Pulso Económico
Lecciones del Sur (I)
A pesar de ser un país latinoamericano, México ve más al
Norte que al Sur. La cercanía geográfica y los lazos comerciales nos unen más a Norteamérica. Sin embargo, de vez en cuando conviene asomarnos al sur ya que existen muchas lecciones de utilidad.
La semana pasada vino a México Ricardo Hausmann, economista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para tratar de revivir el debate sobre la dolarización en América Latina. A pesar de que en el último año se organizaron un sinnúmero de seminarios sobre el tema del régimen cambiario óptimo para la región, alguna empresa no se percató de que el debate ya está superado e invitó a varios economistas connotados para volver a expresar sus opiniones.
Justamente hace un año toda América Latina, al igual que los demás países emergentes en el mundo, estaba agobiada por los efectos de múltiples shocks del exterior. La volatilidad que se presentó en los tipos de cambio y en las tasas de interés orilló a muchos a considerar medidas distintas para contener las secuelas negativas. De allí resurgió el debate sobre los regímenes cambiarios en la región.
En ese momento Argentina parecía ser el ejemplo, ya que fue el menos golpeado. Incluso, en las juntas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, los argentinos se paraban el cuello y presumían la supuesta superioridad de su sistema. En el otro extremo estaba Brasil, que sufría un ataque especulativo contra su moneda. A pesar de que Brasil había llegado a acumular más de 70 mil millones de dólares en reservas, no pudo generar la suficiente confianza en su moneda.
A partir de ese momento, quedaba claro que ya no había futuro para los regímenes cambiarios de bandas o de reglas preestablecidas. La mayoría de los países empezaron a considerar únicamente dos opciones: la flotación o un tipo de cambio fijo a través de un Consejo Monetario. Como variante de este último también se empezó a discutir la posibilidad más extrema de la dolarización. Dada la supuesta volatilidad que implicaba el régimen de flotación, los adeptos a los sistemas fijos empezaron a ganar votos.
Sin embargo, el paso del tiempo cambió radicalmente la imagen de superioridad de los Consejos Monetarios. Hoy en día Argentina es el patito feo, sumergido en la peor recesión de la década gracias a la inflexibilidad que le ha impuesto su plan de convertibilidad. Además de que la tasa de desempleo es superior al 15 por ciento, los trabajadores han tenido que aceptar reducciones en su salario nominal con tal de no perder su empleo. Se ha visto un incremento importante en la relación de deuda a PIB y las tasas real de interés permanecen elevadas. Su problema fiscal se ha deteriorado y no logra incrementar la productividad para enfrentar su desequilibrio externo. De 1995 a la fecha el crecimiento promedio anual se ha ubicado en 1.5 por ciento.
En cambio, los demás países estaban poco a poco abandonando los regímenes semi-fijos para adoptar la flotación de su moneda a la mexicana. Primero fue Brasil en enero de este año. Posteriormente, Chile dejó atrás sus intentos de mantener un tipo de cambio real y asumió la flotación a principios de septiembre. Hace unos días, Colombia decidió hacer lo mismo. No parece ninguna coincidencia que los tres países con mayores problemas y recesiones más profundas (Argentina, Venezuela y Ecuador) son los únicos que todavía no han permitido la flotación de su moneda.
Hace varios años, Pedro Lacoste, un excelente economista argentino, comentó que el plan de convertibilidad fue lo mejor que le pudo pasar a Argentina, aunque no se lo recomendaría a ningún otro país. Argentina tuvo que ceder el control de su política económica como costo de los múltiples abusos y malos manejos de muchos años. Este fue el precio que tuvo que pagar para dejar atrás la hiperinflación.
El desempleo elevado que enfrenta Argentina no es totalmente consecuencia de esta inflexibilidad. Existen problemas estructurales complejos y difíciles de resolver. Por ejemplo, 70 por ciento de los desempleados no tienen los estudios secundarios terminados, a pesar de ser requisito mínimo en 70 por ciento de la demanda laboral.
Sin embargo, queda claro que la población mexicana nunca aceptaría la recesión como el instrumento principal del gobierno para resolver los desequilibrios macroeconómicos. El debate que surgió hace un año ya ha sido superado. Es evidente que los gobiernos prefieren la volatilidad que pudiera implicar la flotación a la inflexibilidad que otorga el tipo de cambio fijo, bajo el régimen de una caja de convertibilidad o ante un esquema de dolarización.
Simplemente tenemos que asomarnos al sur para darnos cuenta.
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