lunes, 15 de diciembre de 1997

¿Qué es el Neoliberalismo?

 

Pulso Económico


¿Qué es el Neoliberalismo?


Por: Jonathan Heath©


Desde hace varios años se ha utilizado la palabra “neoliberalismo” en distintas formas, con significados muy diferentes y en especial como un adjetivo calificativo negativo.  Tradicionalmente, la palabra se ha utilizado para describir una escuela de pensamiento económico que enfatiza la utilización de las fuerzas de mercado como instrumento principal para incrementar el bienestar de la población y pone especial énfasis en la importancia de las libertades individuales.

Con el tiempo se empezó a utilizar en forma despectiva para describir una línea de pensamiento que ponía la libre interacción de las fuerzas del mercado como un fin en sí mismo, por encima de cualquier otro objetivo. El término se asocia con alguien que piensa que la pobreza se puede abatir (o por lo menos minimizar) a través de las leyes de la oferta y la demanda, mientras que la intervención del gobierno únicamente sirve para empeorar el problema.

En el extremo de esta forma de pensar, existen algunos que consideran que la pobreza no es un mal de la sociedad o de la economía, sino simplemente un grupo de personas ignorantes, sin ambición, que no quieren trabajar para salir adelante.  Por lo mismo, no se deberían desviar los fondos del gobierno para tratar de ayudar a quienes no quieren ayudarse a sí mismos.  Inclusive, sienten como un insulto el hecho de que los ricos, los que sí han trabajado duramente durante su vida para acumular su patrimonio, tengan que pagar impuestos para subsidiar a los “flojos”.

En buena medida, existe el sentimiento de que la cantidad de gente que se sitúa en este extremo ha ido creciendo a través de las últimas décadas, a tal grado que su influencia se ha extendido a muchos gobiernos en todo el mundo.  El movimiento hacia la derecha de los gobiernos de Margaret Thatcher (1979-90) en Inglaterra y de Ronald Reagan (1981-89) en los Estados Unidos, es visto como elemento central de esta influencia en el resto del mundo.

Su caracterización hacia América Latina y el resto del mundo es conocida como el “consenso de Washington”, que es una serie de recomendaciones sobre política económica para países en desarrollo.  Dado que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (al igual que la mayoría de los países latinoamericanos) puso en práctica estas recomendaciones en México, la política económica del sexenio pasado se identifica con el esquema neoliberal.  Pero como terminó con una crisis devaluatoria, lo cual llevó al país a sufrir una recesión profunda y una pérdida generalizada en el poder adquisitivo de la población, se concluye que el neoliberalismo es nefasto y contraproducente para la mayoría.

Como antítesis del esquema neoliberal empezaron a surgir movimientos que proponen el abandono de las practicas de mercado como elemento central de la política económica, para en su lugar, adoptar políticas con sentido social.  Por ejemplo, los Jesuitas han promovido un combate frontal al pensamiento neoliberal en toda América Latina.

Si el neoliberalismo es verdaderamente un movimiento que propone al mercado como un fin y adolece totalmente de una conciencia social, entonces seríamos muchos los que nos uniéramos en su contra.  Sin embargo, como suele suceder en casi todo, no es tan fácil.

Aunque no hay duda de que estos gobiernos fueron más derechistas que sus precursores, no podemos afirmar tan tajantemente que llegan a extremo tal que quieren imponer la libre interacción del mercado como un fin en sí mismo, o que creen que se puede combatir la pobreza a través de la oferta y la demanda.  Los programas de Pronasol y Procampo del sexenio pasado, son dos ejemplos de que el gobierno mantenía la inquietud por resolver los problemas sociales más agudos fuera de los mecanismos tradicionales de mercado.  La caracterización de una política de extrema derecha es un extremo en sí misma.

La aplicación de las recomendaciones del consenso de Washington fue una búsqueda genuina de mecanismos prácticos para lograr un crecimiento sostenido y mejorar el bienestar de la población.  Aunque se utiliza mucho más al mercado para la distribución de bienes y servicios, no es un abandono de las inquietudes sociales.  Más bien, una buena parte del problema es que compramos la ilusión de una respuesta rápida a nuestros problemas.  Pensábamos que estas políticas eran la mejor forma de estabilizar la economía, generar empleo y abatir los rezagos sociales.

De las pocas cosas que queda claro es que debemos evitar las posiciones apasionadas que abandonan la lógica y se atrincheran en lo absurdo.  La semana pasada recibí un email en el que se me acusaba de ser neoliberal porque he defendido la política monetaria actual y en especial al Lic. Miguel Mancera.  Según esta persona, la definición de neoliberal, utilizada en el sentido peyorativo extremo, es cualquier intento de defensa de una política que descansa en el mercado.  En el centro de su ataque, estaba la lógica absurda de que algo es malo simplemente porque lo llamamos neoliberal.  Más allá de entender qué significa realmente esta palabra, la utiliza como una forma de demostrar el mal en sí.  Tú eres neoliberal y por lo tanto pruebo que estás mal.

La mayoría de las propuestas que provienen de los partidos de izquierda son resultado de una inquietud social genuina, pero resultan en algo que va en contra de cierta lógica pragmática.  Al analizar las consecuencias potenciales, en la mayoría de los casos (no todos) se debe rechazar.  Sin embargo, si rechazamos una propuesta porque no es funcional, no debemos nunca rechazar la inquietud social, ni debemos dejar de buscar opciones.

De aquí en adelante debemos adoptar una actitud mucho más pragmática.  Bien sabemos que el populismo de los años setenta no funciona y termina por crear problemas mayores.  Hemos aprendido que debemos manejar las finanzas públicas en la forma más sana posible.  Ya queda poca duda de que no se pueden ignorar las fuerzas del mercado y por lo mismo, debemos trabajar con ellas y no en su contra.  Pero al mismo tiempo, el daño que hace la libre flotación por todo el mundo de los capitales especulativos, es un ejemplo muy claro de lo que puede ocasionar un mercado sin restricciones, regulación y supervisión.

No necesitamos extremos ni aferrarnos a posiciones ideológicas que no contemplan la realidad.  De aquí en adelante tenemos que desechar lo que verdaderamente no sirve y adoptar lo que puede funcionar a nuestras realidades.  Seguramente, esto significa una mezcla heterogénea de todas las posiciones actuales.  Los dogmatismos ideológicos simplemente no funcionan en una economía.  Eso debe quedarnos bien claro.



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