Pulso Económico
La Nueva Cultura Laboral
Por: Jonathan Heath
Con el objetivo de generar más empleos, el gobierno, los seudo-líderes empresariales y el Congreso del Trabajo firmaron el martes pasado, un convenio titulado “Principios para la Nueva Cultura Laboral”. Según los discursos este acuerdo permitirá mejorar el ingreso de los trabajadores y fortalecer la fuente de empleo.
Sin conocer los detalles del acuerdo, llaman la atención los comentarios diversos que expresaron algunas de las cabezas empresariales. Hector Larios, Presidente del Consejo Coordinador Empresarial, indicó que (como por arte de magia) el acuerdo iba a crear entre 400 y 500 mil empleos en el próximo año. En forma mucho más realista, Carlos Abascal, Presidente de la Coparmex, dijo que no se va a dar de manera espectacular ni mágicamente, sino como fruto del trabajo, esfuerzo y concentración y en un plazo no muy breve. Al parecer, el primero insiste en vender ilusiones, una práctica de mucho daño ya muy conocida en nuestro país. En cambio, el segundo quiso subrayar lo positivo, pero con cautela y sin prometer lo imposible.
La idea fundamental detrás de la nueva cultura laboral es la de establecer un cambio en las relaciones de trabajo entre empresarios y trabajadores. En la actualidad, tanto la ley laboral como la mayoría de los sindicatos, protegen en exceso al trabajador, restándole incentivos importantes para su buen desempeño.
Por ejemplo, el sindicato pone restricciones al tipo de labor que puede realizar un trabajador dentro de la empresa, limitando su esfera a una sola función. Un trabajador que se contrató para funciones de lavandería, no puede elaborar una función por decir de limpieza de vidrios. Estas restricciones le restan a la empresa la posibilidad de disminuir costos e incrementar su productividad. Sin embargo, también le restan al personal la posibilidad de ganar un poco más.
Otro ejemplo radica en la posibilidad de trabajar por hora, qué está limitada por la ley actual, implicando restricciones innecesarias a las condiciones laborales. El empresario necesita flexibilidad ante condiciones cambiantes, mientras que el trabajador necesita incentivos y estímulos para su mejor desempeño. En este sentido, la nueva cultura laboral deberá basarse en elementos que puedan incrementar la productividad laboral, para que la empresa pueda reducir costos mientras que el trabajador gana más.
Al final de cuentas, nuestro problema laboral no es la falta de trabajo en sí. El hecho de que la tasa de desempleo abierto sea relativamente baja es muestra de que no faltan empleos en lo general. Más bien, el problema principal es que la gran mayoría no son empleos productivos o bien remunerados. Son ocupaciones, muchas veces marginales o en el sector informal, que no contribuyen mucho al ingreso familiar ni al ingreso nacional. En este sentido, debemos crear trabajos de calidad para sustituir el desempleo disfrazado, el subempleo, el empleo marginal, el empleo informal y el empleo con ingresos insuficientes.
El INEGI reporta que más del 20 por ciento de todas las personas que dicen que trabajan, lo hacen en un establecimiento sin registro administrativo o fiscal, sin domicilio fijo y con 5 empleados o menos. De entrada, este tipo de empleo carece de toda protección para el trabajador según lo marca la ley, como es el seguro social y demás prestaciones. Sin embargo, la cantidad excesiva de regulaciones y requisitos legales para formar una empresa y los impuestos desmesurados que carga el gobierno, sirven como estímulo para trabajar fuera de la ley. En este caso, lo que está mal no es el trabajador que evita pagar impuestos, sino el gobierno que cobra impuestos excesivos y emite regulaciones burocráticas exageradas.
Entre todas las personas que dicen que trabajan, aproximadamente el 5 por ciento se ocupa en labores que podemos designar como marginales. Esto incluye la venta de servicios o productos en la calle como boletos de lotería o periódicos, malabaristas, payasos, lanza-fuego, etc. Este tipo de ocupaciones es lo que necesitamos eliminar, pero no a través de más regulaciones o prohibiciones, sino de la creación de mejores oportunidades.
El problema de la falta de flexibilidad laboral se manifestó ampliamente durante la última década cuando realizamos la apertura comercial. Al empezar a competir con el exterior, quedó claro que se necesitaba reducir los costos laborales en forma importante en muchas empresas y sustituir tecnologías obsoletas por otras modernas. Como consecuencia, tuvimos 67 meses consecutivos en que el INEGI reportaba menos personas trabajando en el sector manufacturero en comparación con el mismo mes del año anterior. Al principio, estas personas encontraban trabajo en el sector servicios o en la economía informal. Sin embargo, después de cierto tiempo, la capacidad de absorción de esta mano de obra empezó a reducirse y el desempleo mostró signos inequívocos de empeoramiento.
Varios de los indicadores complementarios de empleo y desempleo que produce el INEGI, muestran un deterioro laboral anterior a la gran recesión de 1995. El porcentaje de desempleados adultos empezó a subir desde varios años antes y entre ellos, el porcentaje que perdió su empleo por despido ha ido en aumento desde 1992.
Al comparar los resultados de los censos económicos de 1988 y 1993, también se pueden percibir cambios importantes, resultantes del efecto de la apertura comercial. Por ejemplo, el número de empleados promedio por empresa es menor en casi todos los rubros.
Estas consideraciones son muy importantes dado que el deterioro en las condiciones de empleo y el aumento en el desempleo no son resultado únicamente de la recesión, sino que obedecen a factores relacionados con los cambios estructurales de la última década. En este sentido, resulta fundamental que la nueva cultura laboral refleje estos cambios y permita la flexibilidad necesaria para adaptarnos más fácilmente.
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