jueves, 10 de octubre de 1996

Manifiesto del Peso Desvalorizado

 Pulso Económico


Manifiesto del Peso Desvalorizado


Por: Jonathan Heath®


Un fantasma recorre México: el fantasma de la devaluación.  Todas las fuerzas de la vieja guardia se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Presidente y Gobernador del Banco de México, Hacienda y Secofi, los académicos economistas y los líderes empresariales.

¿Qué empresario no ha sido motejado de pesimista por sus adversarios en el poder cuando habla de la posibilidad de una devaluación?  ¿Qué funcionario público, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto hiriente de catastrofista y de ignorante cuando piensan que viene otra devaluación?

De este hecho resulta una doble enseñanza: que la devaluación está ya reconocida como una fuerza por todas las potencias de México; que ya es hora de que los funcionarios públicos expongan a la faz del país entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma de la devaluación un manifiesto de sus intenciones verdaderas.

Con este fin, le pedimos a los funcionarios de los más diversos sexenios que han terminado en devaluación (todos), que se reúnan en Palacio y redacten una explicación de por qué siempre provocan crisis económicas, la cual debería ser publicado en español, inglés, nahuatl, zapoteco y maya.

La historia de todos los sexenios hasta nuestros días es la historia de las devaluaciones.

Magnates empresariales y trabajadores, patricios y plebeyos, funcionarios públicos y ciudadanos, fiscalizadores y fiscalizados, en una palabra: devaluadores y devaluados se enfrentan siempre, manteniendo una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; luchas que terminan siempre con la aniquilación tumultuosa de toda nuestra moneda y el hundimiento de las clases sociales.

En las épocas sexenales anteriores encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la política económica en diversos modelos, desde una economía cerrada proteccionista hasta una apertura gradual al comercio internacional.  En el antiguo sexenio de Echeverría hallamos políticos puros, funcionarios administrativos, burócratas y trabajadores que nos dieron un modelo cerrado, proteccionista, con mucha intervención estatal y una regulación muy estricta en contra de la inversión extranjera; en la Edad Petrolera de López Portillo, hubo economistas, funcionarios públicos, técnicos, oficiales y servidores, y nos brindaron un gasto público mayor, más regulaciones, una política cambiaria casi fija, poca apertura, precios controlados y mucha deuda externa.  En el sexenio de De la Madrid, aparecieron tecnócratas, monetaristas y libre cambistas, que trajeron decretos automotrices, privatizaciones tibias, permisos previos de importación, entrada al GATT y un primer Pacto.

El moderno sexenio reformista, que ha salido de entre las ruinas de los sexenios anteriores, no ha abolido las contradicciones de la clase política.  Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de regulación, las viejas formas de control político por otras nuevas.  A pesar de tantos cambios, todos los sexenios nos han entregado devaluaciones.

Nuestra época, la época de los cambios estructurales, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de la clase política.  Ahora queda claro que no es el modelo económico el que provoca la devaluación, sino que más bien son los problemas estructurales y las respuestas políticas.  A través de distintos modelos económicos, hemos visto cómo la sociedad va desintegrándose, cada vez más paupérrima e inequitativa, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: los políticos devaluadores con los beneficiarios de las crisis y el resto de la sociedad devaluada.

Una parte de la sociedad desea remediar los males sociales sin ir al fondo para evitar las devaluaciones.  A esta categoría pertenecen algunos economistas, funcionarios públicos y los políticos en el poder.  Sin embargo, esto únicamente conduce a la filosofía de la miseria.  Quieren perpetuar las condiciones de vida de los políticos tradicionales con la impunidad y derechos adquiridos y sin los peligros que surgen fatalmente de las devaluaciones.  Quieren la sociedad actual con todos sus privilegios sin los elementos que lo descomponen.

Otra forma de este movimiento anti-reformista, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar al pueblo de todo movimiento reformista, demostrándole que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas, del modelo económico actual, de la eliminación del neoliberalismo.  Sin embargo, éste no entiende que las crisis devaluatorias se han dado con regímenes económicos muy distintos, pero siempre bajo la misma estructura política.

En resumen, los mexicanos apoyan por doquier todo movimiento innovador contra el régimen devaluatorio y político existente.  En todas estas mejorías ponen en primer término, como cuestión fundamental, la evasión de las crisis, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que revista.  En fin, los mexicanos trabajan en todas partes por la mejoría en el bienestar y el acuerdo democrático de toda la sociedad.

Los mexicanos consideran indignantes las devaluaciones recurrentes.  Proclaman abiertamente que el bienestar, el empleo productivo y el crecimiento sostenido sólo pueden ser alcanzados derrocando las tendencias devaluacionistas.  La clase política puede temblar ante una sociedad más democrática que no permite la impunidad ante una devaluación.  Los mexicanos no tienen nada que perder al acudir en masas a las urnas.

Tienen, en cambio, un mundo sin devaluaciones que ganar.




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