jueves, 26 de octubre de 1995

Las Posibilidades de Crecimiento

 

Pulso Económico


Las Posibilidades de Crecimiento


Por: Jonathan Heath®


El Plan Nacional de Desarrollo es muy claro en cuanto a sus metas de crecimiento económico.  Dice textualmente que una vez superada la crisis financiera actual y consolidada la recuperación económica, la meta es que se alcancen tasas sostenidas de crecimiento económico superiores al 5 por ciento anual.  El Secretario de Hacienda también fue muy claro cuando anunció que la meta de crecimiento para el año entrante será del 3 por ciento.  Todo parece indicar que el gobierno piensa superar la crisis financiera actual este año y lograr la consolidación de la recuperación el año entrante, para empezar a crecer arriba del 5 por ciento a partir de 1997.

No obstante, hay quienes piensan que esta meta será muy difícil de cumplir.  Uno de estos señores es el renombrado profesor Paul Krugman de la Universidad de Stanford.  El sostiene que los países emergentes en general, los de América Latina en particular, pero en especial México, dejarán atrás una etapa de euforia (1990-94) para pasar el resto de la década en un ciclo de expectativas deflacionadas que resultará en muy poco crecimiento.  A este fenómeno lo voy a llamar el “efecto Krugman”.

Hace cinco años, John Williamson del Instituto Internacional de Economía, desarrolló un concepto llamado el “consenso de Washington”.  Por Washington, no solamente se incluye al gobierno de los Estados Unidos, sino también a las instituciones y líderes de opinión mundial que se concentran en esa ciudad (el FMI, el Banco Mundial, instituciones académicas, ministros de finanzas, banqueros, etc.).  La definición original de Williamson incluía diez aspectos diferentes de política económica, que se pensaba que los mercados y gobiernos deberían adoptar para acelerar sus posibilidades de desarrollo económico.  Sin entrar a explicar los detalles, la idea central era que mercados libres y dinero sano son los principios esenciales.  Los esfuerzos recientes en México de privatizar, desregular, sanear las finanzas públicas y abrir la economía al comercio internacional, son los puntos medulares de este consenso.

En la primera parte de esta década se vivió un esfuerzo singular para adoptar las políticas del consenso de Washington en muchos países.  El resultado fue un espectacular cambio de expectativas, que atrajo grandes flujos de capital hacia estos países en espera de participar en los grandes beneficios que muy pronto se iban a dar.  La pregunta no era si estas expectativas optimistas sobre crecimiento se podrían cumplir, sino más bien si los países desarrollados podrían lidiar con la nueva competencia y aprovechar las oportunidades que se estaban presentando.

Y luego llegó la crisis mexicana.  El país que se consideraba el mejor ejemplo del consenso, que había logrado transformarse de un país cerrado sin acceso de capital por siete años, a un país abierto con flujos de capital inimaginables apenas unos años antes, se encontraba otra vez pidiendo préstamos de emergencia.

Ante esta situación, Krugman sostiene que el consenso de Washington estuvo sobrevendido y había creado expectativas muy difíciles de cumplir.  Se había provocado un tipo de burbuja especulativa, que se realimentaba por si sola.  México realizaba los cambios estructurales y las expectativas atraían capital.  La gran entrada de capital era prueba por si sola del éxito de los cambios.

Parte del problema era que difícilmente se podría esperar que los cambios realizados pudieran satisfacer las expectativas.  Krugman argumenta que el mayor crecimiento económico esperado esta fundamentado en buenos deseos y no en una evidencia apoyada en hechos.  Por ejemplo, él dice que es muy difícil encontrar grandes ganancias en la reducción de la inflación mexicana de 20 por ciento a un 2 por ciento.

Aunque la recompensa inmediata de las reformas realizadas fue una mejoría importante en la confianza del inversionista, no se produjeron los resultados esperados en crecimiento económico; no se pudo abatir totalmente la inflación y la distribución del ingreso empeoró.  Al final de cuentas, los resultados de los países que adoptaron el consenso de Washington fue notablemente decepcionante.  Ahora Krugman sostiene que la burbuja del consenso se está desinflando y como resultado, no va a existir el interés de invertir como antes.  Por lo tanto, el resto de la década será un ciclo de expectativas negativas y no habrán los flujos de capital ni el gran crecimiento económico.

Las implicaciones del efecto Krugman son muchas.  Primero, tendrán que venir los resultados en crecimiento para posteriormente atraer los capitales.  Segundo, será mucho más difícil políticamente vender la idea de más reformas económicas.  Habrá mucho más resistencia a los cambios estructurales por parte de la población.  Todo esto se realimenta en un círculo vicioso, dado que necesitamos el capital primero para poder crecer.  Como resultado, no cumpliremos las metas de crecimiento del Plan Nacional de Desarrollo.  ¿Se dará el efecto Krugman?


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jueves, 19 de octubre de 1995

La Muerte Anunciada de los Consejos Monetarios

 

Pulso Económico


La Muerte Anunciada de los Consejos Monetarios


Por: Jonathan Heath®


Después de la devaluación del peso en diciembre pasado, muchos analistas estaban desilusionados con el uso discrecional de la base monetaria por el Banco de México.  Tal parecía que las fugas de capital el año pasado no fueron contrarrestado por una restricción en el crédito interno neto, tal y como dictaba la situación.  Más bien, se repuso la liquidez en la economía, que es equivalente a financiar las salidas de capital.  Dado que esta política no era consistente con la política cambiaria, fue uno de los elementos que precipito la caída del peso.  Como consecuencia, hubo una gran cantidad de economistas monetaristas, quienes sugerían que México adoptara un consejo monetario como sustituto del Banco Central.

Dado que los consejos monetarios habían funcionado relativamente bien en Hong Kong (1983), Argentina (1991), Estonia (1992) y Lituania (1994), los proponentes sostenían que México debería introducir cambios legislativos para institucionalizar la regla de oro de los consejos monetarios: los cambios en la base monetaria deben ser igual a los cambios en las reservas internacionales.  Sin embargo, todos los estudios y artículos sobre esta idea han sido escritos por los mismos proponentes, resultando en puntos de vista sesgados y muy favorables a los consejos.

Es por esto que el último libro del reconocido economista John Williamson, del Instituto Internacional de Economía, titulado “¿Qué Papel Para Consejos Monetarios?”, es sumamente bienvenido.  En el, Williamson nos presenta un análisis balanceado, en donde se ven tanto las ventajas y las desventajas.  Al final, llega a la conclusión que un consejo monetario no es buena idea para México.  Resulta importante la conclusión de Williamson, no solo por ser el resultado de un estudio balanceado, sino por las dudas que este mecanismo produjo en nuestro país hace como ocho meses.  Fue muy comentado el artículo que escribió David Malpass de la institución financiera Bear Stearns en el Wall Street Journal, a principios de año, en donde proponía que los préstamos que nos otorgaría los Estados Unidos se utilizarían para instrumentar un consejo monetario.

Aunque se dice que el gobierno estudió la propuesta como alternativa, se descartó principalmente por el peligro de la crisis bancaria actual.  Sin embargo, me acuerdo muy bien en un desayuno organizado por alguna institución en la Ciudad de México hace como unos siete meses, que el actual subgobernador del Banco Central, Francisco Gil Díaz, dijo que él personalmente favorecía la idea de un consejo monetario porque le quitaba la discrecionalidad a la política monetaria.  Ante una pregunta sobre las ventajas y desventajas de un consejo, Gil Díaz respondió únicamente con las ventajas.

En cambio, Williamson analiza tanto las ventajas y desventajas.  Menciona específicamente cuatro ventajas, que son las que se han comentado ampliamente: se garantiza la convertibilidad de la moneda; se crea la disciplina macroeconómica (equilibrio fiscal); se asegura un mecanismo de ajuste a la balanza de pagos; y como resultado, se fomenta un ambiente de confianza en el sistema monetario, lo cual promueve el comercio, la inversión y el crecimiento.

Lo novedoso del libro de Williamson es que presenta siete desventajas.  Estas son: la pérdida del derecho de senioraje; las dificultades especificas del arranque; el problema de transición; la dificultad del ajuste; las implicaciones de su administración; el cómo enfrentar una crisis; y los aspectos políticos (para más detalle compren el libro).  Como lo debería hacer un buen analista, Williamson ve los pros y contras de cada ventaja y de cada desventaja.

Al final de cuentas, é1 dice que el enfocar el problema de la devaluación sobre el aumento en el crédito interno neto durante el año, como el elemento detonador de la crisis cambiaria, es superficial. Para é1, el problema básico consistió en que la política cambiaria aplicada produjo una sobrevaluación de la moneda y un déficit en la cuenta corriente cerca del 8 por ciento del PIB, que era insostenible.  No se modificó la política a pesar del hecho de que el crecimiento económico que se estaba dando eran muy pobre.  Esto puso a México en una situación muy vulnerable, en donde las únicas preguntas relevantes eran sobre la fecha en que estallaba la crisis y el gatillo que lo provocaría.

Las razones especificas por lo cual no es recomendable un consejo monetario para México son muchas. Primero, no tenía el nivel mínimo de reservas para arrancar un consejo (el equivalente con Argentina sería de 50 mil millones de dólares).  Segundo, se hubiera limitado el papel del Banco de México como prestamista de última instancia para resolver la crisis bancaria. En la transición, México seguramente regresaría a un tipo de cambio sobrevaluado, dado el nivel elevado de inflación inercial.  Además, no tendríamos un instrumento de política económica para corresponder a un “shock” externo.  Al final de cuentas, Williamson dice que difícilmente se podría recomendar este esquema, que fue ideado originalmente para pequeños países coloniales.


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jueves, 12 de octubre de 1995

La Distribución del Ingreso

 

Pulso Económico


La Distribución del Ingreso


Por: Jonathan Heath®


Uno de los problemas principales de nuestro país es la distribución tan inequitativa del ingreso. Una cantidad muy grande y además creciente de mexicanos, ganan muy poco y viven ya sea al borde de la pobreza, dentro de la pobreza o de plano, en la pobreza extrema.  Por otro lado, el ingreso se ha ido acumulando más y más en manos de unos pocos.  Aunque siempre ha existido esta distribución desigual, es muy notorio agudizamiento permanente de las últimas décadas.

Muchos han culpado al esquema neoliberal del gobierno salinista por este deterioro.  Sin embargo, queda claro que la distribución del ingreso empeoró bajo el desarrollo estabilizador de Ortiz Mena y Don Rodrigo Gómez (1954-70); bajo el desarrollo compartido de Echeverría (1970-1 976); bajo el desarrollo acelerado de López Portillo (1976-1982); y bajo la transición hacia una economía abierta de De la Madrid, Salinas y Zedillo (1982-1995).  En otras palabras, ninguna estrategia de desarrollo ha podido evitar el deterioro en la distribución del ingreso.

Cuando se decidió que el gobierno debería tomar un papel mucho más activo en la economía y asumir una responsabilidad más directa, no se pudo mejorar la distribución.  Después, al decidir que se debería abrir la economía a la competencia internacional para incrementar la eficiencia de nuestra base industrial, tampoco se pudo disminuir el deterioro.  Al parecer, no existe un esquema que funciona para mejorar en términos relativos a la población más pobre de nuestro país.

La evidencia empírica acumulada de las diversas experiencias a nivel mundial, parece subrayar la conclusión anterior.  Más bien parece ser que la distribución inicial de riqueza e ingreso es el determinante principal de la tendencia de la distribución del ingreso.  En otras palabras, la gente que tiene desde un inicio más dinero y mejor educación, está en un mejor lugar para beneficiarse de cualquier crecimiento económico.  La estructura fundamental de la economía es lo que va a determinar esta distribución y no la política económica.  Ya que existe crecimiento económico, va ser muy difícil redistribuir el ingreso en forma efectiva, a través de medidas marginales como tasas impositivas o empleo público.

Esta observación tiene implicaciones profundas.  Si queremos ponerle una alta prioridad a la mejoría en la distribución del ingreso, entonces no va a ser posible crecer primero para redistribuir después, ni mejorar la distribución en lo que vamos creciendo.  En otras palabras, no podemos mejorar la distribución con o sin crecimiento.  Esto significa que deberíamos tener políticas de redistribución mucho más explícitas y comprensivas.

El único problema es que mientras existe una gran cantidad de estudios y teorías sobre cómo crecer, casi no existe nada sobre cómo mejorar la distribución.  Ninguna de las teorías que se han aplicado ha funcionado.  Los grandes experimentos comunistas han empobrecido a la clase acomodada sin aliviar la pobreza.  Los intentos de redistribución de tierras no han funcionado.  Los esquemas de tasas impositivas progresivas no han brindado diferencias significativas.

Lo que sí queda claro es que el desarrollo es un proceso muy largo y lento, que se debe medir en generaciones y no en décadas.  En este sentido, lo único que puede llegar a ser una diferencia es la educación.  El gobierno debe atacar a fondo el problema de la distribución del ingreso, a través de una política profunda de educación, en donde ésta se vea como una inversión (a muy largo plazo) y no como un gasto, que va a redituar en una mejora en la distribución del ingreso, pero dentro de mucho tiempo.

Primero, se debe buscar eliminar el analfabetismo.  Han existido muchos intentos muy exitosos en otros países que han logrado disminuir el analfabetismo a un nivel mínimo.  Deberíamos adoptar alguna de estas experiencias como una verdadera prioridad nacional.  Después, se debe buscar una estrategia muy activa para aumentar el nivel escolar medio de la población.  Pero esto debe ser una de las primeras prioridades del gobierno y no quedar simplemente en la retórica, como en tiempos pasados.  No existe ninguna otra política que pueda sustituir este esfuerzo.

En el debate presidencial en mayo del año pasado, tanto Ernesto Zedillo como Diego Fernández, sostuvieron la importancia de realizar una cruzada nacional de educación, encaminada justamente en la dirección mencionada.  Hasta ahora no hemos visto ninguna nueva política que se asemeje a lo que prometieron los candidatos en ese momento.  Aunque empecemos hoy, no vamos a solucionar problemas tan graves como el desempleo, la pobreza y el poder adquisitivo, pilares del deterioro de la distribución del ingreso.  Sin embargo, podemos empezar a corregir uno de los problemas estructurales más profundos del país, que empezará a redituar en el futuro lejano.  Pero para esto, necesitamos empezar ya.


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jueves, 5 de octubre de 1995

La Estrategia de Liberalización

 

Pulso Económico


La Estrategia de Liberalización


Por: Jonathan Heath®


Hace diez años, México se encontraba en una fase altamente protegida con restricciones cuantitativas sobre las importaciones.  Tenía un control de cambios sobre los flujos de capital y sus mercados financieros se encontraban segmentados y reprimidos (terminología utilizada por McKinnon a principios de los setenta para describir a los mercados financieros de los países en desarrollo cuyos gobiernos controlaban las tasas de interés).  El crédito se distribuía a través de un sistema bancario primitivo controlado por el gobierno.  El mercado laboral se caracterizaba por ser de tipo “dual”, es decir, segmentado entre una fuerza laboral industrial urbana, relativamente organizada y no muy diferente a la de un país desarrollado, y otra fuerza laboral rural, informal y poco organizada.  Existía una gran cantidad de regulaciones y controles en los diferentes mercados que limitaban el ámbito empresarial y la flexibilidad laboral.

Con estas características, éramos el prototipo para una reforma profunda, para movernos de un sistema cerrado y protegido, hacia otro abierto y más eficiente.  Muchos estudios realizados en años anteriores (por ejemplo, los de Krueger y Bhagwati), apuntaban cómo países en estas circunstancias podrían “liberalizarse”.  Unos decían que primero habría que remover todas las restricciones en contra del flujo libre de bienes y servicios.  Otros sostenían que un mercado financiero interno eficiente tenía que ser uno de los pasos iniciales.  Sin embargo, muy pocos discutían el proceso de transición en sí y las dificultades que se podrían enfrentar en esta etapa.

Ignorar la existencia de un periodo importante de transición fue quizás el error más grande del sexenio pasado.  Los funcionarios encargados de empujar el gran cambio estructural (o la modernización económica), nos hicieron pensar que simplemente con reducir los aranceles, desregular la industria, privatizar las empresas públicas y sanear las finanzas públicas, amaneceríamos como un país abierto y liberalizado.  Entre más rápida fuera la apertura comercial y financiera, más pronto nos convertiríamos en un país eficiente, productivo y competitivo.  Sin embargo, nunca nos dijeron que la transición de una economía cerrada a una economía abierta era un proceso que cuando menos podría tardar de diez a quince años.  Tampoco nos avisaron de las dificultades específicas que iban a aparecer durante esta etapa.

No es obra de la casualidad que Michael Bruno, uno de los economistas más reconocidos de Israel, advirtiera sobre este punto hace ya diez años.  El decía que la estrategia de transición de un régimen pre-reformista a una economía abierta post-reformista es más importante que el producto final. (Por favor lector, vuelve a leer la última oración varias veces y medita el significado).

En esta reflexión, Bruno decía que quizás podría ser preferible un proceso de liberalización muy rápido a un proceso gradual, simplemente por razones de credibilidad y de eficiencia.  Sin embargo, la consideración principal es que el costo en términos de desempleo laboral durante el periodo de transición podría ser enorme.

Siendo esta la consideración principal, obviamente era de una importancia especial que el gobierno tomara medidas especiales para ayudar a minimizar el impacto durante la etapa de transición.  Sin embargo, no solamente no tomaron estas medidas, sino que ignoraron por completo la existencia del periodo de transición.  El costo es hoy en día muy evidente.  Según cifras oficiales (del INEGI) el número de personas empleadas en el sector manufacturero ha mostrado una tendencia declinante ininterrumpida desde hace cinco años.  En otras palabras, mes con mes durante cinco años, son menos las personas empleadas.  Ha existido una expulsión enorme de mano de obra de este sector.

Al final de cuentas, el proceso de mayor eficiencia de la industria mexicana pide una recomposición de la mano de obra empleada en búsqueda de una mayor productividad.  No hay de otra.  Para poder competir a nivel mundial, la industria tiene que utilizar la tecnología más eficiente que pueda minimizar los costos.  Pero el costo en términos de desempleo es tan grande, que habría que planear este proceso de transición con mucho cuidado.  Aquí falló lamentablemente la administración pasada.

Se ha comentado mucho acerca del incremento en la tasa de desempleo abierto de diciembre del año pasado (3.2 por ciento) al mes de julio (7.3 por ciento).  Sin embargo, la crisis devaluatoria ha agudizado el problema del desempleo, pero no ha sido la causa principal.  Más bien, ha sido esta transición hacia una economía más eficiente lo que ha ocasionado la erosión de la capacidad de generación de empleos de la economía.  Hasta antes de la crisis, el sector informal y el sector de servicios habían podido absorber la mano de obra expulsada del sector moderno (industrial), a través de empleos improductivos y de baja remuneración.  La crisis agotó esta salida y ahora se refleja en un desempleo abierto.

Al finalizar la etapa de transición, deberemos llegar a una economía mucho más eficiente con capacidad de generación de empleos.  El problema es sobrevivir el resto de esta transición sin ninguna política especial o apoyo gubernamental.


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