jueves, 20 de agosto de 1998

El Aprendizaje y la Nueva Ortodoxia

 

Pulso Económico


El Aprendizaje y la Nueva Ortodoxia

Por Jonathan Heath


Poco a poco los excesos de la nueva ortodoxia, llamada por muchos neoliberalismo, empiezan a provocar una mayor reflexión sobre recomendaciones de política económica.

Estamos llegando a la conclusión de que no es que los mercados no funcionen, sino que funcionan demasiado bien.  Estamos viendo que el reto no es incorporar mayor mercado a la economía, sino más bien incorporar más de la economía al mercado.  ¿De qué sirve tener una economía de mercado si la mayoría de la población está marginada?

El martes pasado discutíamos cómo el dogmatismo, sea de izquierda o de derecha, es un camino equivocado.  El proceso de aprendizaje de los economistas es continuo.  Debemos rescatar lo que ha funcionado y desechar lo que ha fallado.  

Tenemos que recordar que el científico va rectificando sus teorías según la evidencia y los hechos, mientras que el ideólogo sólo toma de la evidencia empírica lo que está acorde con sus convicciones personales.  Como economistas debemos ser científicos y no ideólogos.
Por lo mismo, recomendé el articulo escrito por Henry Burton, “A Reconsideration of Import Substitution” (Una Reconsideración de la Sustitución de Importaciones), publicado en el Journal of Economic Literature (Vol. XXXVI, junio 1998).  Aquí se resumen algunas de las formas para empezar a reenfocar la nueva ortodoxia.
Por ejemplo, existe un consenso amplio acerca de las ventajas que puede traer el desarrollo de las exportaciones no tradicionales en una economía.  Genera empleo y crecimiento de la actividad económica.  Produce divisas para financiar las importaciones y afrontar la amortización de la deuda externa.  Son muy pocos los economistas que recomiendan políticas que reducen abiertamente los incentivos para exportar.  La idea principal de una economía abierta es provocar el desarrollo de la economía utilizando a las exportaciones como un motor de crecimiento.
Sin embargo, la relación entre la exportación y la economía interna es mucho más compleja de lo que se pensaba en el pasado.  Una de las ideas implícitas en los argumentos a favor del crecimiento hacia fuera (es decir, basado en exportaciones) es que las empresas pueden dar un salto cualitativo de su tecnología actual a otra mucho más eficiente y por lo mismo, llegar a ser inmediatamente más competitivas.  No obstante, la evidencia empírica de muchos países asiáticos no confirma esta relación.  Más bien, se ha encontrado que el aprendizaje tecnológico es relativamente lento y toma tiempo.
El simple hecho de que se exporte no significa que la nueva tecnología se integre rápidamente al resto del país.  Este aprendizaje toma tiempo y tiene que venir acompañado de otros aspectos fundamentales de una sociedad: ingenuidad empresarial (entrepreneurship), instituciones, valores, incentivos sociales, visión y otros factores similares que definen a una sociedad.
El ejemplo lo estamos viendo en nuestro país en cuanto a que se ha desarrollado un sector de exportación muy dinámico pero poco integrado al resto de la economía.  Esta falta de integración se observa a través del alto contenido de insumos importados que contienen nuestras exportaciones, al mismo tiempo que la gran mayoría de éstas (más del 80 por ciento) se realizan a través de apenas unas 600 empresas.
La contribución de tantas empresas multinacionales no debe estar limitada a la creación de empleos directos, sino también debe contemplar la manera en que estas empresas transmiten su tecnología al resto de la economía.  Se ha visto en el pasado como las multinacionales que transmiten poco al resto de la economía, pueden ayudar a resolver problemas de corto plazo, pero a la larga crean problemas de otra índole.  Sirven como ejemplo las experiencias de las empresas petroleras inglesas y norteamericanas a principio de siglo.
Sin embargo, no queremos volver a cometer el error de cerrar las puertas a la inversión extranjera.  Por querer resolver un problema, simplemente creamos otro.  Por lo mismo, el objetivo básico no debe ser atraer a la inversión extranjera como tal, sino más bien crear un ambiente interno económico y social en el que el proceso de aprendizaje interno se beneficie de la presencia de empresas extranjeras.  De esta manera, conseguimos ventajas de corto plazo a través de la creación de empleos y la entrada de divisas al tiempo que aseguramos ventajas de largo plazo, al difundir el espíritu empresarial, la generación interna de divisas y la maduración de nuestras instituciones.
Tenemos mucho que aprender del resto del mundo.  Sin embargo, el primer paso es crear un ambiente propicio para el aprendizaje.  Hoy por hoy, ni lo tenemos ni parece ser que lo queremos.


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