Pulso Económico
Zapatero a tus zapatos
Por: Jonathan Heath®
Podemos considerar a Ernesto Zedillo como humanista, honrado y buen economista. Sin embargo, tiene una característica sumamente rara para un Presidente de cualquier país del mundo: no le interesa la política. Para algunos esto podría ser positivo, ya que la credibilidad de los políticos en general es muy pobre. ¿Qué tan importante es la sensibilidad política para un gobernante?
Nuestro Presidente, Ernesto Zedillo, ha realizado un esfuerzo impresionante para minimizar la vulnerabilidad macroeconómica y evitar una posible crisis en el último año de su gobierno. Su meta principal, que parece una obsesión, es romper la maldición de las crisis sexenales para convertirse en el primer Presidente que entrega a su sucesor un país sin graves problemas macroeconómicos en los últimos 30 años.
Queda claro que existe un sinnúmero de problemas por resolver, como la creciente marginación de una proporción cada vez mayor de la población, la distribución tan inequitativa del ingreso, la incapacidad de la economía para generar los empleos necesarios, la corrupción generalizada en todos los estratos de la sociedad, la profunda inseguridad que padecen las familias, y otros más. También habría que admitir que terminaremos este sexenio con contratiempos adicionales, como la enorme deuda del rescate bancario y un sistema financiero básicamente inoperante.
La visión del Presidente es que el primer paso para resolver nuestros problemas es lograr la estabilidad macroeconómica. Resulta difícil consolidar avances sin el ambiente propicio para volver a experimentar un crecimiento sostenido. Por lo mismo, ha enfocado la mayoría de sus esfuerzos a evitar las crisis recurrentes. No obstante, en vía de mientras un segmento cada vez mayor de la población reclama la falta de soluciones a todo lo demás.
Tampoco podemos situarnos en el extremo de que el gobierno no ha hecho nada para resolver las múltiples carencias. Por ejemplo, el Presidente dedicó bastante tiempo en su último Informe a explicar los avances en materia social. Podemos estar en desacuerdo con el enfoque elitista del Programa Progresa, pero por lo menos es un intento honesto por proporcionar a un segmento de la población, los elementos básicos para superar carencias elementales.
Sin embargo, sin meternos a una evaluación a fondo, no cabe duda de que el punto más débil del Presidente ha sido su desinterés en la política. En muchas ocasiones hemos observado el fracaso de sus iniciativas por no querer jugar a fondo el papel político que le corresponde. Parece ser que la óptica del Presidente es que el cabildeo y las relaciones políticas son una pérdida de tiempo. Si él tiene una propuesta técnicamente sólida, entonces debería aprobarse por su propio peso. En este sentido, la “grilla” es un desperdicio de tiempo. Para Zedillo, su tiempo está mejor empleado en otras cosas. Ni siquiera le ha dado mucha importancia a la comunicación de lo que él cree importante. Para los politólogos, analistas y políticos en general (no solamente los de oposición), esta es una grave omisión que ha llevado a un deterioro de las relaciones entre el Congreso y el Ejecutivo, al mismo tiempo, que ha impedido que muchos problemas se lleguen a resolver.
¿Realmente es tan grave que nuestro Presidente no sea un político? Aun los defensores de Zedillo tendrían que admitir que esta carencia ha resultado un gran obstáculo. Los ejemplos abundan.
En repetidas ocasiones, tanto el Presidente como demás funcionarios han dicho que la reforma fiscal es una de las más altas prioridades. Su importancia se reconoció en el Plan Nacional de Desarrollo (mayo de 1995) y se volvió a recalcar en el Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo (junio de 1997). Sin embargo, nunca se pudo concretar y ahora parece tema abandonado. El gobierno nunca demostró el liderazgo necesario y fracasó para lograr los consensos mínimos. El resultado es que cada año sigue creciendo la economía informal, va en aumento la evasión fiscal, seguimos dependiendo de los recursos petroleros y no alcanzan los ingresos tributarios para las necesidades básicas de la nación.
La profunda crisis de 1994-95 dejó como saldo un sistema bancario inoperante. La inmensa carga de las deudas de las familias y las empresas no se pudo resolver y se propició la cultura del no pago. Resultó evidente que las leyes de garantías y de quiebras son obsoletas. Lo que vimos en el transcurso de los últimos años fue la destrucción del negocio bancario. Sin embargo, el Ejecutivo fracasó en sus intentos de demostrar la importancia de un marco jurídico funcional y lo dejó en manos de un Congreso dividido y más preocupado por las siguientes elecciones.
Quedó claro que necesitamos incrementar los recursos destinados a la mayor generación de energía eléctrica. El Presidente presentó un proyecto de ley técnicamente sólido pero sin una estrategia de cabildeo inteligente. Inmediatamente se convirtió en un problema político y quedó tan enmarañado que se prefirió olvidar del asunto. En cambio su importancia quedó evidente cuando Cuauhtémoc Cárdenas contrató a una empresa privada extranjera para abastecer de energía a la Ciudad de México.
Igualmente pasó con el conflicto de la UNAM, la situación en Chiapas, el ambulantaje, la inseguridad, la privatización de la industria petroquímica, la corrupción y muchos problemas más, que por falta de decisión política han quedado en el limbo. No hay duda que detrás de todos estos conflictos radica el esfuerzo político insuficiente del régimen actual.
En parte es cuestión de enfoques. Cuando Zedillo presentó su Quinto Informe, nos dijo que el Ejecutivo ha mantenido una relación de respeto con el Legislativo, reconociendo su lugar y trabajando en armonía. Desde su óptica, el Presidente no fue hipócrita si no básicamente sincero. En cambio la mayoría de los legisladores lo tomaron francamente como una burla.
Sin embargo, si queremos que nuestra democracia incipiente llegue a florecer y a funcionar realmente, será prioritario que el siguiente Presidente tenga una verdadera vocación política. La era de los tecnócratas quedó agotada. Los economistas podemos aspirar a ser buenos secretarios de Hacienda, pero tenemos que dejar la Presidencia a los políticos.
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