lunes, 23 de diciembre de 1996

El Costo de la Crisis

 Pulso Económico


El Costo de la Crisis


Por: Jonathan Heath®


Ahora que estamos llegando al final del año, es costumbre realizar una reflexión del desempeño de los últimos doce meses.  Obviamente, los funcionarios públicos se concentran en lo positivo y difícilmente hablan de lo negativo.  Los líderes de la oposición buscan resaltar las deficiencias, ampliar lo negativo y nunca mencionan lo positivo.  Al final de cuentas, la realidad siempre se encuentra en medio.  Ni es tan blanco como lo quieren pintar los funcionarios públicos, ni es tan negro como lo describen los de la contrapartida.

Este año la economía ha presentado números verdaderamente impresionantes.  Por ejemplo, no habíamos observado un crecimiento tan elevado en el PIB desde hace veinticinco años.  Desafortunadamente, no se prevé que se pueda sostener este ritmo.  Una buena parte es reflejo de la base estadística, es decir, fue tan brutal la caída del año anterior, que cualquier cosa se verá como mejoría.  Aun creciendo al 5 por ciento este año, estaremos 1.5 por ciento por debajo del nivel que existía en 1994.

Para poder reproducir el PIB del último trimestre de 1994, tendremos que crecer 6.2 por ciento en el último trimestre de este año.  Sin embargo, aun así el PIB promedio anual estaría 1.6 por ciento por debajo de lo que fue en 1994.  Esto significa que sin lugar a dudas, el PIB ya estará en un nuevo pico para 1997.  Aquí el costo de la crisis es de tres años.

El problema es que ese mismo PIB lo tenemos que dividir ahora entre más gente.  Se estima que en 1997 seremos casi cinco millones más de personas.  En este sentido, el PIB real per capita, es decir, la cantidad producida en todo el país que toca por cada habitante, se recuperará hasta el año 1998.  El costo de la crisis en términos por habitante es de cuatro años.

En el fondo, la crisis de 1995 fue inducida por una devaluación masiva, lo que nos hace suponer que el tipo de cambio que prevalecía estaba equivocado.  Si queremos medir el PIB per capita en términos de dólares en vez de pesos reales, entonces resulta que recuperaremos el nivel de 1994 en el año 2000 (bajo supuestos generosos).  Aquí el costo de la crisis es de seis años, todo un sexenio perdido.

El PIB no es otra cosa que el promedio de lo que producimos en el país.  Sin embargo, en los promedios se esconden muchas cosas.  Tenemos una actividad industrial intensa, que está creciendo a tasas de dos dígitos, mientras que la actividad comercial todavía no recupera los niveles promedio del año pasado.

La actividad manufacturera había registrado su nivel más elevado en octubre de 1994.  Prácticamente para marzo de 1996 ya se había regresado al mismo nivel, mientras que para mayo ya lo habíamos superado ampliamente.  El costo de la crisis en términos de producción manufacturera fue aproximadamente un año y medio.

Sin embargo, existe un aspecto positivo de la crisis.  Indujo una aceleración en el proceso del cambio estructural de una economía cerrada hacia una abierta.  Las empresas estaban pasando por una etapa de transición, de reajuste, en la que se buscaba mayor eficiencia y productividad.  El costo más elevado se podía observar a través del número de personas empleadas en el sector.  Si tomamos como referencia el número mensual de empleados contra el mismo mes del año anterior, encontramos una tendencia negativa, es decir, de destrucción neta de empleo manufacturero, desde octubre de 1990 hasta abril de 1996.  Esto equivale a 67 meses consecutivos de una destrucción de empleos.  A partir de mayo de este año, por primera vez en cinco años empezamos a observar un incremento en el número de empleos.  Aunque tenemos que reconocer que hubo un costo brutal en la transición económica, de aquí en adelante, cada empleo generado va a ser de mayor productividad y mejor remunerado.

Al final de cuentas la crisis aceleró la transición económica, es decir, acortó el tiempo necesario de ajuste entre una industria poco productiva y una mucho más eficiente, capaz de competir globalmente.  Hoy en día surge un sector manufacturero mexicano muy eficiente, mucho más productivo y bastante competitivo.  En este caso, la crisis únicamente aceleró el tiempo en que teníamos que pagar el costo de la transición.

Como resultado de lo mismo, el costo de la crisis se acentúa mucho más en la economía interna, pero en especial en el sector comercio.  Hasta cierto grado, este resultado es lógico.  Toda la mano de obra expulsada del sector manufacturero durante los últimos cinco años, había encontrado su sostén de vida en el sector comercial.  Dado que este trabajo era mucho más improductivo y menos remunerado, cuando llegó el tiempo de realizar ajustes en nuestro patrón de gasto, este rubro resultó el más afectado.

Los datos subrayan este efecto en forma contundente.  El consumo privado, es decir, la totalidad de las ventas a los consumidores del país (tú, yo y todos los demás), ha aumentado en cada uno de los últimos tres trimestres.  En el tercer trimestre de este año, el consumo aumentó 5.5 por ciento.  Sin embargo, los últimos seis meses, las ventas al menudeo han disminuido 0.8 por ciento promedio por mes, en comparación con el año anterior.  La explicación se encuentra en que estamos consumiendo un poco más que el año pasado, aunque menos que 1994, pero en forma más eficiente.  Buscamos hacer rendir más nuestro dinero, evitamos comprar al intermediario que le compró al intermediario y estamos más conscientes de los precios.

Sin embargo, donde más podemos apreciar el costo de la crisis es en los niveles de consumo y en el poder adquisitivo de los salarios.  No será hasta 1998 (con supuestos optimistas) en que podemos regresar a los niveles de consumo que teníamos en 1994 (un costo de cuatro años).  En términos de consumo per capita, no será hasta el año 2001, lo cual implica 7 años de sacrificio.

En términos del poder adquisitivo del salario medio, no será hasta 2003 o 2004 en que podemos tener el mismo poder de compra.  Un costo de 10 años, siempre y cuando nuestro gobierno no termine este sexenio con otra devaluación, que es una tradición ya muy arraigada, como la de las posadas.

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