domingo, 6 de abril de 1997

En Busca de Soluciones Efectivas

 Pulso Económico


En Busca de Soluciones Efectivas


Por: Jonathan Heath

La semana pasada, una de las múltiples organizaciones empresariales manifestaba su inquietud por la supuesta sobrevaluación del tipo de cambio.  Sostenía que la paridad correcta debería ser de nueve pesos por dólar, es decir, una depreciación inmediata del peso mexicano de más de 13 por ciento.  Sin embargo, debemos distinguir entre el tipo de cambio deseado por un grupo de empresarios que obedece a sus intereses particulares y el que conviene para todo el país.

No existe una argumentación teórica suficientemente sólida para sostener que el tipo de cambio de equilibrio de hoy en día debería ser de nueve pesos por dólar.  Sería el equivalente a regresar a la paridad real que teníamos en 1987, cuando existía un tipo de cambio muy subvaluado.  En aquel momento teníamos un superávit comercial y las reservas internacionales estaban aumentando.  Sin embargo, la política cambiaria de hace diez años ayudó a provocar una inflación de tres dígitos y una inestabilidad financiera profunda.  En su momento se justificaba por la escasez de divisas que resultó de la caída pronunciada en el precio del petróleo.  Para poder hacer frente a los compromisos que teníamos con el exterior, fue necesario mantener una política de subvaluación agresiva, dado que no podíamos conseguir préstamos del exterior y la inversión extranjera era muy escasa.

Hoy en día tenemos entradas de capital suficientes para cubrir nuestros adeudos con el exterior y financiar el déficit que produce la cuenta corriente de la balanza de pagos.  A pesar de tener un régimen cambiario de flotación, el Banco de México ha acumulado una gran cantidad de divisas durante los últimos 15 meses.  El gobierno federal ha logrado ampliar la estructura de pagos al exterior hacia un mayor plazo y reducido la necesidad de divisas para los siguientes años.  En este momento no existe una situación de desequilibrio que amerite una devaluación del 13 por ciento.

Los exportadores quieren un tipo de cambio más competitivo para poder mantener su ritmo de crecimiento.  Sin embargo, si comparamos la diferencia entre los salarios manufactureros de México y de los Estados Unidos, encontramos que nuestra industria ha ganado una ventaja de aproximadamente 50 por ciento con respecto a la diferencia que existía en 1990.  Es difícil creer que con un tipo de cambio real casi igual al que existía hace siete años, pero con una ventaja tan amplia en el costo laboral, haya todavía quienes piensen que necesitan una subvaluación cambiaria para lograr ser competitivos.

Es peligroso querer manipular el tipo de cambio.  Esta recomendación no solamente provocaría mayor presión inflacionaria, sino también resultaría en una mayor tasa de interés.  La ventaja cambiaria de los exportadores sería una desventaja para la economía interna y para los deudores de la banca.  Si se trata de dar ventajas, la economía interna está hoy en día en una situación más precaria que la economía de los exportadores.

Sin embargo, no son únicamente los efectos inmediatos de una mayor depreciación sobre la inflación y las tasas de interés lo que nos debería de preocupar.  También deberíamos estar más conscientes sobre el efecto real de un aumento en la paridad sobre la balanza comercial.  En 1994 las exportaciones estaban creciendo a un ritmo de 16.9 por ciento.  El tipo de cambio promedio de 1995 fue 90.2 por ciento más alto que el promedio de 1994, lo cual ayudó a que las exportaciones llegaran a aumentar 30.6 por ciento en 1995.  En otras palabras, una depreciación del 90.2 por ciento ayudó a aumentar las exportaciones 13.7 puntos porcentuales.

En forma muy simplista, esto nos llevaría a pensar que con cada 10 puntos porcentuales de depreciación cambiaria, las exportaciones podrían crecer 1.5 por ciento adicional.  Aunque no es totalmente válida una comparación tan burda, sí nos ayuda a ilustrar que la depreciación adicional que piden los empresarios no es una solución mágica para aumentar las exportaciones.

Lo mismo sucede con las importaciones.  La devaluación masiva de 1995 ayudó a disminuir las importaciones en 8.7 por ciento durante el año.  Sin embargo, la ayuda que proporcionó a la balanza comercial fue únicamente temporal, dado que las importaciones volvieron a crecer 23.6 por ciento el año pasado.  Al final de cuentas, estos números nos indican que para poder corregir la balanza comercial a través del tipo de cambio, necesitamos una devaluación masiva.  Una corrección técnica del 13 por ciento (que proponen los empresarios) no ayudaría a cambiar significativamente las tendencias observadas.

No obstante, existen otros elementos que sí nos deberían de preocupar.  Hasta ahora hemos disfrutado de una economía mundial en expansión.  Desde el estancamiento observado en la actividad económica norteamericana de hace más de cinco años, hemos tenido la fortuna de contar con un mercado creciente de nuestras exportaciones.  Hoy en día, Estados Unidos está produciendo una cantidad récord de empleos y ha mostrado una vitalidad envidiable.

Sin embargo, el riesgo continuo de un sobrecalentamiento que podría desembocar en un aumento en la inflación, ha llevado a Alan Greenspan, el Gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos, a aumentar las tasas de interés en su país.  Los expertos de esa economía nos dicen que se podrían esperar aumentos adicionales durante el año, incrementando la tasa hasta un máximo de un punto porcentual.

Los ciclos económicos que llevan a una economía de un periodo de expansión a una eventual recesión, necesitan usualmente un cambio externo (exógeno) para inducir una desaceleración en la actividad económica.  Esta alza en las tasas de interés podría ser el inicio de un estancamiento.  Ya se ha visto una desaceleración a nivel mundial en la producción de algunos bienes como resultado de una menor demanda.  Si en un momento dado la economía norteamericana entra en una recesión, la economía mexicana podría sufrir bastante más.

Los empresarios deben preocuparse por mantener su competitividad global a través de avances permanentes en su modo de producción, su tecnología, su administración y su mercadotecnia y no a través de una dependencia peligrosa en el tipo de cambio.  Lo último únicamente funcionaría como un alivio temporal y provocaría daños al resto de la economía.  Al mismo tiempo que busquen mejorar su productividad, deberían aumentar la diversificación de sus mercados y de sus productos para poder sostenerse sanamente a través de los ciclos económicos.

Eso sería mejor para todo el país y no para unos cuantos.



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