jueves, 30 de septiembre de 1999

Lecciones del Sur (I)

 

Pulso Económico


Lecciones del Sur (I)


Por: Jonathan Heath

A pesar de ser un país latinoamericano, México ve más al 

Norte que al Sur.  La cercanía geográfica y los lazos comerciales nos unen más a Norteamérica.  Sin embargo, de vez en cuando conviene asomarnos al sur ya que existen muchas lecciones de utilidad.
La semana pasada vino a México Ricardo Hausmann, economista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para tratar de revivir el debate sobre la dolarización en América Latina.  A pesar de que en el último año se organizaron un sinnúmero de seminarios sobre el tema del régimen cambiario óptimo para la región, alguna empresa no se percató de que el debate ya está superado e invitó a varios economistas connotados para volver a expresar sus opiniones.
Justamente hace un año toda América Latina, al igual que los demás países emergentes en el mundo, estaba agobiada por los efectos de múltiples shocks del exterior.  La volatilidad que se presentó en los tipos de cambio y en las tasas de interés orilló a muchos a considerar medidas distintas para contener las secuelas negativas.  De allí resurgió el debate sobre los regímenes cambiarios en la región.
En ese momento Argentina parecía ser el ejemplo, ya que fue el menos golpeado.  Incluso, en las juntas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, los argentinos se paraban el cuello y presumían la supuesta superioridad de su sistema.  En el otro extremo estaba Brasil, que sufría un ataque especulativo contra su moneda.  A pesar de que Brasil había llegado a acumular más de 70 mil millones de dólares en reservas, no pudo generar la suficiente confianza en su moneda.
A partir de ese momento, quedaba claro que ya no había futuro para los regímenes cambiarios de bandas o de reglas preestablecidas.  La mayoría de los países empezaron a considerar únicamente dos opciones: la flotación o un tipo de cambio fijo a través de un Consejo Monetario.  Como variante de este último también se empezó a discutir la posibilidad más extrema de la dolarización.  Dada la supuesta volatilidad que implicaba el régimen de flotación, los adeptos a los sistemas fijos empezaron a ganar votos.
Sin embargo, el paso del tiempo cambió radicalmente la imagen de superioridad de los Consejos Monetarios.  Hoy en día Argentina es el patito feo, sumergido en la peor recesión de la década gracias a la inflexibilidad que le ha impuesto su plan de convertibilidad.  Además de que la tasa de desempleo es superior al 15 por ciento, los trabajadores han tenido que aceptar reducciones en su salario nominal con tal de no perder su empleo.  Se ha visto un incremento importante en la relación de deuda a PIB y las tasas real de interés permanecen elevadas.  Su problema fiscal se ha deteriorado y no logra incrementar la productividad para enfrentar su desequilibrio externo.  De 1995 a la fecha el crecimiento promedio anual se ha ubicado en 1.5 por ciento.
En cambio, los demás países estaban poco a poco abandonando los regímenes semi-fijos para adoptar la flotación de su moneda a la mexicana.  Primero fue Brasil en enero de este año.  Posteriormente, Chile dejó atrás sus intentos de mantener un tipo de cambio real y asumió la flotación a principios de septiembre.  Hace unos días, Colombia decidió hacer lo mismo.  No parece ninguna coincidencia que los tres países con mayores problemas y recesiones más profundas (Argentina, Venezuela y Ecuador) son los únicos que todavía no han permitido la flotación de su moneda.
Hace varios años, Pedro Lacoste, un excelente economista argentino, comentó que el plan de convertibilidad fue lo mejor que le pudo pasar a Argentina, aunque no se lo recomendaría a ningún otro país.  Argentina tuvo que ceder el control de su política económica como costo de los múltiples abusos y malos manejos de muchos años.  Este fue el precio que tuvo que pagar para dejar atrás la hiperinflación.
El desempleo elevado que enfrenta Argentina no es totalmente consecuencia de esta inflexibilidad.  Existen problemas estructurales complejos y difíciles de resolver.  Por ejemplo, 70 por ciento de los desempleados no tienen los estudios secundarios terminados, a pesar de ser requisito mínimo en 70 por ciento de la demanda laboral.
Sin embargo, queda claro que la población mexicana nunca aceptaría la recesión como el instrumento principal del gobierno para resolver los desequilibrios macroeconómicos.  El debate que surgió hace un año ya ha sido superado.  Es evidente que los gobiernos prefieren la volatilidad que pudiera implicar la flotación a la inflexibilidad que otorga el tipo de cambio fijo, bajo el régimen de una caja de convertibilidad o ante un esquema de dolarización.
Simplemente tenemos que asomarnos al sur para darnos cuenta.

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martes, 28 de septiembre de 1999

El Ministro Zedillo

 

Pulso Económico


El Ministro Zedillo


Por: Jonathan Heath®


La revista Euromoney sorprendió a todos la semana pasada al otorgarle a José Angel Gurría el premio del Secretario de Finanzas del año.  Más que otorgarle a México un reconocimiento, reveló su ignorancia sobre la operación política actual de nuestro país.

Debemos admitir que el Presidente Ernesto Zedillo es realmente diferente a todos los presidentes que hemos tenido a lo largo de nuestra historia.  Para empezar, es el único que nunca hizo nada para llegar a ser Presidente.  No es miembro de la familia revolucionaria, como la gran mayoría de los presidentes que han surgido después de la Revolución.  No cumple con los requisitos que hace tiempo delineó el politólogo norteamericano Peter Smith en su libro “Los Laberintos del Poder”.  La mayoría de los analistas políticos dirían que ni siquiera es político.

Precisamente de esto último nace el odio y falta de comprensión de muchos politólogos hacia el Presidente.  Tratan de entenderlo desde la óptica de un político y a través de la teoría política.  Sin embargo, la lógica de Ernesto Zedillo no es la de un político, sino más bien la de un economista.  Es en este sentido que podríamos decir que Zedillo como Presidente es buen economista, más no un buen político.  Por lo mismo, es más fácil que un economista entienda al Presidente y las acciones que ha realizado a través del sexenio, que los politólogos tradicionales que han dedicado años a analizar las figuras presidenciales y el presidencialismo en México.

A muchos le queda claro que al Presidente no le gusta la política política y le fascina la política económica.  Resulta fácil imaginarnos un día en Los Pinos con Ernesto Zedillo y varios miembros de su Gabinete haciendo antesala.  El primero pasa y le empieza a explicar el problema de Chiapas y la necesidad de resolver el conflicto cuanto antes.  Zedillo lo interrumpe y le dice que lo vea con Roberto Albores.  Pasa el segundo y le trata de explicar la gravedad de la huelga de la UNAM y el daño que pudiera terminar por ocasionar.  Igual lo interrumpe y le dice que es asunto del Consejo Universitario.

Así pasa con uno y otro hasta que le toca turno a José Angel Gurría.  Inmediatamente le dice que cierre la puerta y empieza a remangarse la camisa.  Desaparece su gesto de aburrimiento y sonríe.  Antes de permitirle la palabra a Gurría empieza a explicarle algunos nuevos aspectos de la política macroeconómica.  Al llegar al tema de la política cambiaria, pide que los acompañe Guillermo Ortiz para que juntos le expliquen a Gurría lo que van hacer.

La fama de José Angel Gurría proviene de su habilidad de negociador inclusive antes de la crisis financiera de 1982.  El fue quien viajó por todo el mundo contratando deuda en el transcurso del sexenio de López Portillo.  Posteriormente participó en todas las renegociaciones, que fueron como cinco en la década de los ochenta.  Su buen desempeño lo colocó como Subsecretario de Hacienda en un puesto creado especialmente para él.  Finalmente, Zedillo lo pone como Secretario de Hacienda pensando que haría muy buen papel negociando con la Cámara de Diputados ya dominada por la oposición.

Sin embargo, tenemos que reconocer que como economista Gurría no está en las mismas ligas que Ernesto Zedillo o Guillermo Ortiz.  Precisamente, Zedillo nombra a Ortiz Gobernador del Banco de México porque sale sobrando en Hacienda.  Dicen por ahí que Zedillo escribió partes enteras del Pronafide de su puño y letra.  En cambio, poner a Ortiz en el Banco de México hacía mucho sentido ya que así Zedillo podría confiarle toda la autonomía necesaria pues sabía que es un buen economista que piensa igual que él.  Al final de cuentas, ¿qué haría Zedillo si no se ocupara de la política económica?  Es su pasión, lo que realmente sabe bien y lo que le gusta hacer.

Es con esta misma lógica que podemos entender la política económica del gobierno.  Zedillo llegó al poder sumergido en una gran crisis económica que le restó todo margen de maniobra.  Tuvo que emprender maniobras totalmente impopulares para sacar al país de una gran recesión lo más rápido posible.  Ya que lo logró, por más cosas buenas que llegara hacer, ni con milagros podría restablecer el poder adquisitivo que los mexicanos tuvimos antes de 1995.  De allí su frustración y su obsesión por evitar una nueva crisis económica en el año 2000.

Con toda la lógica de un buen economista, Zedillo se sentó a analizar todas las crisis anteriores y a hacer una lista de todas sus causas.  De allí en adelante se puso a diseñar políticas para evitar cada punto en su lista.  Difícilmente podemos pensar en alguna acción de política económica que haya realizado el Presidente sin consultar su lista.  Es tanta su obsesión por evitar la crisis, que podríamos apostar que primero estaría dispuesto a que perdiera el PRI antes de permitir un descalabro económico.

Sus críticos han señalado que su estrategia se ha limitado al ámbito económico y que no le ha dado el peso suficiente a lo político.  Puede ser cierto, pero de nuevo hay que recordar que su lógica es de economista y por lo mismo, tiende a subestimar los peligros políticos.

¿Es sana esta obsesión?  Hasta cierto punto habría que admitir que sí.  Por primera vez en 30 años parece que vamos a terminar el sexenio sin desequilibrios macroeconómicos y el próximo Presidente, sea quien sea, va poder iniciar su sexenio con el pie derecho.  Difícilmente podríamos estar en esta situación sin que Ernesto Zedillo hubiera estado algo menos que obsesionado con el tema.

La parte negativa es que existen demasiados problemas políticos sin resolver.  Nuestras instituciones políticas se encuentran en un estado sumamente frágil, justo cuando nos enfrentamos a las elecciones más significativas casi de todo el siglo.  Resulta difícil argumentar que no ha faltado liderazgo político en un momento clave.  Sin embargo, si pudiéramos elegir de nuevo al Presidente para 1995, a la luz de todo lo que ha pasado, Zedillo sería un excelente candidato con todo y lo que no pudo hacer.

La situación macroeconómica del país está en una situación envidiable para afrontar los riesgos del año entrante.  Esto es justamente lo que pretende reconocer la revista Euromoney.  Sin embargo, se equivocaron al otorgárselo a José Angel Gurría.  El receptor del premio de Ministro de Finanzas del año es Ernesto Zedillo.


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jueves, 23 de septiembre de 1999

La Tercera Vía o el Nuevo Centro

 Pulso Económico


La Tercera Vía o el Nuevo Centro


Por: Jonathan Heath®


Al igual que al populismo en los ochenta por la falta de resultados concretos, a partir de los noventa estamos viendo el rechazo al neoliberalismo desmedido.  ¿Pero qué alternativa nos queda?

Las experiencias sufridas en el transcurso de las últimas décadas nos han enseñado en forma dolorosa lo que no debemos hacer.  Sin embargo, a pesar de todos las argumentos vertidos por expertos, académicos, políticos y demás, no le ha quedado claro a la población en general cómo se deben atacar los problemas cotidianos de la economía y de la sociedad.  Esto se ha manifestado en la ausencia de un resultado electoral abrumador, no solamente para los mexicanos, sino para casi todos los países del mundo.

Los primeros en afrontar este dilema en forma explícita fueron los europeos.  Situados geográficamente justo en medio del campeón del capitalismo moderno, Estados Unidos, y del primer promotor del comunismo, la Unión Soviética, Europa vivía más de cerca los grandes contrastes de los extremos.  Cuando asumieron el poder Margaret Tatcher en Inglaterra y Ronald Regan en Estados Unidos, el neoliberalismo llegó a su máxima expresión en estos países.  Casi al mismo tiempo, observamos el derrumbe simbólico y real del muro de Berlín, lo que produjo un cambio profundo e irreversible en el socialismo a nivel mundial.

Ese momento era el oportuno para que se afianzara el neoliberalismo como la solución a adoptar.  Sin embargo, no pudo producir todas las promesas que había ofrecido y terminó cayendo en la desilusión.  A partir de ese momento, los europeos no han estado muy convencidos del camino a seguir.  Los grandes partidos políticos ya no han logrado los votos que tenían antes, mientras que los partidos no tradicionalistas, muchos de los cuales ni existían hace 20 años, han incrementado su participación.

Por lo mismo, en Inglaterra, cuando Tony Blair del partido laborista prometió una tercera vía que se vendía como algo más allá de la derecha y de la izquierda, acaparó la atención.  Poco a poco, partidos políticos en otros países europeos se han manifestado a favor de una ideología similar, que también han denominado como el nuevo centro.  Gerhard Schröder, de Alemania esbozó la oportunidad de ofrecer algo nuevo al electorado y junto con Tony Blair escribieron un artículo titulado “Europa: la Tercera Vía”, que en poco tiempo se ha convertido en el manifiesto del nuevo centro.

El artículo empieza con la afirmación de que la democracia social ha encontrado una renovada aceptación, porque ha logrado retener sus valores tradicionalistas y al mismo tiempo renovar sus ideas y modernizar sus programas en una forma creíble.  Ha encontrado su soporte porque retiene su objetivo principal de justicia social, pero ahora con el reconocimiento de la importancia del dinamismo económico, la creatividad y la innovación.

Lo interesante de este nuevo movimiento es que no es un rechazo abierto al neoliberalismo.  Más bien, reconoce la importancia de una economía de mercado con fuerza competitiva, que únicamente se puede lograr con la eliminación de restricciones y la liberación de la fuerza productiva de la economía.  Para entender la distinción que trata de hacer, podríamos interpretar la tercera vía como un rechazo del ultraliberalismo, pero que busca rescatar los puntos positivos del neoliberalismo.

Lo mismo hace con las ideologías de izquierda, es decir, rechaza los extremos y las propuestas que el paso del tiempo ha comprobado que no resultan. Pero retiene la creencia fundamental de que necesitamos sociedades que incluyan a todos los ciudadanos y no la existencia de una gran masa sin privilegios ni oportunidades.  En otras palabras, reconoce la importancia de la competencia individual en la economía, pero combinada con la solidaridad en las relaciones sociales.

Las palabras que forman una parte importante de su discurso son flexibilidad, inclusión social, cohesión, solidaridad y responsabilidad hacia los demás.  Mientras que la izquierda tradicional tenía como objetivo central la igualdad (sin adjetivos), el nuevo centro lo reemplaza con la libertad e igualdad de oportunidades.  Mientras que la derecha siempre proponía la no intervención del Estado, la tercera vía subraya la importancia de que el gobierno no sea el motor de la economía, sino más bien que esté detrás del volante.  El gobierno no puede ni debe pagar todo, pero sí necesita guiar las decisiones de la sociedad.

Los críticos han señalado al nuevo movimiento como autoritario y carente de suficiente énfasis en la libertad.  Sin embargo, sus defensores han señalado que no es una receta singular que se aplica a todos los países y sociedades por igual.  Más bien es un conjunto de principios que busca establecer una nueva manera de enfocar a los gobiernos.  Cómo se aplique depende en última instancia de cada país.


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martes, 21 de septiembre de 1999

Cómo Evitar las Crisis Financieras

 

Pulso Económico


Cómo Evitar las Crisis Financieras


Por: Jonathan Heath


Las crisis financieras han sido tema de estudio de algunos académicos y de poco interés para el público en general.  No obstante, en de la última década han recibido  mayor atención y se les ha dedicado mucho más tiempo de análisis.

Estas crisis se extienden cada ocasión a más y más países, como resultado del proceso de globalización, lo que ha provocado una gran cantidad de críticas de todas partes a las instituciones cuyas funciones están ligadas a la estabilidad mundial y al sistema financiero internacional.

Pocos países como México han tenido tanta experiencia con las crisis recurrentes.  Hemos sido pioneros en buscar nuevas formas de provocar una nueva crisis, y además las nuestras han sido de las más famosas.  Es raro encontrar un estudio sobre las crisis financieras que no mencione a nuestro país.  La de 1982 fue la que inició la crisis financiera internacional de los ochenta.  La de 1994 fue el punto de arranque para la nueva moda de investigar más a fondo sus orígenes y buscar fórmulas para prevenirlas y anticiparlas.

Uno de los puntos centrales en la mayoría de los estudios sobre el tema versa sobre el concepto de “riesgo moral”, conocido en inglés como moral hazard.  Cuando una persona o institución asume un riesgo, debería aceptar todas las consecuencias.  Sin embargo, el riesgo moral permite quedar exento o protegido de las consecuencias de sus propias acciones, lo cual conlleva a tomar riesgos aún mayores en espera de que el gobierno o alguna otra entidad llegue a salvarlos.

El mejor ejemplo lo podemos observa en las operaciones del rescate bancario.  Como los banqueros sabían que el gobierno nunca permitiría la quiebra de un banco, realizaron operaciones de mucho mayor riesgo.  Igual pasó con los deudores morosos, que dejaron de cumplir con sus obligaciones anticipando la protección del propio gobierno frente a los bancos.

Sin embargo, existe un riesgo exageradamente mayor a este concepto moral, cuando estas crisis financieras llegan a afectar a millones de personas inocentes que no tienen vela en el entierro.  No hay duda de que quienes toman riesgos en los mercados financieros deberían pagar las consecuencias.  También queda claro que los deudores deben asumir sus obligaciones aun cuando sean onerosas.  Sin embargo, los millones de mexicanos que nunca tuvieron nada que ver con todo este juego no tienen por qué pagar las consecuencias a través del desempleo, pérdida de poder adquisitivo, endeudamiento mayor, menores servicios sociales y demás consecuencias negativas. 

Poco a poco empezamos a entender que resultan irrelevantes que las políticas sociales y demás acciones encaminadas a combatir la pobreza y mejorar la distribución, si al final de cuentas todo queda destruido ante las crisis recurrentes.  Por lo mismo, urge encontrar las fórmulas necesarias para romper con esta maldición. 

En el último número de la revista Foreign Affairs, el profesor Alan Blinder de la Universidad de Princenton, escribe un artículo por démas interesante, titulado “Ocho Pasos para un Nuevo Orden Financiero” ( Eight Steps to a New Financial Order).  Blinder trata de establecer lo que se necesita para minimizar las crisis financieras.  Obviamente existen varias recomendaciones para el Fondo Monetario Internacional y algunos pasos que casa país debería tomar para minimizar las posibilidades de nuevas crisis.

La primera recomendación es la de no fijar el tipo de cambio.  Dice que esto no tiene nada que ver con posiciones ideológicas basadas en una devoción religiosa a los mercados, sino más bien por simple pragmatismo con base en la observación de demasiadas experiencias desastrosas.  Aunque acepa alguans excepciones como la instrumentación de los Consejos Monetarios para abatir las hiperinflaciones, dice que éstos deben venir acompañadas de estrategias de salida, es decir, de un diseño a priori de cómo salirse del Consejo una vez eliminada la inflación (lo cual hubiera sido ideal para Argentina).

La segunda recomendación es pedir menos prestado en moneda extranjera.  La carga de deuda externa no solamente conlleva riesgos excesivos, sino que ha estado presente en todas las crisis financieras .  Obviamente la peor combinación es la de un tipo   de cambio fijo con una elevada deuda externa, fórmula que hasta hace algunos años practicaba nuestro gobierno. 

La tercera recomendación es no abrirse rápidamente a los mercados internacionales de capital.  La movilidad del capital sin restricción alguna no es una buena recomendación para todos los países, especialmente para aquellos que no tienen sistemas maduros y las estructuras propias de supervisión.  La liberación prematura de los sistemas financieros puede ser un desastre para un país emergente.  (Esta recomendación hubiera sido de inmensa utilidad hace diez años). 

La cuarta recomendación es la adopción de políticas macroeconómicas y financieras permanentes y sólidas.  Esto involucra políticas fiscal y monetaria prudentes, evitar déficit abultados en la cuenta corriente, instrumentar estructuras de regulación y supervisión financieras competentes y finalmente implantar códigos de buena conducta en áreas como transparencia, estándares contables y leyes de quiebras y suspensión de pagos.

A la luz de este articulo, es interesante examinar la política económica del gobierno mexicano.  Con algunas salvaguardias, estas recomendaciones han sido los pilares de la estrategia actual del Presidente Zedillo y el resultado es que se ha reducido (aunque no eliminado) enormemente la posibilidad de una crisis financiera al final del sexenio.  Todavía falta reducir más la deuda externa.  A estas alturas resultaría difícil (y no recomendable) introducir nuevas restricciones a los movimientos de capital.  Definitivamente falta mejorar aún más nuestras estructuras de supervisión y regulación financieras.  Necesitamos urgentemente una nueva ley de quiebras.

Sin embargo, lo que más nos hace falta es institucionalizar estas recomendaciones, que hasta ahora han sido producto de un presidente obsesionado Por evitar una crisis al final de su sexenio.

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