Pulso Económico
La Política Cambiaria y la Catástrofe Económica
Por: Jonathan Heath
De todos los temas económicos posibles de comentar el más recurrente ha sido, sin lugar a dudas, el de la política cambiaria. Sin embargo, por más que se analice y se estudie, por todos los lados siguen saliendo comentarios de preocupación. No estamos acostumbrados y un régimen cambiario de flotación y por lo mismo, muchos piensan que la reciente fortaleza de nuestra moneda nos llevará de nuevo a una catástrofe económica
Hace apenas una semana analizamos en este espacio un artículo publicado por un asesor económico del PAN, que por lo superficial del análisis, llegaba a manifestar errores y conclusiones hasta peligrosas. Ahora, observamos que Gobernador del estado de Guanajuato, Vicente Fox Quezada, publicó un anunció de página entera en los periódicos, para alentar a la población de la catástrofe que viene como consecuencia de la política cambiaria actual, señala los riesgos de no modificarla y propone una alternativa.
Por un lado, es obvio que el Gobernador busca sacar provecho de la preocupación actual. Al final de cuentas es un político. No menciona alguna idea o conclusión nueva, sino simplemente resume los puntos ventilados por muchos en diversos lados, aunque también hay que admitir que es un punto sobre el cual él ha sido insistido desde hace tiempo. Aprovecha la memoria todavía fresca de la crisis cambiaria de 1994-95 y la inquietud señalada por varios analistas, comentaristas y empresarios, para sembrar la duda de que la política actual está posiblemente equivocada. Por último, deja constancia de su observación para decir en un futuro, ante la eventualidad de un ajuste brusco en la paridad, que él ya lo había señalado.
Pero independendientemente de su aprovechamiento político, debemos cuestionar si en el fondo tiene razón o no. ¿Es simplemente un truco publicitario para ganar votos? O bien, ¿está señalando algo genuino que nos debería de preocupar? Como suele suceder, lo más seguro es una combinación de las dos cosas.
En la primera parte de su desplegado, hace mención a que la información económica relativa al comercio exterior muestra señales de alerta. Primero dice que el tipo de cambio está sobrevaluado en 2.4 por ciento, tomando como base el año de 1990. Aunque el año de referencia es el más adecuado, no hace mención de otros factores que pueden influir en la valoración apropiada del tipo de cambio. Basarse únicamente en el diferencial de inflación con los Estados Unidos es una simplificación de un problema muy complejo. El número que resulta del cálculo debería tomarse como una aproximación muy burda y no como un número exacto. Tenemos que admitir que el tipo de cambio real de equilibrio (que es lo que se busca) es un concepto dinámico que cambia en el tiempo en función de diversos factores. Sería peligroso y posiblemente hasta irresponsable aducir la posibilidad de una crisis cambiaria con bases simplemente en este número.
Después dice que la balanza comercial, excluyendo las maquiladoras, ya prácticamente presenta un déficit. Concluye que un tipo de cambio sobrevaluado claramente va a causar un déficit en 1997. Aquí existen dos consideraciones que no se mencionan. Primero, la distinción entre maquiladoras y no maquiladoras ya no queda muy clara debido al Tratado de Libre Comercio. Muchas de nuestras exportaciones que no son maquila contienen un alto grado de importaciones, mientras que la maquila empieza a tener un incremento en la cantidad de insumos nacional. Esta división tiene cada vez menos importancia que antes.
Segundo, no podemos afirmar que un déficit en la balanza comercial es indeseable o que sea un factor que nos llevará a una catástrofe. No debemos confundir la presencia natural de un déficit normal con el abuso extremo de un déficit enorme. Existen demasiados ejemplos de países que han mantenido déficit por décadas sin problema alguno.
Enseguida, menciona la dificultad de los exportadores poara mantenerse competitivos. Sin embargo, las exportaciones han estado creciendo a tasas de dos dígitos desde hace cuatro años. En los años en que se supone que el peso estaba más sobrevaluado (1993 y 1994) se pudo crecer al 12.8 y 16.9 por ciento, respectivamente.
Si tomamos el diferencial de salarios manufactureros con Estados Unidos partiendo del mismo año base, 1990, hoy en día estamos subvaluados en más del 50 por ciento. Es importante crear una base exportadora competitiva en función de su productividad y condiciones propias y no vía un tipo de cambio subsidiado.
No hay duda de que debemos mantener un tipo de cambio competitivo. Sin embargo, no hay que confundir “competitivo” con “subsidiado”. Ya tuvimos nuestra dosis de políticas y populistas en otras épocas y no funcionaron. Específicamente, tuvimos una etapa de una política cambiaria de constante subvaluación en 1986-87 y eso provocó una inflación de tres dígitos y un descontento generalizado entre la población. Además, con este tipo de política el que más pierde es el trabajador, ya que un tipo de cambio subvaluado atenta contra los salarios y favorece el capitalista.
Ya sabemos por nuestras experiencias anteriores que el Gobierno no es bueno para adivinar cuál debería de ser tipo de cambio adecuado. No volvamos a los errores del pasado. La única forma de conocer el tipo de cambio correcto es a través de mercado, es decir, a través de un régimen cambiario de flotación. Sería una equivocación mantener tanto el tipo de cambio subvaluado como sobrevaluado. Tanto un extremo como el otro tienen repercusiones negativas.
La propuesta de “mantener el valor de nuestra moneda competitiva en términos reales” que hace el Gobernador de Guanajuato, suena interesante, sin embargo, es el equivalente a un subsidio a las exportaciones y un impuesto a las importaciones. Además existe la dificultad de quien va a determinar el valor real competitivo adecuado. Tenemos que recordar que ni siquiera los analistas privados se ponen de acuerdo sobre este concepto.
Al final, dice el Gobernador que uno de los riesgos de no hacer lo que él propone es el debilitamiento y quiebra de empresas. No obstante, se le olvidó (o a lo mejor no le dijeron) agregar que el riesgo de sí hacerlos es el debilitamiento y perdida del poder adquisitivo de los trabajadores. Como siempre, existen dos lados en cualquier debate.
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