Pulso Económico
La SEDESOL y el INEGI
Por: Jonathan Heath
La SEDESOL y el INEGI son dos instituciones del gobierno federal que
han representado los extremos en cuanto a su desempeño en el sexenio. La SEDESOL se ha caracterizado por su política elitista que no ha logrado atender adecuadamente los grandes rezagos sociales del país. En cambio, el INEGI ha mostrado señales claras de fortalecimiento, tanto en la calidad como en la cantidad de sus estadísticas.
En nuestro país, si queremos hablar de la política económica para combatir la pobreza, nos hemos tenido que referir a la pobreza de la política económica. En la obsesión por evitar una nueva crisis de fin de sexenio, todos los esfuerzos de esta administración se han enfocado a conseguir los equilibrios macroeconómicos adecuados. Con este enfoque, en buena medida se han logrado construir los fundamentos necesarios para evitar un colapso económico mayor. Sin embargo, las brechas entre los ricos y los pobres, entre los que exportan y la economía interna, entre las empresas grandes y las pequeñas, se han ensanchado. La clase media se está achicando y la pobreza extrema sigue en aumento.
No cabe duda de que necesitamos una economía estable, propicia para el crecimiento económico. También resultar claro que no podemos caer en una crisis económica cada seis años y aun así pretender resolver nuestros rezagos sociales. Por lo mismo, primero tenemos que lograr una estabilización, sentar las bases para el crecimiento sostenido y crear las condiciones que eviten las crisis recurrentes. Logrado lo primero, podemos crear empleos permanentes y generar los recursos fiscales necesarios para atender los problemas sociales. En este sentido, podríamos conceder que la política económica en general ha sido atinada.
Donde difícilmente podemos otorgar buenas calificaciones en particular, es en la política social. Una gran parte de la población ha perdido el acceso a la alimentación básica en respuesta al incremento en los precios de la tortilla, la leche y otros productos de primera necesidad. La política de apoyo a los pobres ha dejado de ser solidaria y se ha convertido en elitista. El gobierno sigue utilizando la política social como uno de los instrumentos principales para comprar o inducir el voto.
No hay duda de que en el pasado la política social ha pretendido ignorar las fuerzas del mercado. Cuando esto ocurre, tarde o temprano se producen desajustes con consecuencias negativas. Por lo mismo, se ha buscado corregir muchas de estas deficiencias. Sin embargo, también se ha visto que la pobreza y los problemas sociales no se pueden corregir simplemente invocando al mercado. Más bien, si lo dejamos a la oferta y a la demanda, los problemas terminan por complicarse y aumentan. Esto significa que necesitamos crear una política social de equilibrio, que corrija los sesgos del mercado y al mismo tiempo no los contradiga.
Este equilibrio es el que no se ha encontrado. La atención que se ha puesto en la función correcta de los mercados ha estado por delante de los problemas más inmediatos de la sociedad. Se han eliminado los subsidios por su efecto distorsionador, ignorando por qué se habían decidido en un principio. Por evitar un extremo, nos hemos ido al otro, en el que el medio (que sería la utilización de la oferta y la demanda para asignar los recursos escasos en la economía) se ha convertido en un fin en sí mismo, olvidándose que el fin es un mayor bienestar social para todos, no solamente en términos de magnitud sino también de una distribución más equitativa y justa.
Pero peor aún. En este afán de buscar una política más adecuada a las fuerzas del mercado, se creó una política elitista que distingue entre pobres “privilegiados” y pobres “desdichados”. Esta política no solamente crea más inequidad, sino además se utiliza con fines de compra o inducción del voto.
Necesitamos corregir a fondo la política que ha emprendido la SEDESOL en el transcurso del sexenio. Podríamos pensar que la salida del Secretario es una magnifica oportunidad. El problema es que le queda menos de año y medio al sexenio. Los momentos políticos son tan complicados que cualquier esfuerzo va pasar desapercibido. A estas alturas no vale la pena nombrar a un funcionario brillante para atacar el problema de fondo, sino simplemente poner a alguien que termine el sexenio sin pena ni gloria.
En el otro extremo, tenemos al INEGI, el instituto encargado de crear y difundir las estadísticas nacionales. En un sistema autoritario, manipulador de la información, las estadísticas siempre fueron centro de sospecha. Venimos de una cultura en la que el manejo de la información era un juego de poder. Poco a poco se ha dado el cambio hacia la democracia, donde la información es un bien público. En esta transformación el INEGI ha jugado un papel preponderante. En los últimos diez años hemos observado una mejoría impresionante en la cantidad y calidad de la información estadística. Se tuvo la visión de dejar atrás el manejo político y reemplazarlo con una visión moderna, abierta y transparente, que inspira más confianza.
No hay duda de que el arquitecto de este cambio es el Dr. Carlos Jarque, un verdadero profesional de las estadísticas. El es el responsable de una mejoría increíble de un instituto que antes muchos calificaban de mediocre. Hoy la mayoría de sus empleados son profesionales de carrera. El INEGI está a la vanguardia de la tecnología y le falta únicamente el reconocimiento legal de su autonomía para consolidar sus enormes avances. No solamente ha sido el mejor Presidente que ha tenido el INEGI, sino que difícilmente se podrá encontrar a alguien que lo pueda igualar.
El viernes pasado, el gobierno nos sorprendió al anunciar que se designó a Carlos Jarque como Secretario de SEDESOL. Lo han quitado de un puesto en el que no solamente ha hecho mucho, sino que sin lugar a dudas podría seguir haciendo más por nuestro país. En cambio, lo han designado para un puesto que le queda demasiado chico, especialmente por lo poco que se puede hacer en una posición eminentemente política y con muy poco tiempo para mostrar resultados.
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