Pulso Económico
La Inflación y los Pactos
Por: Jonathan Heath
Es evidente la molestia generalizada de la gente con el Gobierno Federal por haber decidido una serie de incrementos de precios durante diciembre pasado y en enero. Gasolina, electricidad, tortillas, leche, Metro, predial, etc. Las señoras preguntan a diario si los funcionarios públicos nunca van al supermercado, dado que ellas observan una realidad distinta a la que pintan las autoridades. Una señora me explicó que la diferencia entre un pesimista y un optimista, es que el primero va al supermercado mientras que el segundo trabaja en el Gobierno.
El aumento al salario mínimo, que fue de 17 por ciento a diferencia del año anterior que había sido de 10 por ciento, es uno de los factores principales que ocasionó la escalada de precios, empujando la inflación a terminar el año en 27.7 por ciento. Sin embargo, si observamos el deterioro del salario mínimo durante los últimos veinte años, no lo podemos culpar de ser un factor inflacionario. Más bien, los aumentos siempre han sido resultado de las metas de inflación del año. Dado que el objetivo inflacionario siempre ha sido a la baja, los incrementos salariales también lo han sido.
Durante las dos décadas anteriores, el Gobierno mantenía un déficit fiscal relativamente elevado. En los años que aumentaba más, había más inflación. Sin embargo, no podemos culpar al déficit fiscal del factor inflacionario hoy en día, dado que este no ha existido durante los últimos cinco años.
Tampoco podemos encontrar presiones inflacionarias en la expansión monetaria. El Banco de México cumplió con todas sus metas trazadas durante el año pasado, instrumentando una política monetaria consistente con una inflación inferior al 20 por ciento. Inclusive, si analizamos la trayectoria planeada de la base monetaria a nivel semanal durante todo el año pasado, encontramos que no hubo desviaciones en ningún momento.
A diferencia de la inflación que sufríamos en otras épocas, que era provocada por presiones del lado de la demanda, la inflación de hoy en día es un fenómeno de costos. El embate inflacionario de ahora tuvo su origen en un aumento desorbitado de uno de los precios claves de la economía: el precio del dólar. Durante los últimos dos años hemos visto al sistema de precios tratar de encontrar de nuevo un equilibrio, es decir, una nueva estructura de precios relativos. Sin embargo, los ajustes buscados siempre son a la alza. El hecho de que el Banco de México haya controlado la base monetaria ha ayudado a que estos ajustes sean menores. Sin embargo, aún así tenemos una inflación relativamente elevada.
Una buena parte del problema es que la inflación que tenemos es de tipo estructural, de lo que algunos han llamado inercial. Esto se explica a través de un círculo vicioso que se uto alimenta. El ajuste en el tipo de cambio provoca un aumento en una gran cantidad de insumos. Estos a su vez generan aumentos adicionales. La inflación, que no es otra cosa que el aumento generalizado de los precios, presiona al tipo de cambio para que se deprecie y vuelve a generar aumentos adicionales. En principio, cada ronda de aumentos debería ser de menor intensidad hasta encontrar un nuevo equilibrio, pero el problema es que en este último fenómeno no se da fácilmente, o bien, tarda mucho en producirse.
Durante la década pasada, el componente inercial era uno de los problemas principales de la inflación mexicana. Para romper con él se instrumentó la política de los pactos, que era un forma heterodoxa de combatir la inflación. Como ya se sabe, fue muy exitoso en su momento, dado que la inflación pasó de 160 por ciento en 1987 a un sólo dígito en 1993.
El problema de la política de los pactos es que tiene un componente psicológico muy importante. Funciona en forma efectiva por un cierto tiempo, pero termina por desgastarse. Por lo mismo, es importante utilizarlo únicamente por un tiempo determinado y no extenderlo año tras año, en forma que si se quiere recurrir a el , puede funcionar. De lo contrario, pierde su eficacia como instrumento económico.
Como resultado de los mismo, antes de iniciar una política de pactos o de alguna política similar (por ejemplo, el de un Consejo Monetario o el Programa Hoy No Circula), es importante diseñar la forma de salir o de terminar con esa política. En el caso de México, el error del Gobierno no fue haber instrumentado el sistema de pactos, sino nunca haber contemplado cómo salirse de él. De ser un instrumento económico, se fue transformando en un instrumento político.
Ya para 1992 no se sabía cómo modificar la política cambiaria fuera del contexto del pacto. Se creaban condiciones de suma especulación en anticipación a su ratificación. Al final, en vez de ayudar a eliminar al Gobierno la inflación inercial, funcionaba en contra, dado que no le permitía maniobra alguna. Muchos de los famosos errores de diciembre no hubieran existido si el Gobierno hubiese eliminado con anterioridad la política de pactos.
Hoy en día tenemos de regreso un componente importante de inflación inercial. La política monetaria está cumpliendo con su función para abatir la inflación, pero es poco eficaz contra la parte inercial. Por lo mismo, necesitamos que el Gobierno diseñe una política adicional para combatir este fenómeno. De lo contrario, la inflación no va a disminuir con la rapidez necesaria.
Sin embargo, los errores del pasado nos vuelven a afectar. El abuso con el sistema de pactos ha imposibilitado su uso hoy en día como manera efectiva para romper con estas inercias. ¿Qué alternativa tenemos? ¿Qué va hacer el Gobierno para acelerar el abatimiento de la inflación? Cada año que no se elimina la inflación, es un año en que el trabajador ve mermado su poder adquisitivo. Es un año más en que las empresas no realizan todas las inversiones necesarias por la incertidumbre que existe. Es un año más de un fenómeno desgastante para todos, incluso para el Gobierno.
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