Pulso Económico
El Año en Retrospectiva
Por: Jonathan Heath®
Para la gran mayoría de las personas queda claro lo que pasó en 1995. Fue un año en el que se tuvo que lidiar con los efectos de una devaluación sorpresa y el derrumbe de la promesa salinista de acercarnos al primer mundo. Fue un año en el que la actividad económica se derrumbó, el desempleo se agudizó, las tasas de interés se elevaron sustancialmente y regresó la inflación. Al mismo tiempo que se sintió que las oportunidades de un progreso económico se desvanecían para la mayoría, el ambiente político se complicó aún más, dejando un amargo sabor de boca.
El tamaño de la debacle se puede medir a través de las metas económicas originales. Según Jaime Serra, el entonces Secretario de Hacienda, tanto el crecimiento económico como la inflación, iban a alcanzar el 4 por ciento, mientras que el déficit en la cuenta corriente podría permanecer cerca del 8 por ciento del PIB. La brecha entre estas metas y la realidad ha sido brutal.
Algunos podrían pensar que la reducción del déficit de la cuenta corriente, de 7.8 por ciento del PIB el año pasado a casi 0 por ciento este año, fue una hazaña notable. Sin embargo, el déficit externo es el reflejo de la cantidad de ahorro externo que entre al país. El hecho de que se eliminó el déficit no es signo de alegría, sino más bien de tristeza, dado que fue el resultado de una ausencia total de ahorro del exterior. Esta ausencia de ahorro no fue producto de una política monetaria restrictiva o de una política cambiaria de flotación. Más bien fue producto de una ausencia de interés y de confianza en nuestro país por parte del resto del mundo. Fue el resultado del mal conducción de la política económica en 1994 y de la manera en que se manejó la devaluación en diciembre del año pasado.
Obviamente, la brecha entre las metas iniciales y los resultados finales es abismal. Sin embargo, aún existe una brecha importante si tomamos las metas revisadas (por segunda ocasión), de marzo pasado. Según el gobierno, la actividad económica iba a caer en 2 por ciento, mientras que la inflación alcanzaría 42 por ciento.
Aquí el gobierno se justifica sosteniendo que la depreciación del tipo de cambio fue mucho más de lo que se podría anticipar y esto tuvo un efecto sobre la inflación. Esto a su vez, hizo que las tasas de interés estuvieran mucho más elevadas y provocaron un daño mayor al sistema bancario, a las carteras vencidas y a la capacidad del sistema financiero para ayudar a la economía. Una buena parte del problema es que hoy en día, en comparación con la crisis de 1982-83, la mayoría de las personas eran deudoras netas del sistema bancario.
No obstante, el gobierno falló en el cumplimiento de muchas de sus metas que sí estaban a su alcance. La expansión del crédito interno neto del Banco de México estuvo sustancialmente por arriba del techo fijado (y acordado con el FMI). La acumulación de reservas internacionales netas de los pasivos con el FMI, fue menor al acuerdo internacional. La expansión de la base monetaria fue mayor a lo que nos informaron en febrero pasado que iba a ser.
Todavía no tenemos la información del cierre de las finanzas públicas, pero al tercer trimestre el superávit era sumamente grande. El gobierno anunció que iba a tener un déficit público importante en el cuarto trimestre para ayudar a reactivar la economía, pero sin dejar de cumplir con la meta acordada con el FMI. Según lo último que nos informaron, el gobierno otorgó aguinaldos inmensos para poder cumplir con esta meta.
Los optimistas señalan que hubo muchos factores positivos durante este año (a pesar de todo). Al país no se le negó el regreso al mercado financiero internacional; pudo realizar con éxito una buena cantidad de colocaciones internacionales. La parte más apremiante de la crisis, que fue el problema de los Tesobonos, se pudo resolver satisfactoriamente; se amortizaron cerca de 29 mil millones de dólares. Las exportaciones aumentaron sustancialmente, mientras que las importaciones se redujeron moderadamente; no se instrumentaron controles cuantitativos como se hizo en 1982-83.
Al final de cuentas, tenemos que reconocer que una buena parte de todos los problemas experimentados en 1995, no fueron simplemente producto de la devaluación. Nuestro país está pasando por una transformación profunda de una economía cerrada, caracterizada por controles, subsidios, regulaciones y un estado obeso, a una economía abierta, que se caracterizará más por las fuerzas del mercado. Lo que ha pasado no es una falla del nuevo sistema mucho más abierto y neoliberal. Lo que ha pasado es que el costo de la transformación ha sido mucho más elevado y prolongado de lo que nos habíamos imaginado.
Si queremos una economía más eficiente, muchas empresas tendrán que quebrar y muchos obreros tendrán que perder su empleo. Poco a poco surgirán nuevas empresas y más empleos. Sin embargo, el costo tan inmenso de esta transformación nos rebasó. Los funcionarios nunca nos informaron bien sobre el costo que tendríamos que pagar, en buena parte porque ellos mismos no lo supieron calcular.
Ahora termina este año que sin lugar a dudas ha sido el peor de mucho tiempo. Sin embargo, la transformación todavía no termina. Esto significa que el futuro inmediato no va ser demasiado promisorio. Será una mejoría muy lenta y tardada. Pero cuando salgamos de este estancamiento y dejemos atrás el país de anteayer, deberemos acercarnos a un futuro mejor.
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