jueves, 2 de octubre de 1997

La Política Cambiaria y la Sucesión

 Pulso Económico


La Política Cambiaria y la Sucesión


Por: Jonathan Heath


El tipo de cambio, al mayoreo que reporta diariamente el Banco de México, cerró ayer a 7.7540 pesos por dólar.  Hacia finales del año pasado, el tipo de cambio estaba casi en el mismo nivel.  De hecho, el 14 de diciembre de 1996, estaba en 7.79 y cerró el año en 7.70.  Esto representa una apreciación real de la moneda de casi 9 por ciento en lo que va del año.

Si tomamos el diferencial de inflación entre México y los Estados Unidos desde 1990 hasta la fecha, resulta que al mes de agosto el tipo de cambio está sobrevaluado 8.5 por ciento. Existen muchas formas de valuar el tipo de cambio, pero casi todas indican ya la existencia de una ligera sobrevalución.  La excepción de una ligera sobrevaluación.  La excepción es si utilizamos costos laborales unitarios en vez de inflación.  Sin embargo, la inquietud sobre la apreciación cambiaria (falta de competitividad) se ha extendido entre el publico, en especial entre aquellos que sufrieron los efectos traumáticos de las devaluaciones pasadas.

Existen muchos argumentos para justificar el tipo de cambio actual y el régimen cambiario de flotación.  En especial, debemos reconocer la dificultad de manejar un tipo de cambio distinto a lo que determina el mercado.  Casi todas las políticas que buscan determinar un nivel distinto terminan por crear más inflación y un costo en términos fiscales.  Por lo mismo, las autoridades monetarias han insistido en manejar un régimen de flotación en el que básicamente el mercado determina a diario el tipo de cambio.

Detrás de esta política está la creencia de que la teoría  de la paridad del poder adquisitivo, es decir, la determinación de un nivel de sub o sobrevaluación, es un concepto simplista que pudiera derivar en conclusiones erróneas acerca del nivel adecuado.  El tipo de cambio real de equilibrio, o en otras palabras, el tipo de cambio adecuado para evitar un descalabro, no es una constante a través del tiempo.  Más bien, va cambiando con las circunstancias del momento, con los fundamentos de la economía y junto con los cambios estructurales.  Por ejemplo, no podemos asumir que el tipo de cambio adecuado de hace doce años, cuando la economía se encontraba cerrada, sea el mismo que se requiere hoy en día.  En pocas palabras, interviene muchas más variables en la determinación del tipo de cambio adecuado que simplemente el diferencial de inflación.

No obstante, por más explicaciones que ofrece el Banco de México, los funcionarios públicos o los académicos que conocen los últimos avances de la ciencia económica y el público en general no queda convenido ni tranquilo al ver que el tipo de cambio se va fortaleciendo.  Por lo mismo, muchos reclaman una política cambiaria distinta, que pudiera evitar la apreciación de la moneda o, por lo menos, asegurar que el tipo de cambio se mueva en relación al diferencial de inflación.  Hay que reconocer que no solamente son los exportadores los que reprochan el régimen actual, sino también muchos empresarios, obreros, políticos funcionarios públicos y académicos.  Por lo mismo, es difícil ignorar esta posición 

Es en este sentido que muchos están viendo la sucesión del gobernador del Banco de México como la oportunidad para modificar la política cambiaria.  El resultado es que casi toda la especulación, acerca de quién será el próximo gobernador, está relacionada con cuál será la política cambiaria a partir el año entrante.  Se dice que si es Francisco Gil Díaz, tendremos tal política cambiaria; si es Guillermo Ortíz, será otra; con José Sidaoui Dib, se ajustará de tal manera, o si resulta Eduardo Fernández García, entonces podríamos anticipar tales cambios.

No obstante, antes de entrarle al juego de la especulación, que de por sí es interesante y consume muchas horas de café, deberíamos examinar las opciones existentes.  Podríamos sospechar que Eduardo Fernández o alguna otra persona ajena a la Junta de Gobernadores actual, introduciría un cambio radical, como fijar el tipo de cambio o establecer una banda inferior.  Sin embargo, primero deberíamos examinar a fondo las ventajas y desventajas de cada opción distinta para ver si realmente conviene o si es viable.

Algunos economistas han sugerido regresar a una política cambiaria de reglas en la que se establece una banda inferior al tipo d cambio, que va deslizándose hacia arriba con el tiempo, de acuerdo al diferencial de inflación.  De esta manera se evita la apreciación, pero se deja que haya los ajustes que sean hacia una moneda más débil.  Esta política favorece a los exportadores dado que les garantiza un tipo de cambio mínimo; mientras que perjudica los flujos de capital de corto plazo, tipo golondrino, que nada más buscan una ganancia rápida y se van.  Se asegura que no habrá una sobrevaluación, pero se permite toda la subvaluación que sea.

Como en todo, cada política tiene sus costos.  Tenemos que reconocer que es perjudicial, tanto una subvaluación como una sobrevaluación.  Esta política asume que es más dañina una sobrevaluación, mientras que la subvaluación es un pecado menor.  Sin embargo, una subvaluación implica presiones inflacionarias, menores salarios reales y un costo creciente para mantener las reservas internacionales.  Este régimen crea lo que se llaman círculos viciosos, que conllevan a una inflación creciente,  Durante el periodo 1986-87, se instrumentó una política similar dirigida a mantener una subvaluación constante.  Durante ese lapso tuvimos la inflación más alta desde la Revolución Mexicana y se desató una burbuja especulativa que terminó con mucha de la actividad productiva del País.

Para poder mantener esa política, el Banco de México se tendría que comprometer a comprar las divisas necesarias para asegurar un precio mínimo del dólar.  Cuando existen presiones apreciativas en el mercado, el Banco Central compraría todas las divisas en exceso.  Sin embargo, nunca vendería divisas al mercado, aun en casos de una gran depreciación, dado que no existe un techo o precio máximo.  Esto significaría que el banco estaría comprando divisas que nunca utilizaría y que no podría vender en un futuro, pero cuya manutención representa un costo creciente.

No solamente representaría una política de comprar por comprar, sino que de existir presiones apreciativas de la moneda por un tiempo indefinido, se podría llegar a extremos ridículos de reservas de divisas.  Esto ocasionaría una política continua de esterilización para evitar una monetización más allá de la necesaria, complicando de sobremanera la política monetaria.  Al final de cuentas, el Banco de México dejaría de ejercer control sobre la base monetaria.

Por algo esta política no se aplica en casi ninguna economía del mundo.  Sin lugar a dudas, los costos serían mayores a los beneficios.  Seguiremos analizando opciones.  El próximo lunes, el estilo chileno.


Comentarios, observaciones y críticas al Email: heath@infosel.net.mx


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