lunes, 9 de diciembre de 1996

El Juicio de Hacienda

 Pulso Económico


El Juicio de Hacienda


Por: Jonathan Heath®


Muchos han enjuiciado a Miguel Mancera y al Banco de México por los resultados desastrosos de las últimas dos décadas.  Sin embargo, sin un Banco Central autónomo queda claro que la responsabilidad radica en la Secretaría de Hacienda.  Si hemos de calificar los resultados de inflación, devaluación, crecimiento económico, empleo y el bienestar general de la población, deberíamos concentrarnos en el papel de Hacienda y en el del Presidente de la República como último responsable de la política económica del país.

Quizás en ningún momento de nuestra historia queda más clara esta responsabilidad que en la época de transición entre Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Alvarez y en la década siguiente.  De las decisiones responsables de Don Antonio Ortiz Mena, Secretario de Hacienda durante dos sexenios, singularizado por la estabilidad de precios con crecimiento económico sostenido, pasamos a la turbulencia de los 70, caracterizados por los problemas del petróleo, déficit fiscales elevados e inflación.  De esta época lo que más hemos de recordar fue la devaluación de 1976 que cerró un periodo de 22 años de un tipo de cambio fijo y comenzó otro de devaluaciones recurrentes.

Muchos han de recordar a Luis Echeverría y su singular estilo.  Sin embargo, tenía una inquietud genuina.  La economía mexicana había crecido a más del 6 por ciento anual por 30 años sin que el beneficio llegara a la mayoría de la población.  La distribución desigual del ingreso era peor en ese momento que lo que había sido unas cuantas décadas antes.  Pero más que todo, teníamos una creciente población marginada en pobreza extrema.  Habría que buscar cómo compartir el desarrollo y los beneficios de la modernización.

No obstante, Echeverría nunca entendió que los problemas no se pueden resolver por decreto.  Una cosa es querer solucionar los problemas y otra encontrar las fórmulas correctas.  Al tomar el gobierno un papel mucho más activo en la economía, terminó por desestabilizar la moneda, causó inflación y devaluación, al mismo tiempo que introdujo muchas distorsiones a través de regulaciones y controles, desalentando la inversión extranjera directa.  En su lugar contrajo deuda externa, elevó peligrosamente su servicio y pasó la factura del gasto corriente a futuras generaciones.  Mantuvo un papel muy antagónico con el sector privado como si fueran los enemigos del pueblo, en vez de ver en cada empresario un socio para el progreso económico.  De su legado, lo más trágico que dejó fue una economía llena de vicios e incentivos equivocados, que estructuralmente ya no podían dar a la mayoría de la población los beneficios necesarios de una economía creciente.

Al final de cuentas, Echeverría cometió dos errores básicos.  Al comenzar su presidencia, dejo bien claro que las decisiones últimas de política económica las iba a tomar él en Los Pinos, en alusión a la mancuerna de Antonio Ortiz Mena y Rodrigo Gómez, quienes habían manejado la política económica durante la década anterior.  Sin conocimientos básicos de los fundamentos económicos, Echeverría da inicio a una política de populismo.  El segundo error fue en 1973 cuando designó a José López Portillo, un abogado y amigo personal, como Secretario de Hacienda.  El mismo López Portillo admitió después en su autobiografía que no entendía esta designación, dados su falta de conocimiento de economía y del manejo de la política económica.

No es ninguna coincidencia que los problemas principales empezaron justamente en 1973.  En este año iniciaron los déficit públicos elevados y surgió la inflación.  Se introdujo una ley de inversión extranjera que buscaba limitar y regular la inversión como si fuera algo indeseado.  En términos generales, la política económica logró espantar capitales valiosos y concluyó con la primera devaluación de la era actual.  Como premio, el secretario de Hacienda fue designado candidato presidencial.

A partir de 1977, en vez de empezar a realizar los cambios estructurales necesarios, se utilizó el auge petrolero para financiar el gasto público con el mismo fin populista del sexenio anterior.  Julio Rodolfo Moctezuma (durante unos breves meses en 1977), David Ibarra y Jesús Silva Herzog (a partir de la devaluación de 1982) fueron los secretarios de Hacienda responsables de la política económica durante este periodo.  Sin embargo, el principal fue David Ibarra, quien ocupó el puesto desde 1977 hasta 1982.  Su estancia en Hacienda culminó con una inflación de tres dígitos, un déficit público que rebasaba el 16 por ciento del PIB y la primera recesión en más de cuatro décadas.

Para evitar una devaluación del peso, el entonces Secretario acudió a un endeudamiento externo desorbitado.  En 1981 fueron más de 20 mil millones de dólares netos, casi todos en términos de muy corto plazo.  No solamente dejó a las finanzas públicas en un estado de desastre, sino que ayudó a someter el país a un mayor número de regulaciones, subsidios y políticas populistas, que se pagó prácticamente con una década de estancamiento económico antes de poder estabilizar de nuevo a la economía.

Aunque finalmente responsables de la política económica, los siguientes Secretarios de Hacienda, Jesús Silva Herzog, Gustavo Petricioli y Pedro Aspe, tuvieron que lidiar con todos los problemas heredados de un cúmulo de errores de sus antecesores.  Es importante señalar que no tuvieron buenos resultados y sí una gran cantidad de factores en contra: niveles de deuda interna y externa inmanejables, junto con un boicot de la mayor parte del sistema financiero internacional, por lo menos en lo que se refiere a financiamientos voluntarios.

Tardaron mucho tiempo en volver a estabilizar a la economía, reducir los niveles de deuda, restablecer el crecimiento económico, regresar al crédito externo y ganarse la confianza del exterior.  Hacia fines de 1993, todo indicaba que se habían logrado la mayoría de los cambios estructurales necesarios y se tenía la estabilidad deseada.  Lo único que faltaba era instrumentar una política de aterrizaje suave para evitar que la apreciación excesiva de la moneda y el déficit elevado en la cuenta corriente se convirtieran en elementos desestabilizadores.

Sin embargo, en vez de idear esta política, el Secretario de Hacienda decidió heredar el problema a su sucesor.  Para comprar tiempo, emitió más de 30 mil millones de dólares en Tesobonos a corto plazo, en su mayoría a extranjeros (equivalente a deuda externa de corto plazo).  Esta inconsistencia fue lo que finalmente hundió al país y revirtió todo lo acertado que pudo haberse logrado en los años anteriores.

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