hasta mi cuñado me dice que de muy buena fuente ya le dijeron que más vale comprar dólares.

Los rumores siempre abundan en tiempo de crisis.  Cuando aparece un fenómeno que no se entiende, muchas veces se busca una explicación que hace sentido a la vox populi.  Aunque pueda carecer de lógica y no tenga validez teórica, el rumor se empieza a difundir.  Algunas veces, estos rumores caen por su propio peso, dado que no llegan a convencer a nadie.  Sin embargo, otras veces llegan a circular hasta el último rincón de la ciudad.  A pesar de que muchos sociólogos y sicólogos estudian el fenómeno del rumor, cómo empieza y cómo se difunde, al final de cuentas la pregunta más importante es si es cierto.

Una devaluación se entiende como un cambio abrupto y repentino del precio en pesos del dólar, comúnmente denominado el tipo de cambio.  Si el tipo de cambio varía de valor en un monto pequeño o empieza a deslizarse lentamente durante un tiempo determinado, se le llama depreciación.  En otras palabras, si el peso pierde valor, se deprecia.  Sin embargo, si la depreciación es grande e inesperada, entonces es una devaluación.

El tipo de cambio es simplemente el precio (expresado en pesos) del dólar, esto es, el precio de un bien determinado.  Al igual que otros bienes, el precio cambia según la oferta y la demanda.  Si hay un cambio repentino en la oferta o en la demanda, entonces lo más probable es que observemos una devaluación.  De otra manera, el tipo de cambio se depreciará o se apreciará dependiendo de las fluctuaciones diarias en la oferta y la demanda.

En este sentido, para saber si puede venir una devaluación, tenemos que preguntarnos si pudiera darse un cambio repentino en la oferta o demanda de dólares.  Anteriormente, cuando teníamos un tipo de cambio semi-fijo (o de reglas preestablecidas), el Banco de México intervenía en el mercado, comprando o vendiendo divisas, para mantener lo dentro de una banda previamente acordada.  En otras palabras, mandaba dólares al mercado cuando  escaseaban y los comproba cuando sobraban.  Para poder realizar este tipo de intervenciones, era fundamental tener una reserva de dólares (la famosa reserva internacional).  La devaluación se daba cuando el Banco de México ya no tenía dólares para vender y por lo tanto, el mercado los buscaba desesperadamente por donde fuera y al precio que fuera.  Es por esto que todos se fijaban en el momento de las reservas que mantuviera el Banco Central.

No todas las devaluaciones se han dado cuando se acaban las reservas del Banco Central.  En noviembre de 1987, el Banco de México decidió dejar de vender dólares al mercado a pesar de que tenía un acervo elevado de divisas.  La idea en aquel momento era la de elevar el precio del dólar para evitar que las reservas se agotara, como un preámbulo al programa de estabilización que estaba a puno de instrumentarse.

Sin embargo, la dinámica detrás de la determinación del tipo de cambio ha cambiado.  El Banco de México ya no interviene en el mercado como antes para garantizar un nivel o rango dados.  De hecho, el nivel de reservas que mantiene el banco, descontando lo que se debe al FMI (activos netos internacionales), es muy bajo.  El tipo de cambio se determina básicamente a través de la oferta y la demanda diarias que existen en el mercado.

No obstante, mucha gente todavía piensa que el Banco de México interviene en el mercado en una forma u otra.  Piensan que la reciente apreciación del tipo de cambio es el resultado de una política deliberada por parte del gobierno.  Resulta difícil convencer a estas personas de la existencia de un régimen cambiario de flotación.

La razón por la cual piensan que pudiera devaluarse pronto la moneda, es una combinación de factores: la apreciación observada le ha restado al peso una parte importante de la competitividad que se ganó con la devaluación de 1994; el tipo de cambio ha permanecido muy estable ante un elevado diferencial de inflación con el exterior: las importanciones han empezado a crecer, incrementando la demanda de divisas; y, las tasas de interés están demasiado bajas, haciendo que las inversiones en pesos ya no sean atractivas.

¿Son éstas razones suficientes para causar una devaluación?  Para esto tendrían que ocasionar un cambio grande y repentino en la oferta o la demanda y no un cambio gradual.  La respuesta, estrictamente hablando, es no.  Los fundamentos del mercado están donde deben estar, es decir, el mercado se encuentra en equilibrio y mantiene básicamente una oferta similar a la demanda.  Si empiezan a aumentar las importancias, causan un aumento en la demanda de dólares, entonces el tipo de cambio se depreciará, pero no necesariamente habrá una devaluación.  En otras palabras, podríamos observar un cambio lento y seguro en el tipo de cambio, más no un cambio grande y repentino.

A todo esto le faltaría algo para ocasionar una devaluación.  Ya no puede ser un agotamiento de las reservas, dado que el régimen cambiario es de flotación.  El elemento que faltaría seria la percepción del mercado.  Si pensamos colectivamente que viene una devaluación, empezaríamos a demandar dólares rápidamente antes de que nos suban el precio.  Habría una devaluación, no porque se necesite, sino simplemente porque la misma percepción del mercado la motivó.  De todas las razones para una devaluación, esta es la más peligrosa, dado que no se puede predecir, ni obedece a ninguna teoría.

Hoy en día, no existe ningún desequilibrio en el mercado, ni es necesaria una devaluación.  Sin embargo, si nadie cree en esta afirmación, poco podemos hacer ante el rumor.  La percepción de la gente es más poderosa que el razonamiento o la teoría.

En pocas palabras, de nosotros depende.


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